Esther no paraba de dar órdenes a sus sirvientes, uno a uno los guiaba para que organizasen la fiesta de navidad que daría en la noche, su voz chillona y estridente cada vez que algo no salía como quería era insoportable a más no poder.
Agotado de todo el espectáculo, la senté en un sillón y comencé a masajear sus delgados hombros, podía sentir como uno a uno los nudos ibas ablandándose y ella relajándose al fin, su rostro se suavizó y esbozó una dulce sonrisa que sólo yo había visto en su larga vida, porque sí, a pesar de ser una cincuentona con hijos y nietos, nunca les había sonreído con tanta dulzura como a mí.
Sólo conmigo podía ser ella, en nadie confiaba como en mí, una mujer tan hermosa e indefensa, con un descomunal cuerpo, deseosa por ser libre al fin. Sólo a escondidas nos veíamos, sí, pero sólo yo podía decir que había visto esa faceta en su vida.
Le tendí una dulce copa de vino, la bebió casi en dos tragos y serví el contenido de mi boca en la suya, sorbió todo el líquido con un hambre feroz y relamió mis labios con descontrol.
Nos tomó casi dos horas liberar su cuerpo de toda tensión, con el mejor lenguaje y arte del amor. Una vez terminamos de hacerlo en tantas posiciones y quedar satisfechos, su ropa, maquillaje y cabello eran un desastre total, se excusó con una gran sonrisa, un brillo de emoción cubría su ambarina mirada, era tan bella y eso era algo que nunca podría negar.
El reloj marcó las seis de la tarde y me dirigí de inmediato a la habitación de huéspedes que me suministraron. Más feliz que una lombriz, me duché, vestí mi mejor traje, uno de colección y a la medida, color negro azabache con camisa carmesí, un vestuario digno de un demonio que posaría sus garras por doquier.
El perfume que utilicé tenía tantas feromonas que enloquecería a cualquiera que se me acercase, terminaba de peinarme cuando Carol me escribió, estaría aquí en unos treinta minutos aproximadamente, dudaba de que llegase a esa hora, pero todo orquestaba a la perfección.
Vaya que hice bien en dudar, a las ocho Carol corrió escaleras arriba al encuentro de su madre, la hija menor de la familia. Pocos minutos después y con todos los invitados esperando en el salón, Esther bajó las escaleras con cada una de sus hijas a los lados, nuestras miradas chocaron y pude percibir la emoción que sus ojos me regalaban.
Levanté mi copa sonriéndole en respuesta y ella terminó de bajar las escaleras dichosa, satisfecha de que todo estuviese marchando tal y como lo quería, con la orquesta tocando a un lado, una decoración navideña que no lucía pobre ni sobrecargada, sino perfecta como todo lo que ella hacía, todo había sito tal y como lo había planeado.
Uno, dos y tres… no me dio tiempo alguno ni de terminar de girarme y ya Carol se había prendido de mi brazo emocionada, tomó mi mano y giró con gracia para que viese su atuendo, lucía linda sí, pero no tan hermosa como su curvilínea madre, el vestido rojo que llevaba iba tan ajustado que resaltaba su extrema delgadez, la anorexia estaba acabando con ella y todos a su alrededor parecían incitarla a los brazos de Hades, al aplaudir su apariencia.
_ ¿Qué tal me veo? -exclamó Carol emocionada.
_ Hermosa -respondí con seriedad, aunque mis ojos brillaban con emoción ante el drama que se acercaba.
_ Carol cariño, ¿qué estás haciendo? -dijo su madre con irritación y una sonrisa falsa en su rostro.
_ Hablo con mi futuro esposo madre, ¿podrías darnos un momento a solas? -habló con obstinación su joven hija de casi veinte años y malcriada como sólo lo era una niña.
_ ¿Futuro esposo? -preguntó ella impactada.
Sin embargo, su hija me arrastró de la mano hasta el escenario y comenzó a bailar junto a mí la pieza que la orquesta tocaba, era una lástima que tanto lujo se malgastase el día de hoy para una fiesta que culminaría en poco tiempo en el peor de los desastres.
Vuelta y vuelta, paso y paso, los minutos se me hicieron eternos, aunque el solo imaginarme el desenlace que acontecería, me mantuvo emocionado de culminar la danza junto a Carol, como cereza al pastel, la joven se alzó en puntillas y besó mis labios frente a todos los presentes, había aprendido de la mejor a marcar territorios.
Pronto el salón se llenó de cuchicheos y aplausos, nos inclinamos en agradecimiento y caminamos de regreso a su madre, Esther nos miraba iracunda, su rostro se había bañado en rojo y su expresión parecía haber ganado años al marcarse de tal manera, con los dientes apretados, apenas y pudo hablarnos:
_ Giovanny, sígueme a mi despacho por favor.
Pocas palabras, esperaba algo más, decepcionado detuve a Carol y le susurré que todo estaría bien, mantuve un paso tranquilo atrás de su madre y tomé dos copas de vino mientras caminaba, entramos a su estudio y cerré la puerta detrás de mí, un movimiento y el sonido del pestillo sonó atrás de nosotros.
_ ¿Qué diablos significa esto Giovanny? -gritó alterada.
_ Yo tampoco sé que está pasando, esperaba que tú me lo explicases, primera vez que veo a esa chiquilla, ¿es acaso tu sobrina o algo así? -pronuncié consternado y con asco-. Bastante osada si se me permite comentarlo.
_ Es mi hija -respondió con los dientes apretados-. ¿No la conoces?
Me acerqué a ella y le tendí la copa, ingerí el interior de la mía de un solo trago y suspiré con fingida sorpresa, negué ante ella y me acerqué para arreglar los mechones de cabello que habían escapado de su peinado.