Katrina
Soporté el martes y el miércoles con una muleta a mi autoconfianza. Estaba atiborrada de varias personas en ambos días y Ronald es muy bueno captándome en fotos en el momento adecuado. Es como si tuviera un cartel de neón sujetado en la frente y dijera «tómame una foto, es el momento justo de que me tomes una jodida foto. Ahora.»
Pero, no vamos a ello, ya tuve suficiente con la revista escolar y la cólera acumulada con Vance después de obtener mi puesto —porque en verdad debió ser mio— y además tuve a Dennis con charlas motivacionales y burlas acompañadas de disculpas de parte de Dean. Si enamorada, Macey, vive para consolarme públicamente y no sé si lo hace por el lazo de cordialidad que nos une o en verdad está siendo una hipócrita.
En todo caso, Hannah y Kenia han mantenido la discreción. ¿Los demás alumnos? Bueno, ellos susurran aunque intento no prestarles atención. Eso es una desventaja a la hora de ser popular: estás a la merced de la opinión pública y difícilmente sales perdonada o pasas desapercibida.
Tu vida personal ya no es privada.
Demonios, eso es una completa mierda ahora.
Me paseo por el despacho del director, quien no está, y me detengo frente a la vitrina de implementos de la banda. Están sabiamente ordenados y el color rojo, negro y blanco destacan. Son nuestra insignia y veo a una zarigüeya bordado en pequeños retazos circulares que funcionan para atarlos a las tarolas junto con las iniciales de la preparatoria.
Escaneo de nuevo el lugar antes de intentar abrir la vitrina y sacar un bastón oficial de color rojo con pompones negros atados en sus extremos. Ya que el director de olvidó de asegurarla por alguna razón, aprovecho la ocasión de su ausencia y de estar en una citación.
No sería la primera vez que me paseo por las oficinas superiores para escuchar sobre mi comportamiento o mi vocabulario.
¡Vamos! Mi emblema es mi repertorio de groserías que grito en cada oportunidad que tengo. De algo tengo que ser reconocida.
Ha diferencia de mis hermanos, las palabras brotan de mí sin siquiera pensarlo. Dennis y Dean comparten su discreción al momento de hablar, pero eso no encaja conmigo. Es decir, vivo bajo la sombra de ellos y debo destacarme en algo que se me da bien. Psicológicamente hablando, estoy buscando una desconexión con ellos y es parte de mi conflicto del yo y desarrollo humano.
Aunque suelo ser muy brusca al hacerlo.
Mis dedos recorren la longitud del bastón y admiro cada centímetro de cinta que lo recubre. Parece pesar demasiado, pero cuando lo saco y maniobro, es tan ligero cómo cargar una bolsa de un kilo de cebollas blancas, aquellas que son más rápidas en cocinarse, y me gusta la sensación de su peso. Sonrío.
No obstante, la puerta de la oficina se abre y no hay oportunidad a que guarde la propiedad de la preparatoria, aunque, como ya es gracia, el que entra no es el director, es Vance y luce tan estupefacto como yo.
—¿Denson?
Bufo audiblemente. He pasado de él desde que me llevó a casa en su auto. Jess me acompañó en el asiento trasero y luego tomó de mis manos con tanta emoción que podría haber fracturado mis falanges distales y proximales si seguía extasiada con aquella salida al cine que él le prometió.
Desde anteayer Jess flota en otro mundo menos el nuestro y supongo que puede estar experimentando la gravedad de la Luna solo que no estamos en el espacio y no somos Laika, el primer mamífero en salir del planeta Tierra quien desafortunadamente no volvió a salvo. A menos ella está consciente y respirando, pero dudo mucho de que sepa dónde está cada salón a no ser que hablan de Vance.
—Lo que me faltaba, tu odiosa presencia.
—Oye, Kat, no hace falta ser grosera.
Desvío mi atención y sigo maniobrando el bastón. Se siente tan malditamente bien y creo que avisaré al profesor de la banda para que me admita de una buena vez. Ya es hora, solo queda pocos meses para irme de la preparatoria. ¡Quiero ser bastonera antes de salir!
—¿Por qué te quejas como un bebé si me conociste así? —antes de que llegue el director, si es que piensa venir en vez de acaparar la comida estudiantil, guardo el bastón. Volteo a ver a Vance y tiene su mejilla apoyada en su mano en forma de puño. Su codo recae en los brazos de la silla frente al escritorio del director y me acerco hasta ahí para apoyarme. Se ve terrible—. ¿No piensas decir guarradas o que sé yo?
Una sonrisa débil se extiende entre sus labios.
—Así que te gusta que diga guarradas.
—Claro que no. De por sí eres asquerosamente un casanova, que no sé cómo te soporto.
Cruzo mis brazos y le doy peso a lo que digo. Su semblante cambia y se enreda en su silla inclinándose hacia adelante. Estamos a medio metro.
—Eso es porque te gusto, cariño. No hay chica a la que no le guste. Solo estás en fase de negación...
—En negación, tu abuela —interrumpo.
—Y aún no ves lo maravilloso que soy para ti.
Arqueo una ceja con dificultad. En verdad está bromeando. ¿O acaso ya cayó en las drogas?
—¿Maravilloso? —descruzo mis brazos y me acerco decidida a él. Me inclino y apoya la palma de mis manos sobre mi rodillas para estar a su altura—. Pensaba que en el diccionario la palabra maravilloso es todo menos tú. Es más, un salaz no entra en la misma familia semántica, cariño.
—¿Sigues con lo de la fiesta, verdad? —asiento y acomodo un mechón de mi cabello mientras le sonrió divertida—. Por todo el maldito infierno, no estaba acostándome con alguien. Soy casto.
Sin evitarlo, me río en su cara.
Qué le den. Quién a su edad es casto. Todo el equipo de fútbol ya a mantenido un contacto físico sexual con el sexo opuesto. Inclusive Jess y apuesto a que mis hermanos también, pero saber eso es tan desconcertante. Más porque son mis hermanos. Sin embargo, le puedo dar el beneficio de la duda. Aunque, desde luego, eso no es lo que hablan de él en los pasillos.
Editado: 29.06.2020