Elena.
No podía fingir que no estaba nerviosa, que las manos no me temblaban a medida que subía con calma el cierre del vestido de novia de mi mejor amiga que no dejaba de mirarse con lagrimas frente al espejo en la habitación de hotel en la que nos encontrábamos.
No podía mentirme a mi misma y decirme que no me estaba afectando el saber que lo vería hoy, que tendría que enfrentarme a él luego de estos meses sin atreverme a pensarlo siquiera.
—Elena, tengo miedo. —La voz de Emma vaciló debido al nerviosismo. Reí por lo bajo acomodando un poco sus mangas en la parte trasera—. No te rías, tonta.
—Emma Brown —susurré, graciosa. Se veía tan hermosa en ese sencillo vestido de tirantes y encaje que me detuve a admirarla por varios segundos—. Estás preciosa.
La abracé desde atrás, recibiendo su cabeza al momento en que se apoyó en mí encontrando sus ojos con los míos a través del espejo.
—Gracias por estar aquí —masculló sin dejar de mirarme.
Sabía que lo apreciaba, y pese a que fuese difícil, quería estar aquí para ella, disfrutar esto a su lado como nos lo prometimos desde hace años. Emma había estado para mí en los peores momentos de mi vida, sosteniendo mi mano cuando le dije adiós a mamá, permitiéndome llorar en su hombro y animándome seguir con mis sueños aun cuando ella se desmoronaba por dentro.
Cuando conoció a Nicholas hace tiempo, tenía miedo por ella. No quería que le rompieran el corazón porque siempre daba de más y no lo sabían valorar. Yo era el ancla de su barco y ella el farol del mío. Siempre había sido así.
Pero él estuvo a la altura de mi mejor amiga y nunca la vi tan feliz como el día que me dijo que se casaría con el hombre mas maravilloso y que tendrían un bebé en un par de meses. A pesar de que mi corazón seguía quebrado en mil pedazos, una parte se reconstruyó al momento en que la vi feliz, su felicidad era la mía y si una de las dos mantenía la sonrisa en su rostro, la otra encontraría la forma.
—¿Qué te mantiene pensativa? —me atreví a preguntar, la sonrisa desvaneciéndose de mi rostro al verla dudar—. Emma...
—¿Recuerdas cuando hablábamos de como serían nuestras bodas? —Sí, lo hacía. Hablaba de ello solo porque a ella le encantaba imaginarlo. Yo era mas de esperar a que la corriente me llevara, pero Emma era del tipo que quería la boda de sueños que leía en sus libros de romance—. Pensé que papá me entregaría, creía que en algún punto él se arrepentiría de todo lo que hizo.
—Emma, no te atrevas a llorar —la reprendí mas que todo para que se olvidara del tema de su padre. Como me fastidiaba ese tipo—. Él no está aquí, pero en su lugar, dos de los hombres mas guapos te van a entrar a otro hombre guapo —me burlé un poco, fingiendo que no me importaba pensar en su hermano.
Ella me observó, dudosa, deshaciendo mi abrazo antes de girarse.
—Sé que es difícil para ti, Elena. —Posó sus manos sobre mis hombros, lanzándome una sonrisa—. Y que debes odiar a Elijah por lo que te hizo. El hecho que estés aquí... —su voz se quebró.
—¿Recuerdas esa canción que cantábamos cuando las mierdas estaban tan jodidas que preferíamos reír para no llorar? —inquirí con mis ojos clavados en sus orbes grises tan vivos como nunca los había visto, llenos de alegría. Ella sonrió al mover su cabeza en un gesto de afirmación—. Al final terminábamos llorando —reí.
—Alaia es mi pequeña estrella —habló refiriéndose a la pequeña niña con cuyo padre se iba a casar. Emma la amaba como si fuera suya y esa hermosa niña la adoraba—. Pero tu y yo, Elena, siempre seremos la estrella de la otra.
Asentí, tirando de ella para abrazarla. Mi mejor amiga se iba a casar, carajo.
—Cuando el sol brille, brillaremos juntas —repetí entre risas la canción—. Te dije que siempre sería tu amiga, Emma Brown.
—Te mereces el mundo, Elena. —Me miró—. Y ni mil crudas amorosas te van a arrebatar esa luz que tanto te costó conseguir.
—¿Tu crees?
—Tu madre estaría muy orgullosa de ti, Elena Williams —anotó sosteniéndome la mirada—. Y Jacob aunque no haya sido el mejor padre, también lo está.
Abrí la boca para replicar lo de mi padre, pero los toquecitos en la puerta me interrumpieron.
—Llegaron tus escoltas. —Me aparté tras darle un último abrazo—. Ve bajando con ellos que yo me tomaré unos minutos.
Asintió en comprensión. Ella sabía que no quería ver a su hermano mas de lo necesario, y aceptaba que quisiera mi espacio. Sabía que algún día debía superar los sentimientos por él, puede que incluso ya lo estuviese haciendo, pero la herida se sentía muy reciente como para dejarlo pasar. Y ya habían pasado un par de meses.
—No tardes.
—No lo haré.
La vi marcharse, escuché las risas al momento en que se encontró con sus dos hermanos, pero no salí hasta que tomé el aire suficiente para armarme de valor y así avanzar.
Tomé mi lugar como madrina al momento en que bajé las escaleras directo al jardín del hotel dónde se llevaría a cabo la boda. El personal ya estaba en posiciones esperando a la hermosa mujer cuyos ojos no vacilaron ni un segundo al posarse sobre el hombre esperando por ella en el altar.
Los ojos de Nicholas brillaban de felicidad y su sonrisa le iluminaba el rostro en tanto miraba a Emma caminar de la mano de su hija directo a sus brazos. Alaia no se le despegaba a Emma, pero una vez su padre sonrió, corrió a él, lanzándose a los brazos del hombre trajeado que besó sus dos mejillas al recibirla.
Con cariño, le señaló a Emma y todos escuchamos claramente la hermosa risa de la niña que buscó refugió en el cuello de su padre al sentirse observada.
Emma lloró en la ceremonia, pero nunca vaciló. Ella era feliz, estaba tan llena de vida que me era imposible no sonreír a medida que la veía disfrutar de su boda.
—¿Ya nos presentaron? —Miré al imponente hombre que llamó mi atención con su voz gruesa. A mi lado, unos bailarines ojos marrones me observaban con gracia—. ¿Y bien?
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Editado: 19.04.2024