Grietas en la Niebla

Segunda Parte: Capítulo 13

 

Kath estaba soñando. Últimamente le costaba mucho reconocerlo, pero esta vez no tenía ninguna duda.

Estaba en el consultorio de Maggie, en su casa, recostada sobre el sofá púrpura en el que tantas veces había desahogado sus frustraciones. Frente a ella, sentada al escritorio con un cuaderno entre las manos y unos anteojos de montura gruesa, estaba su madre, leyendo lo que tenía anotado en el papel.

–Tienes que bloquearlo, Kath –le dijo, cuando finalmente alzó la mirada. Parecía preocupada–. Si no aprendes a cerrarlo, algún día va a explotar y podrías causar tanto daño… ¿Te das cuenta de eso?

Kath se hundió más en el sofá.

–Lo sé, mamá. Te prometo que no la utilizo.

Ella asintió, pero en sus ojos aún había temor.

–Piensa en tus hermanas –dijo en voz baja, y apartó la mirada. Su voz temblaba–. Lo que podrías hacerles… Es tan peligroso.

–Lo sé…

–No tienes que usarla jamás, Kath, ¿me oyes? Podrías arruinarlo todo.

–Mamá, ¡ya lo sé! ¡No soy estúpida!

Pero no había terminado de hablar cuando el escenario había cambiado. Ahora estaba en su antiguo cuarto, el de Nueva Orleans, y Maggie Pradel, la auténtica, estaba sentada a su lado.

Hacía muchos años que no pisaba aquella habitación, pero era evidente que su memoria guardaba los detalles celosamente. El rosa pastel de las paredes resplandecía ante la luz que entraba por las ventanas y le daba un cierto aire rojizo a los rostros de los pósters que colgaban sin ningún orden a su alrededor.

–¿Escuchas lo que estoy pensando? –inquirió Maggie en voz baja, procurando no romper su concentración.

Kath se quedó en silencio por un momento.

–No –dijo luego, sorprendida–. Sólo un murmullo bajo, pero no distingo nada.

Maggie sonrió.

–Bien. –Y la miró con sus ojos negros llenos de astucia–. Ahora quiero que lo hagas. Que llegues tan lejos como puedas y que me digas qué descubres.

Kath la miró boquiabierta.

–No puedo hacer eso –protestó–. ¡Es peligroso! ¡Podría hacerte daño! ¡Podría arruinar…!

–Kath, yo soy quién da las órdenes aquí.

Kath le sostuvo la mirada, aterrada.

–Pero… Maggie, no puedo hacerlo. No puedo controlarlo, te lastimaría.

Algo cambió en los ojos de Maggie. De repente se oscurecieron, cargados de gravedad, y su sonrisa desapareció.

–Tienes que alcanzar algo específico dentro de mi mente. No tienes mucho tiempo. Se acerca una manada de quimeras y complicarán mucho tu trabajo si llegan antes de que lo consigas.

Kath se llevó una mano a la piedrita de su collar, sus dedos se cerraron a su alrededor, tensos.

–¿Por qué no puedes decírmelo directamente?

–Querías ayudar, ¿no es así? –Dijo, su voz resignada, casi molesta–. Quieres involucrarte. Bueno, si en verdad pretendes ser útil, tendrás que demostrar que eres capaz de hacer lo que hace falta.

Kath tragó saliva.

No podía, no podía hacerlo. Iba a romperla, a destruir su mente, y jamás se lo perdonaría. La voz de su madre seguía taladrándole los oídos. Era peligroso. Era inconcebible.

–Kath, sólo eres consciente del sueño porque yo estoy esforzándome para devolverle el equilibrio a la Niebla por un momento. Eso no va a durar para siempre. Especialmente si nos alcanzan las quimeras.

Kath la miró con ojos desorbitados. Se vio a sí misma a través de los ojos de Maggie, encogida y temblorosa, y soltó el aire.

–¿Las escuchas? –murmuró Maggie, con la expresión perdida en algún lugar distante. Su mandíbula cuadrada se tensó por un momento–. Sienten nuestra presencia. Ya captaron nuestro rastro.

Kath no oía nada, pero no dudaba que tuviera razón. Respiró profundo y cerró los ojos.

Por un instante fue como si flotara en medio del vacío, como si fuera ajena a la gravedad, como si no hubiera nada más en el mundo. Luego se dio de bruces con la muralla mental que había levantado contra Maggie. Era mucho más alta de lo que generalmente conseguía hacer estando despierta, pero no estaba sorprendida. La telepatía era un don de la Niebla, y mientras mayor contacto tuviera con ella, más fuerte era.

Exhaló poco a poco, y con cada aliento el muro bajaba más y más hasta convertirse apenas en un par de ladrillos en ruinas. Kath cruzó por encima de ellos con el cuerpo temblando por los nervios.

Si algo salía mal, Maggia podría solucionarlo, ¿verdad? Nadie conocía a la Niebla mejor que ella, seguro podría arreglar cualquier torpeza que Kath pudiera cometer.

Se tragó las advertencias de su madre y avanzó.

Las primeras ideas, las más superficiales, la chocaron bruscamente y tuvo que contenerse para no regresar de vuelta por donde había venido. Pero entonces las vio. Eran sueños, sueños vivos e ilógicos e inconexos. Peces flotando por el aire y soltando burbujas que se elevaban hacia el infinito, rostros que pasaban fugazmente frente a ella. Una mujer de piel morena como la suya, con el cabello trenzado hasta la cintura y un ceño fruncido con desaprobación. Un muchacho de sonrisa fácil sacudiendo la mano en un saludo. Unos ojos verdes atormentados. Flores que se abrían a su paso y la abrumaban con sus olores. El sonido de unas llaves agitándose.




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