En el bosque, a la entrada del campamento de los patrulleros.
Frente a los grupos de Leiza y de Seip, se levantaron los cuerpos rocosos de varios gigantes de piedra, quienes tenían un tamaño cercano a los veinte metros con el que podían aplastar con facilidad a todos los exploradores juntos. Los enormes seres voltearon hacia el suelo, mirando fijamente a quienes interrumpieron su sueño. Uno de ellos se movió rápidamente —tan rápido como su especie se lo permitía, pues los hombres de piedra eran seres con una velocidad limitada— y se inclinó hacia abajo para estirar su enorme brazo, eclipsando la luz para quienes yacían en la hierba. Dentro de esa recién generada penumbra, Leiza temía ser aplastada en un instante.
Al acercarse más la mano de piedra al piso, Zaz saltó sobre el alargado dedo índice extendido y comenzó a escalar el cuerpo del colosal ser. El gigante alzó el brazo y enfocó su total atención en quien caminaba sobre su extremidad. Todos los seres de piedra restantes formaron un círculo alrededor de su compañero y miraron atentamente a Zaz, quien nunca podría lidiar con tantos oponentes de esas dimensiones al mismo tiempo. Otro hombre de piedra acercó su brazo hacia donde corría el encorvado sujeto escalador, permitiendo que éste saltara a su cuerpo; posteriormente un tercer hombre hizo lo mismo. El proceso se repitió una y otra vez, como si todos se pelearan por dejar que Zaz los recorriera. Seip comentó con una sonrisa en la cara:
- Son como niños. Están felices de ver a su amigo, nunca dejan de extrañarlo.
-¿Esos gigantes conocen a Zaz? –Preguntó Leiza.
-Sí, no te dejes intimidar por su gran tamaño. Su exterior es de piedra, pero por dentro son como unos terrones de azúcar. Llevan años cuidando el bosque con la ayuda de tu amigo. Lo quieren mucho. Por eso sabía que tenía que traerlo al campamento para alegrar a las tropas… ¡No se diviertan tanto! ¡También debe visitar a los guardianes del otro extremo! –Les gritó Seip a los hombres de piedra que jugaban entusiasmados con el saltarín Zaz.
Después les pidió a Leiza, Mity y Luespo que lo acompañarán a entrar al campamento. Les explicó que el acceso norte era resguardado por esos seis gigantes de piedra mientras que, en el lado sur, un número igual de guardianes protegían la entrada. Al interior del campamento se encontraban poco más de cincuenta humanos que formaban un grupo de patrulleros que resguardaban los linderos de Valle Roble, una acción que le pareció un sinsentido a Leiza.
-Pero ¿para qué patrullar? Yo vivía a las orillas de la ciudad y jamás supe de alguna amenaza de invasión.
-Esa paz de la que hablas no es natural. Se lo debes a estos hombres comunes aquí presentes que no reciben ningún crédito –Replicó Seip con seriedad–. Si por tu rey fuera, todos ustedes ya habrían sido arrasados hace varios años. El rey de tu pueblo es un cretino inhumano.
-¿Cómo puedes hablar así de tu compañero de lucha? ¡El rey es un héroe nacional! Gracias a él obtuvimos paz después de la opresión de la familia Móruvel.
-Sólo ha cambiado el rostro del opresor, niña, nada más. Al finalizar la lucha de revolución, los sobrevivientes decidimos que ese hombre quedaría en el poder, los demás recibimos posiciones importantes como recompensa a la participación en la revuelta. Yo fui nombrado Coronel de Defensa en Valle Roble, pero en cuanto supe las políticas del nuevo monarca, quedé decepcionado de haberme manchado las manos en la guerra junto a ese hombre. Para él la vida de la gente humilde es prescindible. Ve en la existencia de esas personas a un recurso del que se puede disponer para fines estratégicos.
-No entiendo nada. Explícate, Seip.
-¿Nunca te has preguntado por qué no hay una muralla que divida el reino del exterior? ¿Por qué tu casa estaba tan próxima al bosque en donde habitan tantos seres peligrosos? Porque el rey se negó a invertir en la protección de esa gente, consideró que esos terrenos servirían perfectamente para anunciarle la presencia de invasores, ralentizando cualquier ataque al reino y desviando la atención del enemigo con habitantes insignificantes. Esa porción de territorio le compraría suficiente tiempo para montar una contraofensiva de calidad. El miserable del rey decía que las zonas pobres siempre se pueden repoblar, y que no hay mucha preocupación para reconstruir algo que siempre estuvo en ruinas… Al escuchar eso salir de su boca, presenté mi renuncia de inmediato y dejé de vivir en ese reino. Ese día murió la Gran Revolución para mí.
Leiza no daba crédito de escuchar a la araña Seip, un ícono nacional, decir esas cosas del máximo héroe histórico. Desde pequeña aprendió que los grandes salvadores de Valle Roble eran un conjunto de seres ejemplares que arriesgaron todo por el bien del reino. Jamás imaginó que existieran rencillas entre ellos.
-Entonces ¿qué pasó con todos ustedes después de la Revolución? Pensé que todos serían aliados.
-Inicialmente la mayoría de los sobrevivientes creímos en instaurar un cambio y nos agrupamos para crear un gobierno distinto. Sólo hubo un hombre que se negó a tomar parte en este proceso, pues nunca le interesó involucrarse en asuntos políticos. Este hombre era Rioya, quien terminó siendo la peor pesadilla del rey. Probablemente habría sido capaz de derrocarlo, de no ser por el lamentable suceso que nos derrumbó a todos. Una traición que nunca nadie vio venir.
Editado: 29.04.2022