Edward
No podía recordar cuando había sido la última vez que las manos me habían sudado de esta forma. El corazón me latía con fuerza contra las costillas y no sabía si estaba funcionado el bombeo porque sentía como si en cualquier minuto fuese a detenerme mientras pasaba mis dedos por la pantalla del celular, encendiéndola cuando quería apagarse con el número de Elena brillando en ella.
—Solo es una llamada, Edward —susurré, reteniendo el regalo sobre la mesa que no sabía si enviar o llevar. Quería llamarla primero para no tomarla con la guardia baja, pero al mismo tiempo me gustaría ver su reacción en primer plano—. Dios.
—¿Ya te animarás a llamar o seguirás mirando la pantalla por otra hora más?
Apreté los ojos, acoplándome a la voz burlona de Marie ingresando a mi oficina. Las cosas habían sido un lio anoche luego de salir de la reunión con Jacob, para poder agendar a Elena todo el día de hoy, tuve que adelantar un par de reuniones con algunos extranjeros y Marie accedió a quedarse hasta que terminara a media noche.
No sé que demonios haría sin esa mujer cuando se retirara.
—¿Por qué siempre estás ahí, acechándome? —me burlé, ocultando mi nerviosismo—. Hay algo que se llama privacidad.
—Dejaste de tenerla conmigo al igual que el imbécil de tu hermano cuando me obligaron a atender a las jovencitas que dejaban a un lado... —Abrí la boca dispuesto a refutar, pero elevó una de sus cejas, retándome a hacerlo—. No eres un santo, Edward, y aunque Elijah sea un demonio, tu no llegas al puesto de ángel del bien solo por descarte.
—¿Desde cuando me hablas así?
—¿Con la verdad?
—Eres mala.
—Soy honesta —dijo sin más—. Y levanta ese teléfono o vete, porque estoy segura que tienes a todos en la oficina esperando al momento en que lo hagas.
—Eso no es verdad.
—¿Quieres apostar?
Cerré la boca, sabiendo que los chismes corrían por ahí. Mi relación con Elena se convirtió en el tema central de esta oficina desde que se comenzó a pasear por los pasillos, sonriéndole a todos. Mis empleados la amaban mas que a mí eso era seguro, era de las que iba a la cocina por café para mí y volvía con uno de los internos corriendo tras ella con decenas de vasos para el resto.
Ella era la mejor.
Tomando el ramo de rosas, las dos cajas de regalo y la poca valentía que tenía encima, bajé al parqueadero, optando por conducir mi auto en vez de pedirle a mi chófer que me llevara. No sabía como iban a terminar las cosas con ella, tal vez querría hablar en otro lado y necesitaba algo de privacidad que no me daría el hombre en la cabina de adelante cuando no pudiera contenerme hasta llegar a casa para comenzar a hablar.
Su departamento no había cambiado en lo absoluto. En las escasas semanas que me alejé. Dios, estaba tan nervioso que mi mente buscaba la forma de enfocarse en algo que no fuese el temor por lo que me diría. Esperaba una bofetada realmente. No contesté sus mensajes y debía estar mas que molesta.
A su manera.
Toqué el timbre, dejando todo atrás. Tal vez debía regresarme por las flores o quedarme aquí y esperar a que alguien me lanzara una cubeta de agua encima. Hoy no tenía turno así que si no estaba aquí, no tenía ni idea en donde podría hallarse porque Emma me dijo que solo habló con ella en la madrugada y se escuchaba agitada.
Abrí la boca, a punto de soltar una disculpa cuando el chirrido de la puerta al abrirse llegó a mis oídos, sin embargo, la melena negra de Elena no me recibió sino la de Sasha cuyo ceño se profundizó al escanearme.
—¿Qué haces aquí?
—Buenos días —suspiré, mirando tras de ella para notar solo un departamento vacío—. ¿Está Elena?
La seriedad inundó el rostro delicado de Sasha, la cual dio un paso al frente, bajando algunos escalones que la dejaron un poco a mi altura. Luego, tras esperar un discurso enojado que nunca llegó, soltó una estruendosa carcajada que opacó cualquier rastro de seriedad en su mirada.
—Ustedes dos son un maldito dolor de muelas —se burló—. Esto debe ser una broma.
—¿A qué te refieres? ¿No quiere verme?
—Elena no está, Edward —cortó mi angustia y su risa—. Anoche la llamaron y había una plaza para un Congreso que estuvo esperando durante meses. Tomó la oportunidad y se fue por un par de días.
—¿A dónde?
—Como si yo te fuese a decir —respondió, dándome una sonrisa ladeada—. Realmente no sé muy bien donde está, tenía miedo de que abriera la boca y le contara a Emma realmente.
—¿Cuándo volverá?
—En cualquier día que no sea su cumpleaños. —Se encogió de hombros—. Dejó su celular para que Jacob no la molestara —agregó al verme intentar buscar el mío—. Sabes como es.
—Necesito hablar con ella.
—No es cuando tu quieras, Ed, sino cuando se pueda. —Sacudió la cabeza, cansada—. Ella volverá, no es como si fuese a permanecer toda su vida lejos. Tú tuviste tu espacio, dale a ella el suyo ahora.
—¿Podrías avisarme cuando llegue?
—¿Vendrás aquí todos los días si no lo hago?
—Probablemente.
—Entonces no te avisaré. —Sonrió con maldad—. Sufre, Edward Brown, porque yo me he soportado muchos insultos en tu dirección por no responder a sus mensajes.
—Eso no suena justo.
Pese al vacío en la boca de mi estomago, sonreí un poco, asumiendo que no daría con ella el día de hoy.
—No le digas que estuve aquí.
—Ten por seguro que no le diré —respondió—. Y no porque tu me lo pidas, sino que no voy a generarle una ansiedad nada más regresar. ¿Quieres verla? Entonces busca la forma. Ella apreciará eso mucho mas que si te quedas esperando una llamada de mi parte para avisarte que llegó.
—Eres malvada.
—Busco lo mejor para mis amigas, Edward Brown. —Dio un paso atrás, acomodándose el pijama azul que le llegaba a los talones—. Y me gusta que sufran en el proceso. Si no te duele, no es real. No es bueno vivir de fantasías e ilusiones.
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Editado: 19.04.2024