Le ofrecí, de nuevo, las últimas migajas de lo que antaño fue un pastel. Pero Dem, se rehusó a probar bocado. Acto seguido, me limpié los jirones de crema que caían, como gotitas de rocío sobre mis labios.
Afuera , el cielo se puso nublado, y las marquesina digital, situada en la parada del autobús, señalaba pronóstico de tormentas con granizo, para bien ingresada la tarde.
Toqué el picaporte de pirulí, e ingresamos. Dentro, pasteles, helados, infinidad de cremas y confituras se reflejaron en mis ojos, como las atractivas mujeres gordas de las pinturas de Botero, o el soñado, dulce y fantástico beso, que habitaba en los jardines de mi mente, o en las floridas estrellas, balanceándose sobre sus ojitos de luna llena “ .
En ese preciso instante, un señor de bata negra y saltarines bigototes, se aproximó para atendernos. Era Pepe Luiggi, que con voz áspera y quebradiza nos habló:
_ ¡Hola, Dem! ¿Qué vas a llevar... ?
_ ¡Un tiramisú con salsa de durazno, y … una soda!_ añadió Huesitos.
_ Y tú, Cachito, ¿ que deseas ? _ indagó don Pepe, con una risita amistosa, y una bola de boliche por debajo de su gorra pastelera.
_ Tarta de ciruelas con mousse de chocolate.
_ Y para beber, licuado de mandarina y fresa.
_ ¡Eso es todo Cocoliso!... ¿ cuánto te debo... ?
_ Ya marchan sus pedidos.
_ PEPE LUIGGI: _ Tizziana, dolcezza, (dulzura) ... ¿anotaste los pedidos...? _ inquirió el anciano, mientras una rubia muñequita de salvajes ojitos verdes y manitos de papel, se encaminó en busca de los pedidos, tras susurrar con su hermosa vocecita de violín: _ ¡Naturalmente, nonno!: (¡Claro, abuelo!).