—¡Mira, mira! —grita señalando al cielo.
Estamos en medio de la nada, tumbados en el césped, ella tiene la cabeza acostada encima de mi torso y yo la rodeo con mis brazos. Le hago caso posando la mirada dónde apunta su dedo, pero no veo más que estrellas y oscuridad.
—¡Has tardado mucho! —me regaña.
—¿Qué había? —pregunto.
—Ha pasado una estrella fugaz.
—¿Enserio?
—Si y te lo has perdido —apoya la barbilla en mi pecho, —ahora no podrás alardear diciendo que has sido de los afortunados que han logrado ver una. En cambio yo sí.
Me ofrece una sonrisa pícara y yo se la devuelvo, detallando lo hermosa que se ve con la luz de la luna sobre su piel.
—Te equivocas, yo ya he visto una —confieso.
—No te creo. ¿Cuando? —indaga.
—La ví por primera vez hace unos meses y desde entonces me ha perseguido con su mal humor.
Suelta una carcajada.
—Yo no soy malhumorada y ¿me estas comparando con una estrella?
—Si, ¿sabes por qué? —niega con la cabeza –porque llegaste a mi vida como una, de repente. La iluminaste con tu brillo propio, haciendo que los momentos que pasaba a tu lado fueran una experiencia única e inolvidable. Asi que ¿para que ver una sobre el cielo, si soy afortunado al tener una entre mis brazos aquí y ahora?
Nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro, creando una conexión únicamente nuestra.Y es en ese momento que me doy cuenta de lo afortunado que soy al tenerla y me prometo a mi mismo luchar. Por ella, por un nosotros.
Luchar para que nuestro amor no se acabe y terminemos siendo como la mayoria, fugaces.