Nueve años después...
Había llegado el día.
Lideraba a los jóvenes soldados que, como yo, esperaban volver a casa con la frente en alto y el escudo de Radwulf brillando bajo el sol, hacia las tierras cada vez más inhóspitas de Quajk.
Me centre en combatir las bajas temperaturas con mi fuerza, permitiendo que los soldados se desplazaran sin las inclemencias del frío. Pero, en un efecto adverso, la tierra cubierta de nieve apenas lograba contener el agua que absorbía, creando una capa de pegajoso barro a medida que avanzabamos. No obstante, el ritmo con el que abarcamos más y más camino, era lo suficientemente rápido como para ignorar aquel inconveniente.
Nos encontrábamos entonces, con más y más criaturas del abismo, derrotandolos con la mayor rapidez posible y los mínimos heridos de nuestro lado.
Podía sentir la fuerza de Amace agitándose cada vez más cerca. Sin embargo, me obligué a mantenerme enfocado ahogando aquella vocesita, instándome a acercarme con mayor prisa, gritando que debía ir... ir y "salvarla".
Como si estuviese en peligro.
Enfocado, me acerque al castillo del traidor derrotando con rapidez cada monstruo que obstaculizaba mi camino, tratando de no desperdiciar mis fuerzas y agotar mi cuerpo antes de tiempo. Debía ser mi mano la que acabará con Tarsinno, y así fue.
Atravesé las líneas de defensa, debilitadas por la repentina ausencia de Amace, con mis fieles soldados tras mis pasos hacia las mismas puertas del oscuro castillo en lo alto de Quajk. Consumí las puertas con mis llamas más fuertes, arremetiendo a todo monstruo que me intentase detener, hasta que llegue al salón en que el maldito se refugiaba. Los enormes monstruos que le custodiaban no fueron rivales para mi.
Alzando su espada en mi contra en un último intento por proteger su patética vida, Tarsinno clavó su oscura y nerviosa mirada en mi. Agito el metal en mi contra, perdiendo levemente el equilibrio. Sin siquiera desenvainar mi espada, le di con mi puño en la mandíbula enviándolo hacia atrás.
Todo en cuanto podía pensar, fue la sola idea de verle retorcerse en medio de mi fuego... pero aquella voz volvió a mí con fuerza.
¡Olvídalo! ¡Ve por ella!
Maldiciendo entre dientes, desenvaine mi espada dando un largo paso hacia la patética figura de Tarsinno, quien intentaba estirarse hacia su espada con la boca chorreando oscura sangre. Sin dudar y con fuerza, agite el filo del metal rebanando su cuello de lado a lado.
Su cabeza rodó por la oscura y fría piedra del suelo, dejando un camino de sangre.
Di media vuelta, escuchando los rugidos y chillidos de los monstruos aun en pie, y la regocijo de los soldados que arrasaban con todo.
—¡General! —Garb trotó hacia mí, incapaz de esconder su sonrisa aun cubierto de la oscura sangre y baba de los monstruos—. El tirano... —Asentí respondiendo a su pregunta inconclusa.
—Reunid a las cuadrillas. Recorred todo el lugar manteniéndose en guardia, y todo lo que encontréis enviadlo al campamento. —Le ordené escuetamente, pasando a su lado para abandonar aquel salón.
—¿Y Amace de Quajk? —preguntó.
Me detuve de golpe, sintiendo un ardiente entumecimiento por mi piel.
—Ha huido.
Y así, sin más, abandoné aquel salón y me aleje hacia el centro de la acción.
Los monstruos del abismo que aún permanecían de pie, a pesar de que su conducto a nuestro mundo había muerto, pronto fueron eliminados y el castillo saqueado por completo de cualquier documento u objeto de valor. Sin embargo, entre todos los papeles, reliquias y joyas encontradas, se hallaba el libro que todo inicio.
El soldado que lo halló, en lo más hondo de las catacumbas rocosas, apenas lograba mantenerse de pie con tanto poder oscuro emanando de algo tan pequeño.
El oscuro libro del caos, es la recopilación de sortilegios mágicos capaces de conectar nuestro mundo al abismo. Y el abismo, en toda su oscuridad e inmensidad, es el hogar de los monstruos nacidos en el seno de la Oscuridad. La madre de los primeros dioses. Todo cuanto envuelve a esta clase de magia está contaminado, y debe ser destruido. Sin embargo, El oscuro libro del caos es indestructible. Han sido miles de años desde su primera aparición, e intento tras intento de destruir sus páginas aparentemente frágiles. Nada, ni el agua, ni el fuego, ni el tiempo han logrado rebasar la fuerte protección sobre la maldita cosa.
Lo único que pude hacer, fue llevarlo al lugar en que podía hallarse más o menos a salvo. El palacio.
Movilizando las tropas de vuelta a las faldas de Quajk, y de ahí gran parte hacia la ciudad Real, me quedé un momento en las inmediaciones del tétrico castillo, y llame al fuego para que consumiera todo cuanto había.
El único rastro que los soldados encontraron de la bruja de los hielos, fueron un par de prendas femeninas manchadas con sangre seca, largos cabellos platinados y cuatro cadenas en la habitación en lo alto de la torre más alta. Todo pareciendo indicar que ella fue encerrada.
Pero no me permití confiar en esa suposición.
Ella no me traicionó.