Green Eyes

Capítulo 34

—De grande me gustaría casarme y tener muchos hijos.

—¡Que asco! —Le espeto a mi compañera. —¿Para que al final te deje?

—Él no lo haría, porque él me amaría.

—¡Eso es mentira!

Noches sin poder conciliar el sueño. Llantos con destinatario que se fueron volviendo para un anónimo. Cuando se había ido, los primeros días del padre fueron una tortura para mi mamá. La maestra nos dejaba hacer manualidades que eran para ellos y que al final terminaban siendo para mi mamá. Después de cada obra se supone que él vendría, o eso nos decía ella. 

Tiempo después, en vez de decir: "Feliz día papá", teminaba escribiendo: "Gracias mamá". Las maestras habían desarrollado una especie de cariño maternal por mi hermana y yo. Ellas nos cuidaban dentro de la escuela y muchas veces mandaban a callarme cuando soltaba cosas como: "El amor no existe" o "Tu papá te va abandonar". No estaba consciente del daño que les hacia a los demás niños con mis comentarios, pero en especial, a mí misma.

El tiempo pasó y la mujer a quién acusé de ser una simple ama de casa que no tenía derecho a trabajar porque era "mujer", se empezó a volver mi héroe. Todas las mañanas se podía escuchar cómo limpiaba la casa antes de hacernos nuestra comida para la escuela, a la que nos iba a dejar, para después irse a trabajar regresando hasta la noche. Uno, dos, tres trabajos consumiéndola. Y aparte, los fines de semana nos llevaba a algún lado para distraérnos. 

Muchas veces como no tenía tiempo de hablar con nosotras porque, o nos encontraba dormidas cuando llegaba o nos iba a dejar a la escuela, nos hacía escribir una carta de cómo estuvo nuestro día la cual leía y respondía al día siguiente.

De repente la mujer ya no debía estar en casa, sino cazando.

Cuando todo empezaba a sanar, mi padre regresa. Ese día estaba tan contenta que se me escapó dos simples palabras que, una vez dichas, se fueron junto con él..., esta vez, para siempre.

Te amo.

 

—¿Aceptas a este chico por el resto de tu vida? —Asiento sin decir palabra alguna, esperando a que el chico frente a mí conteste la misma pregunta. —Bien, monstruosamente están casados.

Sonrío de lado al ver a Cristian sonreír como un tonto sonrojándose al conectar con mis ojos. Lo tomo de la mano sin entrelazar los dedos llevándolo lejos de los demás. 

—No puedo creer que hayas aceptado. —Anuncia emocionado sin detenernos. —Entonces, ¿aceptas ser mi novia?

Me retuerzo un poco ante el disgusto de sus palabras y en reflejo aprieto su mano. No, no lo haría. Ni siquiera sé si estaría dispuesta a ser novia de Steele. Pienso, pienso y pienso, y vuelvo a las mismas ideas que desencadenan sensaciones desagradables en mí. Actualmente, si alguien acepta ser pareja de otro alguien, es como si en automático le sedieran el derecho de su libertad y me aterra.

—No. —Libero su mano y levanto la mía para ver como lucía la pequeña argolla en mi dedo meñique. —Ya estamos casados, ¿no querías eso?

—Y ¿tú? —Me detengo al oírlo desanimado. —Cierto, no soy él.

Efectivamente. Rasco mi nuca mientras pienso en qué decirle. Algo descente, algo que no diga: "Eso es obvio, idiota", en cada palabra. Aunque hacer eso es perder una parte de mí, si no insulto o digo algo ofensivo cada vez que hablo, no soy yo.

Aún recuerdo cuando dije mi primera grosería, la escuché del que se supone, era mi ejemplo. Mi padre maldiciendo por cualquier cosa era mi diccionario personal. Cuando mi hermana me escuchó, me amenazó con contarle a mi mamá sino hacía la parte de los quehaceres que le tocaba, incluyendo lavar su ropa.

—Él no está, —hecho mis hombros hacia atrás masajeándo mi espalda, —así que disfrutemos nuestro monstruosa recién boda.

—Pero cuando vuelva, tú ya no me harás caso.

En sí, nunca lo hice. Tú nombre me lo vine aprendiendo el día en que fuimos por el helado y no es porque sea una mierda de persona, simplemente es que no le encuentro interés momorizarme el nombre de alguien a quien nunca veré de nuevo. Mientras yo quiero volar, tú te quieres quedar. Y si hay alguien que sigue subiendo y me reta a alacanzarlo, creéme que no me quedaré a ver cómo tus dudas te consumen hasta que al final no hagas nada. Yo ya estuve ahí y el punto es salir, no quedarse.

—Quizá. —Me paro a su lado pasando mi brazo sobre sus hombros. —Ahora, ¿dónde carajos será la Luna de Miel?

—¡Jane!

Se aparta de golpe abrazándose a sí mismo como si se sintiera sucio. 

—¿Qué? —Frunzo el ceño sonriéndo por su infantil reacción. —¿No eso es lo bueno de las bodas?

—No. —Cruzo mis brazos ocultando mi sonpresa. —Va más allá, porque el día en que aceptas compartir tu eternidad con alguien más, la noche en la que se funden está llena de amor y pasión.



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En el texto hay: el primer amor, infinito, puro

Editado: 23.03.2020

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