–Por los dioses en el cielo, creí que no ibas a despertar– dice una mujer.
Me incorporo sujetándome la cabeza pues me duele al igual que brazos y piernas.
–¿En dónde estoy?– pregunto confundida. Una mujer de avanzada edad me observa con extrañeza.
–En la enfermería.
–¿Qué enfermería?– miro a mi alrededor.
–Estas en el club, es la enfermería del club.
–¡¿Y qué hago aquí?!– me escandalizo.
–Hubo una riña y se suspendió el concierto. Aquí trajeron a los heridos pero todos se fueron ya, eres la única que queda. No tienes mayor problema, sólo te golpeaste la cabeza y te quedarán algunos moretones, pero nada serio. Me asustó que tardaras tanto en reaccionar.
–¿Quién me trajo?, ¿En dónde está Galilea?
–¿Quién es Galilea?
–Mi amiga, estábamos juntas.
Ella hace un gesto de negativa.
–Te encontramos sola y hasta ahora nadie ha venido a preguntar por nadie.
–¿Es en serio?, no puedo creerlo– me decepciono –¿Qué fue lo que pasó?
–Estabas tirada en el piso, presumimos que te golpeaste durante la pelea y te pisaron.
–No lo entiendo, Galilea estaba junto a mí– hablo con frustración –Es increíble. Espero que al menos esté allá afuera.
–Lo siento– me interrumpe –El club cerró, no ha quedado nadie dentro y la policía echó a todos cuatro manzanas alrededor. Además de que a estas horas dudo que haya alguien por ahí.
–¿Qué hora es?– siento que volveré a desmayarme.
–Ya pasan las dos.
–¡¿QUÉ?! ¡Ay no, no, no, no!– me desespero.
–Bueno– la enfermera se acomoda –Ya estás bien así que te acompañaré a la salida.
–¿Cómo dice?– la miro estupefacta –No saldré, esperaré hasta que amanezca.
–Eso no se va a poder– dice amable pero indolente –Tengo ordenes de vaciar la sala, lo lamento.
–¿Y si no hubiera despertado?
–¡Oh! Pero lo hiciste– me sonríe –Ahora debes irte. No es nada personal ni es mi decisión, sólo es la política del club.
–¿Quiere que me violen o me asesinen?– quiero llorar –Estará condenándome si me saca a la calle.
–Puedo llamar a la policía si quieres. Pasarás el resto de la noche en la comisaría hasta mañana.
–¡NO!– Grito –Mis padres se enterarían.
Ante mi última oración, ella frunce el ceño.
–¿Qué edad tienes?, ¿No serás menor de edad o sí?
Dado que tardo en responder, la mujer asume la respuesta.
–Permíteme– dice antes de dejarme.
Desde la camilla en la que estoy puedo ver como conversa con un hombre vestido de guarda. La enfermera se queda atrás y es el centinela quién viene. Tomo mi chaqueta que está sobre una silla.
–No menores– dice –Fuera de aquí.
–¡No puede echarme!– protesto –¡Me matarán!
Sordo a mis palabras me sujeta por un brazo. Me quejo de dolor por los cardenales.
–¡Por favor!– suplico inútilmente, retorciéndome, pero soy escoltada hasta la salida.
–¡No vuelvas!– advierte, cerrándome las puertas en la cara.
Pienso en golpear hasta que me reciban de nuevo cuando se me ocurre que podría ser una mala idea. A sabiendas de que estoy sola a mitad de la calle, cualquiera podría venir a por mí. Apoyo mi espalda a la pared, desesperanzada. No puedo creer que Galilea me haya dejado. Sopeso mis opciones. Estoy enojada y lo último que quisiera hacer es hablar con ella ahora, aunque ciertamente merezco una explicación. No. ¿Cómo podría justificar esto? Por mi parte yo ni siquiera puedo volver a casa, tendría que confesarlo todo y mis padres no sólo se decepcionarían, me castigarían de por vida. Me parece que no tengo escapatoria, por lo pronto debo volver con la traidora, eso si consigo llegar viva.
No sé muy bien en donde estoy pero creo que si salgo a la avenida podría ubicarme mejor. Miro de un lado a otro y no veo un ser humano. Echando a andar concluyo lo pésima que fue la idea de venir, ¿En qué estaba pensando?
Entonces lo recuerdo.
El concierto apenas si empezaba cuando Nathaniel se fijó en mí. Sí, sí, estoy segura. Me miraba. Me puse muy nerviosa y... Me desmayé. Fue por él.
Pateo el suelo con frustración al tiempo que camino ¿Cómo pude ser tan tonta? ¿Y cómo es que Galilea pudo ver que caía al piso y no hacer nada? Grito sin pensar y me callo de inmediato, pues escucho algo tras de mí. Me detengo, aterrada.
–Muy bien...– murmuro, volviendo con lentitud mi vista hacia atrás.
Nada.
Respirando de nuevo, retomo el ritmo.
–Dioses sagrados, por favor. Lo merezco, lo sé, pero perdónenme esta vez.
Pienso en mis padres, han de estar dormidos. Extraño mi casa, ¿Debería ir hacia allá?
Un chirrido de neumáticos rompe en la oscuridad, seguido de gritos eufóricos. Dos motocicletas se acercan a máxima velocidad por la calle donde me encuentro, sus luces altas me enceguecen. Siento como mis piernas flaquean pero me obligo a correr hacía la avenida, una oleada de nervios me provoca las nauseas más terribles. Jamás había enfrentado un peligro real porque nunca me había expuesto tanto pero ahora era diferente. Lucho contra el nudo en mi garganta y me apresuro sin mirar atrás. Los neumáticos que me siguen parecen aumentar su velocidad pues el motor ha rugido, sé que me alcanzarán en no más de diez segundos.
–¡ALGUIEN QUE ME AYUDE, POR FAVOR!– grito entre gemidos sin dejar de correr, consciente de que aunque me escuchen nadie saldrá en mi rescate.
Estoy corriendo tan rápido que vomitaré el corazón en cualquier momento, una de las motocicletas me sobrepasa, golpeando el suelo con un bate de hierro justo cuando pasa por mi lado. Girando con brusquedad a unos metros delante de mí hace rugir el motor de nuevo. Estoy atrapada entre las dos máquinas que han dejado de moverse para alargar mi sufrimiento. Pasando la vista de una a la otra, distingo que cada una lleva encima a un par de hombres, quiénes lucen frenéticos, dementes, excitados por la presa que han encontrado. Los dúos se observan entre sí, intercambiando ideas supongo. Echando a andar de nuevo, corren en círculo en torno a mí, haciendo cualquier clase de ruidos maniáticos. Tengo tanto miedo que no me puedo mover.