TIZZIANA: _ “Se trata de un juego“. “Le llaman: “El Rompecabezas de La Vida “ .
_ CACHITO: _ ¿ “ El Rompec … ? ¡Qué nombre tan extraño!
_ CACHITO: _ ¿Y, qué tiene de especial? _ pregunté terriblemente intrigado.
_ TIZZIANA: _ ¡Solo juégalo y verás! “Dicen que suceden cosas mágicas cuando lo juegas “. “He vivido maravillosas aventuras, jugando este juego“. Por ejemplo , cuando estaba muy triste y soñaba con mi padre; (que se halla junto a Dios), a la mañana siguiente, me despertaba sonriente y repleta de ganas de vivir. Como si hubiese compartido un ratito con él, ( aunque solo sea en sueños).
_ CACHITO: ( agradecido ): _ ¡Muchas gracias, Tizziana! _ murmuré , mientras besaba sus dorados cabellos, como quien besa los rayitos del sol en primavera.
Luego, se aproximé al mostrador y pregunté al pastelero cuánto le debía.
_ PEPE LUIGGI: _ ¡Setenta y nueve coronas, Cachito! _ ¡Es lo único que te cobraré!
_ CACHITO: _ ¡Adiós, querido amigo! _ dije, saludando a don Pepe, mientras lo despedía con mi mano derecha.
_ CACHITO: _ ¡Adiós, Tizziana!
_ TIZZIANA: _ ¡Hasta pronto, amorcito! ¡Siempre te recordaré...!
Salimos de la tienda. Estábamos repletos hasta las orejas de pasteles y refrescos. Pepe Luiggi nos ofreció llevarnos todo cuánto quisiéramos. Quizá quedó tremendamente conmovido por mi relato. Pero... ¡no podía mentirle!, al menos no, al amigo de mi familia desde hace más de una década. ¡Hice lo correcto! _ pensé , mientras los ojos de Tizziana, nos persiguieron más allá de la laberíntica arboleda. A todo esto, eran como las siete de la tarde, y todavía estaba lloviendo. Y caía granizo, pero no precisamente trozos de hielo, más bien, coloridos copos azucarados, como retazos de un helado granizado.
Pudimos comprobar lo dicho al saborear uno de ellos, el cual había aterrizado, cual si fuese nieve, sobre mi rizada cabellera.
_ CACHITO: _Me pregunto de dónde rayos vendrán _ le dije a Dem, en alusión a los azucarados copitos.En tanto, Dem, desfallecía de sueño, y, apenas si me prestaba atención, entretanto, yo, era lo más parecido a una momia del antiguo Egipto. Unas empetroladas ojeras negras, enmarcaban mis ojos claros, mi cara sonriente y regordeta, se notó más pálida que de costumbre, y mi espalda me dolía, como si hubiera trsportado a pie, una tonelada de comestibles, desde Argentina hasta la India.
Decidimos volver a casa. En ese preciso instante, Dem, me preguntó: _ ¿ “ Cómo rayos lo hiciste ..?