Capítulo IV: Lucifer me hace una visita.
En estos momentos en la cafetería...
— Hola Gabriel — saluda con una gran sonrisa en su rostro.
— Lucifer — masculle.
Le tenía frente a mí, él me observaba con una sonrisa divertida en su rostro. Sabía a la perfección lo que su presencia causaba en mí y que no sería capaz de atacarle aquí. Menos con mis amigos y clientes presentes. Joder.
— ¿Qué quieres? — espete.
— Tranquilo — ríe con cinismo —, Sólo he venido a visitar a un viejo amigo y a contar lo bien que lo ha estado pasando Lilith en el infierno — suelta una carcajada.
— Hijo de puta — ladre y me acerqué amenazante a él.
— ¿Harás un escándalo aquí? — pregunta divertido por mi reacción —, No creo que te convenga y menos con tanta gente presente — una sonrisa lobuna se expande por su rostro.
Maldito, sólo busca provocarme, debí suponer que en cualquier momento lo tendría frente a mí y que intentaría que perdiera la poca cordura que aún me quedaba...
Horas antes...
Desde ayer que me encuentro demasiado intranquilo, luego de la charla con Miguel y Anabeth que estoy así. El saber que él esta suelto y con demasiadas ganas de vengarse me inquieta.
Gonzalo noto que no me encontraba como siempre, se dio cuenta de mi preocupación y me hizo contarle mi charla con ellos. También se quedo perplejo al saber que las puertas del infierno habían sido abiertas y no es para menos.
Joder. Lucifer lo prometió, prometió que regresaría por una revancha y se supone que yo estaría preparado para ello. ¿Y si no lo estoy? ¿Y si aún sigo siendo un jodido cobarde? ¿Y si esta vez no puedo vencerle?
Demonios. Apoyo mi cabeza en la pared de mi habitación, no he pegado ojo anoche. Le estoy dando demasiadas vueltas a este asunto y ya empiezo con mis estúpidas inseguridades. ¡Joder Gabriel! Ya le has vencido. ¿Porqué jodidos dudas ahora?
Cierro mis ojos un momento e intento olvidar lo que ha pasado en estas últimas veinticuatro horas.
La puerta de mi habitación es abierta y tras ella aparece la figura de mi amigo.
Cruza los brazos sobre su pecho — ¿No has dormido nada, cierto? — suena más a una afirmación que a una pregunta.
Asiento con mi cabeza, no me apetece hablar en estos momentos. Lo veo caminar hacia mi cama y sentarse a mi lado. Adopta la misma postura que yo y observa el techo. Me conoce demasiado bien y sabe que en momentos como estos el silencio es lo que necesito.
— Puede que ella también haya logrado salir. ¿Has considerado la idea? — me mira expectante por mi respuesta.
Claro que lo he pensado y de verdad deseo que sea así. ¡Jodidamente espero que así sea! Es lo que más deseo, quiero volver a tenerla junto a mí.
— Si fuera así, ella ya estaría aquí conmigo. ¿Piensas que él la dejaría irse así de fácil? — masculle.
Sé que él no tenía la culpa, claro que no la tenía. Pero con alguien debía desquitar mi maldita frustración, porque así me sentía al saber que ella seguia en su poder. Reí con amargura y negué con mi cabeza.
— No sé que jodidos pensar, todo esto es complicado. Si él regresó todo se ira al demonio, habrá otra batalla y puede que otros arcángeles nos traicionen — confieso.
— Sabes tan bien como yo, que el único que se unió a él fue Rafael y que nadie más que ese imbécil te traicionara — masculla.
Y entiendo su enojo, yo también pase por ello. Bueno fueron más sentimientos que el enojo, fue la decepción, la tristeza, la furia. Entre otras.
¿Pero que otra cosa podía sentir? Había sido traicionado por uno de mis hermanos, por uno de los arcángeles más amados de todos. Uno de los favoritos de mi padre.
Ese arcángel que había luchado a mi lado en muchas ocasiones, ese que era mi hermano. ¡Todo esto apestaba! Demonios.
— Levanta tu trasero y date una ducha. Nos espera un día largo de clases y luego mucho trabajo — ordena mientras se pone de pie.
— ¡Sí, señor! — dije con burla haciendo una seña militar.
Lo veo rodar sus ojos y caminar hacia la puerta de mi habitación — Y no demores, no tengo deseos de llegar tarde por tu culpa como siempre — gruñe lo último.
— Nunca llegamos tarde — replique.
— Seh, claro Gabrielito — dice con ironía.
Idiota.
Me levantó de un salto de mi cama y camino hacia el baño. De todas maneras voy hacer todo rápidamente, así la versión gruñona de mi amigo no sale a luz. Sonreí sin poder evitarlo por mis pensamientos.
(...)
Entró en la cafetería y camino a los casilleros de los empleados. Abro mi casillero y dejó mis cosas allí. Luego me colocó el uniforme y salgo atender mis mesas.