Unos retumbantes gritos hicieron despegar mi rostro de la almohada de un salto.
—¡Despiértense niñas! —exclamó la señora.
Todas las niñas procedían por levantarse con sonrisas de mejilla a mejilla, creo que sus expresiones demostraban algún tipo de sentimiento de felicidad, eso supongo por sus sonrisas.
Todas procedimos a bajar las escaleras llegando al comedor. Todas me miraban, me señalaban y murmuraban, no me sorprende que les parezca un bicho raro, yo solo comía los cereales pero una niña rubia de ojos azules interrumpe mi desayuno.
—¿Por qué tienes un ojo azul y otro café? —curioseó aquella niña.
—Padezco de heterocromia.
—¿Hetero qué?
—Heterocromia —rechisté intentando cortar la conversación.
—Todo el orfanato habla sobre ti, dicen que eres rara.
—Lo soy.
—Me he dado cuenta ¿Tienes poderes?
—¿Por qué crees eso?
—Tus ojos, nunca he visto alguien con los ojos así.
—No tengo poderes, si no, tú ya estuvieras muerta o algo por el estilo.
—De verdad eres rara —dijo dándome una expresión de desagrado mientras se alejaba de mi.
Al terminar de desayunar todas las niñas fueron al patio de receso pero la directora del orfanato me hizo una seña para que vaya con ella. Luego de completar todos los papeles me dejaron salir a éste.
Todas las niñas jugaban entre sí pero yo preferí ir a aventurarme en el bosque que se encontraba cerca, caminé hasta encontrar el árbol más grande de toda la zona, me senté en su sombra y solo procedí por escuchar los melodiosos cantos de los pájaros. Así que esto es sentirse viva, todo esto es nuevo, aún no logro desarrollar las emociones humanas, son muy complejas e innecesaria a mi parecer. Recuesto mi cabeza contra el gran árbol y doy un suspiro. Escucho un ruido a lo lejos, era un pequeño conejo curioso, él me miraba y yo a él.
—Hola —saludé al conejo.
—¿Tienes comida?
—Tengo galletas.
—¿Puedes escucharme? ¿Tú me entiendes? —preguntó el conejo asomándose aún más a mi.
—Sí y veo que tú a mí.
—Eres la elegida, bienvenida querida Gaia.
—Me llamo Colette.
—¿Podrías darme las galletas que has nombrado?
—Toma —dije dándole el paquete entero.
—¡Muchas gracias! —respondió él conejo adentrándose felizmente hacia el bosque pero una águila hambrienta lo toma de la nuca intentando llevárselo.
—¡No! —grité y al segundo veo como el ave cae al suelo siendo incinerado por fuego.
¿Qué acaba de pasar? Miré hacia mis alrededores, no había nadie, me acerqué al ave y el conejo corrió a toda velocidad hacía el bosque. El pájaro estaba totalmente chamuscado. Mis oídos se han vuelto muy susceptibles a cualquier minúsculo ruido de mí alrededor, escucho unos crujidos provenientes del bosque y algo se abalanza detrás de mí pero en un movimiento ágil y veloz le lanzo un tronco que se encontraba en el suelo.
—Buenos reflejos niña —indicó Fenrir.
—Fenrir, ¿y los demás?
—Cumplen sus misiones, yo preferí quedarme aquí. Veo que ya has empleado tus dotes.
—¿De qué hablas?
—El pájaro, tú lo has matado en solo un abrir y cerrar de ojos.
—No fui yo, te lo juro.
—Veo que no fue intencional pero, ¿acaso no te sientes mal?, digo, emplear los poderes que conllevas; cuesta mucha energía.
—No siento nada fuera de lo normal.
—Se supone que solo llevas al alma de Gaia —indicó acercándose a mi con una expresión en los ojos de preocupación y temor— Gaia no puede incendiar cosas. ¿Quién eres? —preguntó tomando con fuerza de mi antebrazo.
—¿Qué te sucede? —pregunté asustada intentando que me suelte.
El miro fijamente a mis ojos, sus ojos se volvieron de un color café a un color miel casi amarillento, sus pupilas se dilataron, su respiración se agitó y se alejó rápidamente de mí con una expresión de pánico.
—Eres solo una niña, aún no deberías poder utilizar tus poderes, esos poderes no son provenientes de Gaia.
—Por favor, dime lo que está sucediendo —demandé acercándome a el.
—¡Aléjate de mi! —exclamó retrocediendo—. Llamaré a Lykaios, tú no portas a Gaia.
El despareció entre la maleza del bosque. No entiendo lo que está pasando. ¿Qué tengo de malo? ¿Quién soy? ¿Qué clase de entidad estoy portando?
Solo procedí por volver al patio, las niñas no estaban, entre al orfanato y una de las niñas al verme me señaló y comenzó a reírse a carcajadas
—Ella es la loca que estaba hablando con un conejo.