Pasé las dos semanas que duró el reemplazo de las escamas encerrado en la cueva, lo que me dio tiempo de acomodar mi hogar. Aunque, sin los materiales adecuados, no pude hacer mucho. Lo único que no podía faltar era el altar a mis antepasados, mi padre y los fundadores.
Esa mañana volví a surcar los cielos, dejé que el frio viento terminase de secar mis relucientes y nuevas escamas. Ahora podía moverme con mayor velocidad, así que me dispuse a buscar algo para comer. A pesar de haber estado diez días sin nada en el estómago, no me sentía famélico, por eso esta vez solo tomé a una de esas criaturas y la devoré mientras volvía a ascender. Todo pasó tan rápido que el resto del rebaño no se percató.
Ya saciado, decidí continuar con mi exploración retomándola donde la dejé. Esta vez no me permití perder tiempo intentando comunicarme con los jóvenes dragones que veía a la distancia.
Cuando llegaba la noche me refugiaba en cualquier lugar, no iba a regresar a mi hogar hasta que hubiera explorado todo el continente, quería ver cuánto había cambiado en mi ausencia.
Mi primera parada fue en la fortaleza de la última comunidad en la que todos éramos seres libres. A pesar de saber que solo hallaría ruinas, una parte de mi guardaba la esperanza de que la ciudad siguiera en pie, pero no fue así.
A pesar de mi decepción, continué con mi viaje. El aire en el ambiente cambió, se sentía la brisa marina, y a lo lejos, el basto mar. En una de sus orillas encontré (al fin) la primera gran ciudad de humanos.
Me elevé aún más, muy por encima de las nubes. Di vueltas en círculos y concentré mi vista. Observé cómo vivían. Cada cosa que veía me llenaba de curiosidad, pero era mejor mantener la distancia.
Cuando anocheció, descendí en una de las caletas para descansar. En eso, me percaté de que uno de esos raros artefactos que parecía caminar sobre el agua se acercaba a mi escondite. Dudé por un segundo, pues temí que me hubiesen visto, pero gracias a la oscuridad de la noche, no fue así.
En la costa observé a cuatro humanos con antorchas en las manos. De pronto, un quinto humano los mató. Luego le hizo señas a los del extraño artefacto. No había duda, los humanos no habían cambiado en todo ese tiempo, seguían matándose entre sí. Me sentí asqueado con ese accionar, así que decidí partir esa misma noche, ya había visto más que suficiente.
Me dirigí hacia el norte, al bosque que había visto a la distancia. No me tomó mucho tiempo llegar, y, como aún era de noche y no veía ningún peligro, me oculté entre los árboles. Sentí un extraño aroma en ese lugar, como a paz y tranquilidad.
Cuando reposé sobre los árboles más altos, estos empezaron a moverse dejando un claro de pastizal expuesto. El bosque estaba vivo y me daba la bienvenida. Recordé que, en la gran guerra, la dragona de la vida y el magistral ancestral, unieron sus magias para darle vida a este lugar. Desde entonces, se volvió un poderoso aliado. Creía que, de no ser por este bosque, hubiésemos perdido la guerra en contra de los horrores.
—Gracias, mi viejo aliado —le dije apoyando mi cabeza en el césped, mostrando el gran respeto que le tenía—. Es bueno volver a verte tan sano y fuerte como hace mil años.
Los árboles a mi alrededor se inclinaron como si me hicieran una reverencia, después, el viento sopló silbando unas palabras: “Ghaleon, aliado, amigo”.
Desperté relajado y con las energías repuestas. Los árboles se volvieron a mover dejando ver un hermoso cielo despejado. Luego de despedirme con respeto, levanté el vuelo y aterricé sobre la rama principal de un enorme árbol que se conectaba con todo el bosque. Ahí me di cuenta de que este había albergado en sus gruesas ramas a otra especie: los guardianes.
Al parecer en este tiempo las razas convivían en paz. Lo deduje porque las dos más importantes, no parecían tener sus fronteras atestadas con fuerzas militares como la última vez que los vi.
Demoré poco más de un mes en recorrer el continente. Descubrí que había más poblados, y tanto los humanos como los guardianes se habían separado en otras facciones. Algunos guardianes se fueron más al norte, al bosque helado; ahora se hacían llamar “guardianes de la luna”. En cuanto a los humanos, tenían otra facción que se hacía llamar “artesanos”.
Pero, lo que más nostalgia me dio, fue que, a pesar de lo mucho que busqué, no pude encontrar a ninguno de mis compañeros de armas. Me dolía pensar que era el último dragón inteligente de este mundo. Algo que me sorprendió, es ver que los súcubos aún seguían vivos, y que su pitonisa seguía jugando con los hilos del destino.
Por otro lado, me pareció extraño que, a pesar de mi exhaustiva búsqueda, tampoco hallé a ningún ancestral. No obstante, si los súcubos seguían vivos, eso quería decir que los ancestrales también. No era algo que me quitase el sueño, ya que, con su alto nivel de conocimiento en la magia, sería imposible encontrarlos incluso para mí, que tenía la mejor vista del mundo conocido.
Pasé los siguientes meses volando por los cielos ya sin ningún apuro. Buscaba algo con que entretenerme, incluso pasó por mi mente educar a esos jóvenes dragones, para que el conocimiento que había adquirido a lo largo de mi vida no se perdiese.
Una mañana cuando me preparaba para salir, escuché unos ruidos extraños provenientes de la montaña, como si se tratara de una lucha. Me aproximé con cautela, y a medio camino, vi a un joven guardián defendiéndose de un humano, pero no uno cualquiera, este dominaba la magia de fuego.
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Editado: 11.08.2023