Me recosté sobre mi incomodo camastro, con la mirada fija en la piedra pulida del cielo. Algunas manchas de moho, polvo y en un rincón una tela de araña, recalcándome la realidad. No debía estar ahí. Había demasiado por hacer en el resto de Palacio, como para utilizar una habitación que no era prioridad.
Fue entonces que me senté, y percibí la lenta reconstrucción dentro de mi cabeza...
Una risa dulce y suave como el mismo viento, llegó a mis oídos mientras jugaba con varillas de seco yerbajo, encendiéndolas lentamente con mi fuego. Sus pasos resonaban a mi espalda, y un estremecimiento helado recorrió mi columna. Voltee, y la vi. Su trenza suelta dejaba unos claros y sedosos mechones libres en torno a su rostro. Sus pequeños pies esquivaban algunas rocas. Las faldas de su vestido ligero de color gris azulado, ondeaban varios centímetros sobre sus pantorrillas. Y la sonrisa en su rostro se iluminó al cruzar miradas conmigo.
La cosa más hermosa que han visto mis ojos.
—Lexuss dice que no me puedo quejar del calor —dijo, sin rastro de molestia más que un ligero fruncimiento de sus labios.
Entonces me percate del pequeño tras sus pasos. Aún más pequeño que nosotros.
—¿Qué? ¿Por qué no? —Le pregunté, extendiendo una mano hacia ella.
Sin dudar, estrecho mi mano brindándome una agradable frescura en medio del cálido aire. La atraje hacia mi lado antes de que contestara su hermanito.
—Es na cosa ada que debe acosumbrarse —dijo encogiendo sus hombros, aun de pie a poca distancia.
—Buuh —Amace me dio una de sus miradas de cachorro, a lo que reaccioné dándole un beso en su blanca frente.
Mis labios permanecieron un agradable momento sobre el frío de su suave piel, antes de apartarlos y sentir como se extinguía con demasiada rapidez.
Odio el frío. Realmente es molesto, pero... el frío de ella no me desagrada. Nunca lo ha hecho. Ella es la única excepción a la que mi cuerpo no reacciona con repulsión.
—¡Euuw! ¡No quedo ved eso! —Lexuss se cubrió los ojos y dio media vuelta, alejándose entre tropezones.
Amace rió y comenzó a contarme de los planes que escucho a nuestros padres arreglar, para el próximo solsticio de invierno. Nuestro cumpleaños. Ellos querían que lo celebráramos juntos por primera vez desde que comenzamos a ser educados por el maestro Balkar.
Sin embargo, no recuerdo mucho de lo que salía de su boca. En su lugar, me dediqué a observarla con atención, asombrado por el contraste de su presencia en el entorno cálido, y la belleza de sus brillantes ojos azul claro enmarcados por tupidas pestañas de un dorado claro, solo un puñado de tonos más oscuros que su largo cabello platinado.
Era luz. Una fría y extremadamente hermosa luz.
—¿Clim? ¿Me estas escuchando? —La frescura de su mano en mi mejilla, me sacó de mi estupor.
—¿Ah? —murmuré, pestañeando con gran dificultad en aclarar mis pensamientos.
—Eres un tonto. —Me empujo, logrando que perdiera el equilibrio y cayera en la dura tierra.
Medio molesto y dolido, la vi de pie mostrándome su lengua mientras se alejaba. Algo de su molestia conmigo se explayaba a su alrededor, en una fría y delgada capa de vapor.
—¡Maaaacy! —gruñí.
Ella comenzó a correr y trate estúpidamente de darle alcance.
Dejando salir un suspiro entre mis labios, frote mi nuca. Eso... eso era nuevo. Tan malditamente nuevo como la sensación de ser ligero.
Mis sentidos se agudizaron, percatándome de la salida de Amace de su habitación. Sin titubear, me apresure a las puertas y la seguí. Nuevamente. Solo que... esa vez, mi corazón no hallaba razón para dejar de acelerarse. Todo comenzaba a tener una claridad impactante.
Macy no me traicionó.
Ella sufrió en manos del maldito Traidor.
Ella es todo cuanto me queda.
No pude, ni podría odiarla.
Tengo que encontrar la forma de ayudarla... sin lastimarle más.
El tiempo continuó avanzando. Día a día, recordaba más y más de Amace y mi pasado... y la voz que me susurraba durante diez años, al fin desapareció. No obstante, me frustraba no poder ayudarla más. Ella se esforzaba por ganar control, llegando a verse extremadamente agotada todos los días. Pero aun si no decía o pedía algo. Yo sabía, sabía que ella está acostumbrada a guardarse sus pensamientos e inquietudes, sus dolores y frustraciones más de lo que debería. Aun cuando su exterior se mantenía estoico como el hielo, dentro es más cálida que cualquiera.
Mi frustración casi rebasa su tope una tarde, cuando ella practicaba con Noemia dentro de un salón vacío. La nula presencia de habitantes en aquel rincón de Palacio, era propicia para el peligro que sus fuerzas representaban. Pero le sentía. Casi podía palpar la presión que su cuerpo no soportaría por mucho más.