Un año después...
Aquel día en que se cumplía un año desde que el traidor había tomado medio Radwulf, como bien me fue informado, Noemia se acercó tratando de convencerme de recibir su ayuda.
—Clim.
—¡No! —Le gruñía con enfado por enésima vez.
—¡Pero es importante, tienes que recordar a Amace...!
—¡¿Cuál sería el punto de recordar a esa traidora?! —Le corté, manteniendo la distancia de sus malditas manos.
—¡Pero no sabemos qué ocurrió en reali...!
—¡No me interesa!
—Noemia, Clim, asustáis a los pequeños. —La calma voz del príncipe nos detuvo, y ofuscado me aleje hacia el frío bosque fuera de la caverna—. Dejadlo decidir, Lady Noemia... —Alcance a escuchar a Ambón, antes de internarme en la oscura sombra de los árboles ante el atardecer.
Camine y camine, ignorante del frío que sabía crecía a cada segundo. La fuerza de Amace de Quajk, quien fuera alguna vez mi compañera en los entrenamientos previos a aquel día, previos al golpe en mi cabeza que quitó literalmente de golpe gran parte de mis recuerdos, no hacía más que azotar las tierras de Radwulf con sus fuerzas.
Había traicionado al reino. Se unió a un desquiciado asesino, que no dudaba en quitar todo cuanto tenían a las pocas personas que no fueron asesinadas.
Debía odiarla. Debía odiarla con todo mi ser y centrarme en acabar con su vida y la del traidor, dejando de lado la obvia conexión que algún día compartimos.
Tanto nuestros padres como el maestro Balkar murieron aquel día, e incluso Lexuss, su pequeño hermano que siempre intentaba ir tras nuestros pasos. ¿Y a ella no le importó? ¿Ella decidió unirse a Tarsinno y causar tal destrucción? Una pequeña parte de mi no quería creerlo, pero era esa donde prevalecían un puñado de difuminados recuerdos de ella. Lo demás, sólo fuego y destrucción.
Sólo dolor.
—¡Te encontraré y pagarás por tu traición! –Grité a cielo.
Mi cálido aliento se condensó en denso vapor, alzándose hacia el frío cielo, desvaneciéndose en la nada como mi voz.
Mis piernas cedieron y luego de golpear el suelo con mis rodillas, comencé a dar fuertes puñetazos sobre la tierra húmeda y las piedras, haciendo profundos cortes en mi piel. La sangre emanaba y el dolor subía por mis brazos, mezclándose con el dolor en mi pecho.
Cerré los ojos con fuerza, pero aun así corrió una lagrima por mi mejilla. Gruñendo, no permití que aquella diminuta gota tocase la tierra, en su lugar la convertí en vapor en un pestañear.
Dolía. ¡Por los Dioses cómo dolía! ¡Y era malditamente confuso!
Una parte de mi sentía la pena, el dolor y la rabia por la pérdida de mi familia. Por la pérdida de todo cuanto ame. Y la otra, esa otra parte muy profundo en mi, que se aferraba a los vagos recuerdos de una pequeña y dulce niña de largo cabello platinado y pálidos ojos azules, trataba de instarme a confiar. A no creer en la traición que mis ojos no dejaban de ver.
Mi garganta se cerró, mientras intentaba ahogar aquella pequeña voz.
Una voz que me perseguiría muchos años después.
Un movimiento me congelo. Alce la vista lentamente y observe la petrificada maleza que decoraba el agonizante bosque. Mi respiración se aceleró, mi corazón rugía y mis manos sangrantes, aun en puños, temblaron ante el peligro.
El gruñido que resonó demasiado cerca, me instó a ponerme de pie. No obstante, no hui. No di un paso atrás tratando de evitar enfrentarme a uno de esos monstruos. Ansiaba que mis llamas consumieran su grasienta piel, su deforme figura, su maldita vida.
Entonces apareció. Uno de aquellos monstruos salió detrás de un árbol, lanzándose hacia mi con un rugido que resonó en todo aquel desolado rincón. Sus garras se alzaron hacia mí con su boca abierta, llena de dientes filosos, secretando una viscosa baba negra. Pero a unos centímetros de tocar un solo cabello mío, lo encendí como una antorcha. Su agónico rugido se desvaneció rápidamente.
—¡Clim! —Noemia llegó corriendo hacia mí, observando las cenizas que terminaban de consumirse a mis pies—. ¡Oh, Clim! ¡¿estas bien?!
Arrodillándose frente a mí trato de tocarme, a lo que reaccione dando un salto hacia atrás y varios pasos lejos de sus manos.
—¡No me toques! —Le gruñí.
—Ya. No te tocaré. —Bajo sus manos con una mirada que retorció mi estómago—. Volvamos dentro, es peligroso estar aquí...
—¡Déjame! —Le gruñí, dando media vuelta, lejos del refugio que no hacía más que sofocarme.
—Pero... Clim...
Una serie de rugidos y alaridos llenó el aire, provocando un estremecimiento en mi. Noemia trato de convencerme de volver a la seguridad, pero yo avance hacia el origen de aquel alboroto con grandes pasos.