_ ¿Dónde te habías metido , hijo mío... ? _ inquirió el señor Astrom, al tiempo que pulía los espejos de sus gafas, con un colorido pañuelito de seda.
Cachito permaneció en silencio. Su padre era un hombre muy estricto, y, sinceramente no sabía a qué atenerse, si su padre descubría que había estado en casa de una niña. No es que este hecho en sí conllevara algo de malo, lo cierto, es que para el señor Astrom, primero se encontraban los estudios y luego los amores. No es que Cachito se encontrara enamorado, ni mucho menos, ni siquiera conocía el verdadero significado de la palabra “amor “.
Ese lenguaje de caricias, de besitos colmados de luna llena, de abrazos repletos de estrellas y gaviotas...
Ese mundo, esa dulce gota de rocío que sólo beben las bocas de los amantes.
La apasionante aventura de amar un ángel, pues, era un universo totalmente desconocido para él.
Ralph se acercó a su hijo, y temblaron hasta las piedras...
_ ¿Dónde rayos te habías metido...? _ inquirió, con voz tan áspera como una lija.
_ Estaba, eh ... ¡estaba en la panadería! _ respondió.
_ ¡Imposible!
_ ¡No mientas! _ exclamó Ralph, bastante enfadado.
_ ¡Tú no estabas en ninguna ... ! _ sentenció su padre.
_ ¡Un momento! _ expresó Cachito.
_ ¿Cómo diablos lo supiste...?
_ Alguien muy cercano a tí, dejó una nota sobre la mesa_ contestó Ralph.
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