Salí de casa a paso lento. Ya era más tarde de lo acordado, pero por primera vez me permití caminar despacio y disfrutar del aire mientras intentaba relajarme.
Sentía la presión en mi pecho de tener que liberarme, de tener que desahogarme después de mucho tiempo y pensé que caminar me ayudaría en algo, al igual que el aire que pegaba con fuerza contra mi rostro. Mi corazón latía agobiado y con algo de velocidad, mi mente era la única responsable de eso. Solía ocurrirme regularmente, por ello trataba de no pensar demasiado en las cosas.
Por tres años había luchado ya con ese sentimiento; no conocía el nombre, no sabía como llamarle específicamente a ese vacío albergado en mi pecho. ¿Impotencia? ¿Enojo? ¿Decepción? ¿Dolor? Tal vez era una mezcla de todas ellas juntas, no lo había descifrado con exactitud.
Caminaba entre las calles hasta la cafetería en la que me reuniría con mis amigos. Stars Coffe se había convertido en mi otro hogar y mis amigos en parte de mi familia. Agradecía salir del lugar al que le llamaba "casa" porque la había convertido en una especie de prisión de seguridad específicamente solo para mí.
No entendía como había terminado así. Veía a mi yo de tan solo cuatro años atrás y no comprendía cuando y como había sido el gran cambio. Tan sutil pero tan inmenso que ni yo misma fui consciente de él.
Mi yo de cuatro años atrás pensaba en un brillante futuro, estudiando en la universidad lo que realmente le apasionaba, sonriendo con tanta felicidad por la mujer que iba a ser; pero en vez de eso estaba caminando por las frías calles del hogar de su padre, tratando de tomar todo el aire posible para seguir enfrentando la vida y sus desafíos.
No era ni siquiera la mitad de lo que me imaginaba.
Me había mudado con mi padre y hermana mayor a otro país cuatro años atrás, en mi último año de preparatoria. Había dejado a mi madre en Latinoamérica a su sola merced. Al principio ambas creíamos que era una buena idea que viniera con mi padre a estudiar en la universidad, ella lo había aceptado con la intención de que yo me superara.
La idea parecía buena, ir a la universidad y estudiar lo que yo quisiera. Pero todo se vio detenido por los planes de mi padre, él —un buen empresario— le ordenó a su hija menor el estudiar negocios con el propósito de tomar su lugar luego de salir de la universidad.
No me importó la idea al inicio, creí que si lo complacía todo sería mucho más fácil y acepté luego de un tiempo, no sabía que eso se iba a convertir en mi averno personal.
Supongo que al final todos creamos nuestro propio infierno.
Mi vida fue desapareciendo poco a poco en el primer semestre de la universidad y ya en este momento, en el tercer año, después de tantos acontecimientos, ya no quedaba ni rastro de lo que mi vida había sido tiempo atrás. Una parte de mí se había perdido durante ese lapso de tiempo.
Sabía que mi sonrisa había dejado de mostrar el brillo de la felicidad, que mis ojos se habían opacado y unas bolsas oscuras hicieron su aparición debajo de ellos. Mi piel se volvió más pálida y mi voz no volvió a mostrar mucho entusiasmo, claro, habían personas a mi alrededor que lograban sacar mi mejor versión todavía.
Rylee, Theo, Adelin y Sebastian. Ellos eran quienes regresaron un trozo de esperanza a mi alma. Aunque con el ultimo ya no tenía una excelente relación. De cualquier forma, eran mi familia.
Observé la rústica y elegante cafetería a las afueras. Era cálida, pequeña y muy bien iluminada.
Intenté arreglar el desorden de mi cabello causado por el viento y aún sin saber como me veía, me acerqué a uno de los vehículos del parqueo para ver mi reflejo en la ventana polarizada. Lo peiné con mis dedos congelados y luego me pareció que no se veía tan mal.
Me quedé viendo mi propio reflejo en aquel coche rojo, perdida en él. Y por mi mente pasó la imagen de mi anterior yo. Antes solía ponerle mucha atención a mi condición física, a mi cabello, mi piel, mi vestuario y ahora, en realidad era todo lo contrario. ¿Era eso bueno?
Traté de sonreír y notar un atisbo de que quedaba algo de mi otra yo, más no era así. Algo sí que se había perdido.
Le saqué la lengua a mi reflejo, le hice malas caras y traté de burlarme de él. Traté de demostrar que todavía quedaba algo bueno en mí a la imagen sobre la superficie del vehículo.
Tal vez incluso me vi ridícula haciéndole caras a la ventana, pero quería de alguna forma volver a sacar un poco más a la de antes.
No era que no tuviera ni un solo gramo de felicidad. Amaba a mi familia y a mis amigos, pero la verdad era que odiaba una parte de mi vida, esa que se había escapado y dejó solo el sentimiento a extrañez. ¿Era acaso esa la cirisis antes de los veinte?
Me preguntaba a veces como habían cambiado tanto las cosas y tan rápido. Recordaba que en la preparatoria había llevado una mejor relación con todo, no era tan depresiva o apática en algunos aspectos y me encantaba mantenerme activa, salir y divertirme más. Me consideraba alguien más extrovertida y sociable, más cool. Al parecer di un paso en falso que marcó el fin de esa etapa, porque ahora era completamente distinta. Me quedé atascada en el ¿Dónde? ¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? de la vida y no lograba salir tan fácil.
Hice unas últimas caras y muecas al polarizado.
No le di más vueltas al asunto, ¿Para qué matarme más?
Entré luego de suspirar, informando mi llegada con el suave sonido de las campanas sobre la puerta.
—Llegas tarde, Jade —reprochó el pelinegro Theo levantándose para que tomara mi lugar en medio de él y Rylee.
—Ya conoces la regla —la voz cantarina de Adelin se hizo presente.
—El que llega de último paga la primer ronda —Rylee informó lo que ya sabía.
Rodé los ojos y sonreí.
—¿No vienes en auto? —Sebastian preguntó con el cejo fruncido.