Había pasado una semana desde que Matt y Becca —la llorona de la habitación— llegaron.
Entre el azabache y yo habían pasado muchas cosas en tan solo siete días. Nos habíamos vuelto muy amigos y nuestra estadía en el área nueve hasta ese momento había sido monótona pero a la vez realmente tranquila. Por otro lado con Becca las cosas eran cada vez más difíciles de comprender. Ella vivía en su burbuja. No hablaba con ninguno de nosotros dos y raramente intercambiaba mas de dos oraciones con el Doctor T o siquiera con Rebecca. Ella era muy extraña y por más que intentaremos comprender el "¿Por qué?" No habían pistas del motivo de su raro y absurdo comportamiento. Claro, sin contar que estábamos en un lugar desconocido, je.
—Amado domingo, ¡Qué felicidad!
—¿Estás lista, Leigth? —preguntó el ojiazul, limpiándose el kétchup de la comisura de los labios.
Terminé de atar mis trenzas —porqué sí, para su información esta niña ya sabía atarse los cordones sola— y me bajé de la cama mostrándole mis pulgares.
—Completamente lista, Matten —dije embozando una sonrisa ladina.
Si se preguntan, aquellos habían sido unos apodos completamente originales que nos habíamos puesto. Queríamos ser chicos “en la onda".
Ambos salimos por primera vez —desde nuestros recorridos— de aquella habitación. Seguimos por el pasillo en línea recta y luego cruzamos hacía la derecha, pasando por el camino donde las paredes eran de cristal. Los científicos iban de un lado a otro como la última vez que pasé por allí.
Matt abrió la puerta al final y la luz nos hizo taparnos los ojos por inercia. Cuando nos adaptamos correctamente seguimos hasta el centro del gran campo donde había un grupo de niños y algunos adolescentes reunidos frente al doctor Peter y al doctor Heinsword —aquel que le grito a Becca el día que llego—.
No reconocía a nadie a excepción de la castaña de orbes café que se encontraba de brazos cruzados y con una expresión seria viendo fijamente hacía el frente.
—... serán divididos para que el entrenamiento resulte correcto y funcional. A continuación, Rebecca les dirá que días entrenarán los del grupo A, los del B y los días en que se mezclaran. Para así llevar un orden y que todo funcione de manera correcta —explicó Peter con su característico tono de voz sereno.
—Y si no lo hacen serán castigados de forma abrupta para que comiencen a hacer las cosas como se les ordena ¿¡Entendido!? —indicó en un tono más severo y firme el doctor Heinsword.
Rebecca dio un paso al frente en el pedestal y luego de toser un poco inició:
—Los días lunes, miércoles y viernes entrenarán los experimentos diez, catorce, diecisiete, trece y nueve. Ustedes conformarán el grupo A. Los días martes, jueves y sábado el once, doce, quince, y dieciséis. Ustedes serán el grupo B. Para las mezclas se les avisará con un día de antelación y los domingos tendrán todo el día libre.
Como yo era el magnífico —nótese lo llamado sarcasmo— "experimento 15" me tocó entrenar con el grupo B. Matt y yo no coincidimos para practicar juntos mientras que con Becca sí. ¡Dios! Rezaba para que no se comportará como lo hacía en la habitación.
Cuando llegó el momento de irnos me fui caminando a pasos firmes en dirección a la habitación ¿acaso el mundo estaba en mi contra? ¿por qué rayos tenía que ser con Becca? Me limité a gruñir por lo bajo y seguir mi camino.
Cuando iba a pasar por la puerta abierta un chico salió de repente a través de ella y ambos chocamos de golpe.
—Fíjate por donde caminas niña, podrías chocar con el experimento equivocado —dijo el chico mirándome a los ojos.
Yo no respondí de inmediato, pues estaba asombrada gracias a sus ojos. Tenía uno de color café oscuro pero el otro... era difícil de describir. Era de un color amarillo tan vibrante que no podías apartar la mirada de el.
—Lo siento, no volverá a suceder —logré decir cuando salí de aquella especie de trance.
Él se alejó no sin antes murmurar una apenas audible "Por supuesto que no". Lo vi acercarse a un grupo de adolescentes no muy lejos de mi que charlaban animadamente.
Todos llevaban trajes negros como los nuestros a diferencia de que las franjas de los lados eran de colores variados; unos las tenían rojas, otras azules, verdes, celestes... eran tantos colores que parecían chicos arcoíris.
Me apresuré en salir de allí y caminé directo a mi habitación siguiendo el flujo de niños y jóvenes que iban al mismo pasillo que yo.
●
Me encontraba sentada en mi cama peinando mi cabello, aprovechando el hecho de que estaba húmedo y, a pesar de que era lacio cuando se secaba era un completo castigo desenredarlo. Cuando estuvo libre de nudos al fin, me hice un coleta con una liga para el cabello negra así está no se notaba en medio de mi cascada de pelo oscuro.
Me acosté mirando al techo y para mi sorpresa escuché a Becca hablarme.
—Con que trabajaremos juntas... —murmuró, haciéndose notar en el silencio de la habitación.
Me acosté de medio lado para poder verla ya su cama estaba al lado izquierdo de la mía.
—Ajá.
Ella me miró fijamente y noté un dejo de tristeza en su rostro.
—Sé que mi actitud hacía ti y Matt no ha sido la mejor —comenzó a decir, enroscando un mechón de cabello castaño en su dedo índice—, pero se me ha hecho muy difícil el no estar con mi familia, y... que ustedes se vean tan tranquilos al estar aquí se me hizo realmente confuso —dio una gran bocanada de aire y soltó:—Lo siento Liesel.
Yo ladeé la cabeza y la miré a esos iris café que portaba y le regalé una sonrisa.
—Acepto tus disculpas con la condición de que no llores ¡das más miedo que la llorona! —bromeé.
Becca soltó una baja risa y asintió. En ese momento, Matt salió del baño con su pijama negra y el cabello azabache mojado haciendo que éste se le adhiriera a la frente. Él nos miró a ambas con sus orbes azules y frunció las cejas.