—Serás terca —señaló mi mano hinchada—. Mira como la tienes.
—Ya di mi última palabra, Alex.
Suspiró, murmuró por lo bajo, se quejó, tiro de su pelo, pero al final claudicó. Por mucho que no quisiera hablar, en el fondo seguía preocupándose por mí y sabía que la mejor opción era tomar lo que había dictado.
—Quisiera poder contarte hasta el último detalle, pero no puedo Amara, porque no sé cómo manejar la situación, ni lo que se me viene.
—Alex, estoy aquí porque quiero ayudarte con lo que te está pasando, pero si no me cuentas no puedo ni siquiera entenderte —explique empezando hartarme de la escusa de no poder contarme.
—Lo estoy solucionando, eso es lo único que por ahora puedo contarte —confesó mientras su cara no reflejaba tranquilidad—. Decidí alejarme de ti para poder afrontar esto con la cabeza fría, suena mal cariño, pero era lo mejor. Cuando todo vuelva a estar donde debería y el tema quede resuelto, te prometo que te lo explicaré hasta en lo más mínimo, solo confía en mí.
—Tus desvaríos no me sirven, Alex —me duele que solo me des vueltas—. No confías en mí y eso solo muestra que no vamos a ningún lado.
Me dolía que no confiara en mí, como yo lo hacía en él. Me fui, necesitaba estar sola. Me había pasado la noche poniendo distancia entre nosotros y ahora no iba a hacer la excepción.
No quería arruinar la noche de Sue, pidiéndole que me llevará al hospital y luego a casa, pero tampoco tenía muchas opciones. Me encontraba demasiado lejos de la ciudad, como llamará un taxi, llegaba mañana al hospital.
—¿A dónde crees que vas? Estamos hablando —volvió a detenerme, pero esta vez teniendo cuidado de no lastimarme.
—No, ya terminamos de hablar. No quieres contarme lo que sucede y te lo respeto, pero no esperes que me quede aquí como si no me hubieses alejado ya antes.
Vi como en sus ojos se reflejaba un atisbo de dolor y desesperación, pero no iba a flaquear en mi decisión de irme. Cuando él quisiera contarme lo que sucedía, entonces podríamos volver a estar bien.
—Espera, Amara —me adelantó e interpuso en mi camino—. Déjame llevarte al hospital.
—No hace falta, Alex —no lo mire a sus perfectos ojos color café, no podía—. Puedo pedirle a ...
—No vas a pedirle a nadie que te lleve porque lo haré yo —sentenció guiándome a una camioneta negra.
No hice preguntas sobre su moto o del vehículo en el que íbamos. El trayecto fue más silencioso de lo normal, el ambiente estaba tenso. Estiré el brazo y conecté la radio. Empezó a sonar por los altavoces Atlantis de Seafret
Nunca me retractaré de las cosas que dije
I'll never take back the things I said
Tan arriba, lo siento bajar
So high above, I feel it coming down
Ella dijo, en mi corazón y en mi cabeza.
She said, in my heart and in my head
Dime por qué esto tiene que terminar
Tell me why this has to end
Oh, no, oh, no
Oh, no, oh, no
No puedo salvarnos, mi Atlántida, caemos
I can't save us, my Atlantis, we fall
Construimos esta ciudad sobre terreno inestable
We built this town on shaky ground
No puedo salvarnos, mi Atlántida, oh, no
I can't save us, my Atlantis, oh, no
Lo construimos para derribarlo
We built it up to pull it down
Me entraron unas ganas inminentes de llorar. No, no lloraré. No dejaré que esta situación pueda conmigo. Me dolía ver como estábamos tan cerca dentro de este auto y tan distanciados en la realidad.
Entramos por las puertas de urgencias del hospital. Jolín, mi padre tenía amigos en este hospital, como registrará mi nombre, la probabilidad de que lo llamarán y apareciera era muy alta.
—Vamos a registrarnos y pasemos a consulta —colocó su brazo en mi espalda baja y me guío hasta la recepción.
—No, esperaré aquí mi turno —me dirigí a una de las sillas de la sala de espera de urgencia.
—No digas gilipolleces —me detuvo Alex, volviendo a guiarme a recepción—. No vamos a esperar aquí horas, cuando con solo decir tu nombre vas a tener atención inmediata.
—No quiero, Alex —volví a detener el camino—. Es que no te das cuenta, en cuanto diga mi apellido, llamarán a mi padre, tiene amigos aquí y te has parado a pensar que le voy a explicar cuando me vea con la muñeca torcida y en tu compañía en un hospital con estas pintas que traemos.
Lo vi pensar a toda velocidad y volvió a guiarme contra mi voluntad hasta donde estaba la chica de recepción, que enseguida se desvivió por atenderlo.
—Es que no has escuchado lo que te he dicho.
—Quieres dejar de retorcerte como si te estuviera forzando...
—Es que me estás forzando, cuando ya te he dicho que no quiero —lo interrumpí.
—Quieres confiar en mí, pequeña —cuando escuché el apelativo algo dentro de mí se suavizó—. Vamos cariño, no pasará nada, mañana podrás contarle a tus padres una trola.
Me dejé llevar hasta la chica que no había dejado de observar a Alex desde que habíamos entrado. No la culpo en su momento yo tampoco hubiera podido dejar de mirarlo.
—Buenas noches, señorita Williams —leyó en la chapilla que llevaba la chica a la altura del pecho—. Somos los señores McCasthy —ostras, acababa de decir lo que creo que ha dicho—. Mi esposa se ha torcido la muñeca, mientras... Bueno, usted sabe —le di un codazo para que dejara de inventar, mientras la chica se sonrojaba.
—Necesito unos pequeños datos de su esposa antes de hacerlo pasar a la consulta del doctor Alonso —informó la chica, un poco tímida, debía de ser nueva—. Nombre de su esposa.
—Amara de McCasthy Grandstaff —una corriente recorrió mi cuerpo al escuchar nuestros apellidos unidos en una sola frase junto a mi nombre— Dieciocho años... —deje de escuchar mientras Alex continuaba dando mis datos—... Somos recién casados... este verano... estábamos celebrando nuestro mes de casados y nos hemos venido muy arriba por lo que puede apreciar por la muñeca de mi esposa.