Edward.
No podía dejar de mirar el arreglo floral entrando en los brazos de un repartidor a mi oficina.
Marie tampoco.
Los accionistas con los que estaba por cerrar un acuerdo mucho menos.
Y entre todos escondían una sonrisa a medida que los tres repartidores llenaban mi oficina en Las Vegas con diversos arreglos en cada esquina.
—Eso sería todo, señor Brown. —Uno de ellos se acercó a mí bajo la atenta mirada de seis personas sobre él, tendiéndome un certificado de recibido que firmé sintiendo los ojos curiosos de todos sobre mí—. Y hay una nota en cada ramo.
Me dio una sonrisa burlona al ver mi rostro tornarse serio conforme miraba alrededor los distintos tipos de flores lilas y amarillas. Mis ojos cayeron indudablemente en la mujer de mediana edad que estaba por indicarles la salida a los repartidores, queriendo escabullirse de mi presencia.
—Al terminar la reunión te espero aquí, Marie.
—Tienes otra reunión.
—Cancélala —dictaminé, serio.
Las sonrisas burlonas cesaron, ninguno preguntó nada y yo terminé una reunión de tres horas con varios de mis colegas queriendo sonsacarme información con respecto a cada uno de los ramos. No tenía que leer las notas para saber de que se trataba, claro que no, sabía perfectamente quien estaba tras cada flor y no podía evitar pensar en ella cada noche que iba a dormir.
Habían sido dos semanas que se me hicieron eternas entre mis ganas de solucionar los problemas en Las Vegas y mi viaje a Londres a visitar a mi padre, el cual tal como lo supuse, no preguntó y me ayudó a solucionar un par de asuntos en la empresa en su lugar, haciendo llamadas que pedí para conseguir cierta información sobre los Campbell.
No había hablado con Elijah, pero había meditado muchas cosas en su lugar, como el hecho de que debía hacerle frente a que él y Elena fueron mas que amigos, a que eso había pasado y a que debía confiar en que él no estaba enamorado de la mujer que yo amaba.
Por otro lado, el miedo a encarar a Elena había disminuido. Necesitaba mi espacio, tiempo para asimilar muchas cosas, me aventuré a una relación con ella porque lo deseaba demasiado, y aunque la amaba, nunca me tomé las cosas con calma al querer darlo todo para que ella se sintiera amada. Le estaba dando todo y me estaba olvidando de vivirlo con ella.
Quería vivir la experiencia completa con ella.
Y ella quería demostrarme que estaba ahí.
Sus llamadas, sus mensajes, las fotos que enviaba como si la vida siguiera igual y yo no me hubiese alejado...todo me ponía un paso mas cerca de levantar el teléfono y pedir disculpas por alejarme. Solo que realmente no sentía culpa por haberla dejado. En el fondo, quería que luchara por mi, quería que me demostrara algo y en el proceso, también quería pensar las cosas. Pediría disculpas por no llamarla antes de partir, pero no por irme.
Marcharme era algo que necesitaba. Tomarme un tiempo y un respiro para enfocarme en el trabajo no era lo que planeaba, pero me sentía aliviado por hacerlo. Tomar decisiones por impulso y hablar cuando aún estaba alterado no era lo que tenía que hacer hace dos semanas y lo sabía. Elena no se merecía que explotara enfrentándola con mis miedos como lo hice con Elijah.
—Sé lo que vas a decirme —comenzó Marie al ingresar, quedándose junto a los lirios que dejaron en la repisa junto a la puerta—. Son lindas.
—Ella tiene buen gusto.
—¿Ella? ¿Quién? —Se hizo la desinteresada cuando realmente fue quien ayudó a Elena a que enviaran esas flores aquí. Seguramente no le dijo donde encontrarme, pero si que se hizo cargo de todo para que llegaran—. ¿Fue una señorita? ¿Lo sabe la señorita Williams?
Sus ojos intrépidos se fijaron en mí, tomando una de las notas en el proceso como si le pertenecieran.
—Léela —pedí, sabiendo que Elena era todo menos discreta. Sus mensajes me daban los buenos días en las mañanas, pero por la noche era todo menos tímida con sus palabras perversas para captar mi atención—. Se me olvidó como leer de repente.
—Me alegra que en estos tiempos haya jovencitas enviando cartas —soltó con una sonrisa, desdoblando la nota que sacó de los lirios—. Y las escribió ella, que hermoso.
Su voz era de completa dulzura. Así era Marie. No podía estar enojado con ella, no cuando solo quería que yo decidiera atender a los mensajes de Elena al verme tan perdido estos días. De no ser porque respetaba mi espacio, ella misma le habría dicho donde encontrarme y encerrado en una habitación con ella.
—A ver —carraspeó, colocándose bien sus lentes sobre el puente de su nariz—. Edward Brown, eres un completo imbécil, pero te quiero así. —Su voz cayó en lo que mi sonrisa se ensanchó—. Estoy furiosa, enojada hasta los huesos contigo, pero también te extraño. —Esta vez, sonrió un poco. Me cruce de brazos, esperando—. Mi cama se siente solitaria estos días, lo sabes, te lo he dicho. Voy a comprarme un maldito vibr... ¡Dios mío! ¡No pienso seguir leyendo esto!
La nota cayó a sus pies al momento en que se dio la vuelta y prácticamente corrió lejos de mi oficina sin molestarse en cerrar la puerta, diciendo lo corrompido que estaba el mundo. Mi risa fue inevitable. Marie era demasiado para mi cordura.
—Ay Williams —suspiré, recogiendo la nota del suelo para con una sonrisa, terminarla de leer—. Tú no vas a comprar un maldito vibrador.
Tamborileé con la nota entre mis dedos, mirando mi teléfono con recelo antes de levantarlo, pidiéndole a mi otro secretario que prepararan mi avión ya que Marie estaba demasiado escandalizada con lo que leyó como para hacerlo ella.
Sin embargo, no pude concentrarme mucho tiempo en el trabajo mientras esperaba a que Brandon me avisara si todo estaba listo, me quedé observando la pantalla, detallando la línea de mensajes sin responder que llenaba mi bandeja.
Catorce «buenos días» en todas sus presentaciones.
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Editado: 19.04.2024