Fabio observaba a su hermano Vicente mientras caminaban juntos hacia la oficina de los Burgos. Era raro verlo tan comedido, más aún cuando su naturaleza extrovertida solía llenar cualquier espacio con su energía. Pero ese día, Vicente parecía diferente, como si algo lo mantuviera más reservado. Fabio decidió dejarlo pasar por ahora; había cosas más importantes en su mente, como la reunión con los tres hermanos Burgos.
Al entrar a la oficina, Fabio no pudo evitar sentirse impresionado por el orden y la calidez del lugar. Alessandra y Isabella estaban sentadas en la mesa, ya enfrascadas en su trabajo, mientras que Briccio, con su porte serio y su mirada dura, revisaba algunos documentos. Fabio ya había tenido la oportunidad de trabajar con las dos hermanas, y aunque Isabella había capturado su atención desde el principio, tenía que admitir que Alessandra lo sorprendía cada vez más. Su mente aguda y mordaz era capaz de anticipar posibles escenarios legales con una precisión asombrosa.
—Buenos días —saludó Fabio, dirigiéndose especialmente a Briccio, quien, aunque no tenía mucha diferencia de edad con él, siempre lo había intimidado un poco.
Briccio levantó la vista de sus papeles y asintió con un gesto de la cabeza, sin mostrar demasiada emoción.
Fabio se aclaró la garganta, tratando de aliviar un poco la tensión que sentía en el aire.
—Vicente y yo hemos venido porque queremos invitarlos a una cena familiar esta noche en casa de nuestros padres —anunció Fabio, observando con atención las reacciones de los hermanos—. Nuestros padres quieren conocerlos un poco mejor y, sobre todo, rendir homenaje a la relación que tuvieron con el Señor Gerard Burgos.
El anuncio cayó como una bomba en la sala. El ambiente se llenó de sorpresa y una cierta suspicacia. Isabella fue la primera en romper el silencio, intercambiando una mirada rápida con Alessandra y Briccio antes de responder.
—Agradecemos la invitación y aceptamos con gusto —dijo Isabella, su tono firme pero curioso—. Me interesa mucho conocer más sobre esa relación de la que hablas, Fabio. Es curioso que hasta ahora la mencionen.
Fabio asintió, notando cómo Isabella lo miraba, intentando leer entre líneas. No podía culparla; la historia entre sus familias era más complicada de lo que él mismo había imaginado, y la velada prometía ser interesante.
Horas más tarde, la familia Burgos se preparaba para la cena. Barbara, la madre de los tres hermanos, había decidido acompañarlos. Mientras viajaban en el auto, el ambiente estaba cargado de una mezcla de emociones. Alessandra, que curiosamente había llegado temprano esa vez, observaba por la ventana con una expresión pensativa, mientras que Isabella revisaba su teléfono, y Briccio, al volante, mantenía la vista fija en la carretera, sus manos apretando el volante con fuerza.
—¿Sabían que su padre y los Urriaga tenían una pequeña amistad? —comentó de repente Barbara, rompiendo el silencio en el auto.
Isabella levantó la vista del teléfono, sorprendida, mientras Alessandra giraba la cabeza para mirar a su madre con interés.
—Papá mencionó algo alguna vez, pero no pensaba que fuera tan relevante —dijo Alessandra.
Barbara asintió, su mirada se mantenía serena, pero había un matiz de tristeza en sus ojos.
—Es cierto que tuvieron una amistad —continuó—. Sin embargo, en los momentos más difíciles, los Urriaga no estuvieron allí. No porque no quisieran, sino porque no podían. Ayudarnos con dinero o inversión no habría hecho la diferencia en nuestra situación, y su padre, Gerard, no quería otro tipo de ayuda. Así que, simplemente, nos alejamos.
Briccio apretó aún más el volante, sintiendo una rabia crecer en su interior. La idea de que los Urriaga, quienes ahora se presentaban como amigos de la familia, no habían hecho nada en su momento, le resultaba difícil de digerir.
—No les guardo rencor —continuó Barbara, observando la tensión en su hijo—. Hoy sé que ellos no hubieran podido ayudarnos de ninguna manera que hubiera cambiado el destino. Gerard lo entendió, y por eso nunca les pidió más. Lo que quiero que comprendan es que su padre no era una víctima. Tomó sus decisiones, y nosotros debemos ver la situación desde una perspectiva completa, no desde el resentimiento.
Las palabras de Barbara resonaron en el auto, llenando el espacio de una comprensión nueva y un tanto desconcertante. Los hermanos, que siempre habían visto a su madre como la figura amorosa y permisiva que defendía a su padre, ahora se enfrentaban a una verdad diferente. Gerard no era un mártir; era un hombre que había tomado sus propias decisiones, con sus aciertos y errores.
Isabella, Alessandra y Briccio asintieron en silencio, cada uno procesando las palabras de su madre a su manera. El ambiente en el auto cambió, pasando de la tensión a un cálido silencio, mientras la casa de los Urriaga se acercaba cada vez más.
Al llegar a la imponente residencia de los Urriaga, Fabio y Vicente los recibieron en la puerta. Fabio, siempre caballeroso, se acercó a Isabella, ofreciéndole su brazo con una sonrisa que mezclaba respeto y algo más, una chispa que ella había aprendido a reconocer en esos breves, pero significativos, momentos que compartían. Isabella aceptó el gesto, sintiendo un pequeño cosquilleo al notar la suavidad con la que la guiaba hacia el interior de la casa.
Vicente, por su parte, no pudo evitar dejar escapar una sonrisa al ver a Alessandra. Ella le devolvió la sonrisa, un poco tímida, pero con un brillo en los ojos que revelaba un interés que ella misma no terminaba de comprender. No obstante, Vicente mantuvo la compostura, un gesto inusual en él, y se limitó a acompañarla mientras subían los escalones.