Fuego

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Cuando el único pensamiento que ocupa tu mente es correr, el hecho de que tus piernas se muevan como si no estuvieran hechas para la gravedad de este planeta apenas te desconcierta. Solamente importa el ritmo, derecha, izquierda, y la senda. Galopas por un túnel de niebla; tan solo su centro aparece nítido en tu campo de visión. Es todo lo que necesitas para orientarte, para seguir huyendo a esa velocidad sobrehumana.

Tu perseguidor se acerca. Su aliento alcanza tu oreja. No te queda más opción que trotar, mover las piernas cada vez más rápido, aunque en lo más hondo de tu ser una voz consciente que ha sobrevivido al modo automático, al instinto, te susurre que esa velocidad es imposible, que tu cuerpo no lo soportará, que eres humano.

Pero no dejas de correr. No puedes. ¿Cien kilómetros por hora? ¿Doscientos? Te trae sin cuidado. Solo importa el viento frío que reseca tu cara, el hálito caliente que eriza tu nuca.

De pronto, caes sin haberte tropezado. Algo se ha desplomado sobre tu espalda. Giras, te enfrentas y luchas. Como tus piernas, tus manos no son de este mundo. Se aferran a la vida, arañan, empujan, golpean con una fuerza más allá de la humana. Pero tu oponente es más fuerte. Sus extremidades atenazan las tuyas contra el suelo, y su mirada, que te ensarta, amenaza con transportar tu lucidez a un estado de profunda inconsciencia. Te desgañitas y luchas en vano. Lo último que alcanzas a ver, antes de perder la cordura en el mar gris claro de sus iris repletos de pequeñas estrías rojas, es el verde fulgor de la esmeralda que se clava en tu cuello.



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En el texto hay: magia, juvenil, aventura y magia.

Editado: 28.10.2021

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