A pesar del silencio que se hizo en el coliseo, nadie del público escuchó la amenaza de Alexa. Pero su aura de odio se extendió por todo el recinto. El ambiente estaba tan tenso que se podía cortar de un soplido.
Realmente no disponía de recuerdos de la mayor parte de tiempo que estuve transformado en demonio. Pero supuse, por su forma de actuar y su voz, en el fondo llena de dolor y tristeza, que solo quería venganza.
Aquellos sentimientos los veía a menudo en mi sociedad. Ajustes de cuentas absurdos que lo único que hacían era cobrarse vidas inocentes.
El rey, molesto por las palabras que le había dedicado la chica, se acercó a ella.
–Alexa, te dijimos que no mezclaras tu vida privada en esto. –dijo el rey, mostrándose inquisitivo.
–¿Ahora resulta que te preocupa lo que dijimos Musashi? –soltó una carcajada desafiante –Si no recuerdo mal, también dijimos que podría matarlo con mis propias manos, y todavía sigue dentro de la jaula.
–Eres como tu padre... Ser como él no te hará ningún bien, ni a ti ni a nosotros.
–¡Te he dicho mil veces que no me compares con ese hombre!–gritó Alexa plantando el dedo índice cerca de la cara del rey.
–A pesar de la familia que venías, te acogimos en esta ciudad como a una más. –La voz del rey se volvió suave, idónea para calmar a bestias sedientas de venganza como aquella. –Te ganaste nuestro respeto y confianza, te convertiste en una hija para mí. – Con los ojos vidriosos, se volvió hacia su pueblo para informarles con voz firme –¡Recordad a los salvajes que entraron en vuestras casas y degollaron y violaron sin piedad a vuestros familiares! ¡En aquel momento, teníamos magia en nuestro ejército y aún así fue una masacre! –desenvainó su espada y la clavó contra el suelo –Ejecutemos hoy a Pablo, y nos habremos sentenciado.–Los potentes gritos con los que se había dirigido al público, menguaron con esa última frase.
El pueblo permaneció en silencio un minuto largo. Recordar dos masacres como aquellas en un lapso de tiempo tan corto debía ser muy duro. Pero tenía claro que no debía sentirme responsable por la segunda.
El rey aprovechó aquel tiempo para dejarlos reflexionar antes de retomar el discurso.
–El mismo día del incidente, envié a varios de mis soldados al País del Hielo –explicaba Musashi paseándose por el escenario como si fuera Aristóteles por los jardines griegos – ¡ Les ordené dos cosas¡ ¡La primera– levantó el dedo índice –que me hicieran llegar una lechuza nada más pisar la frontera! ¡Y la segunda –levantó el dedo medio– que volvieran con vida! ¡Y ni el pájaro ha llegado ni ellos tampoco!
Takeshi, el soldado rechoncho se levantó de su trono para acercarse al rey con más soberbia que antes.
– Lo que nos podría traer problemas son tus acusaciones sin pruebas sólidas contra el Tratado de Paz –le recriminó –No es culpa del resto que no seas capaz de enviar un escuadrón competente de soldados–sonrió con fanfarronería –Probablemente se hayan quedado emborrachándose en algún prostíbulo de camino.
La cara del rey se encendió de golpe. Aquellas palabras no le gustaron en absoluto.
Sus narices, separadas por escasos centímetros, prácticamente respiraban el aire del otro. La tensión se hacía cada vez más intensa entre aquellos dos hombres.
–¡No toleraré que alguien como tú insulte a mis soldados! –su saliva aterrizó sobre la grasienta cara de Takeshi. –Supongo que tu hijo no es de los que suelen habituar los prostíbulos¿Verdad?
La soberbia se esfumó de golpe y porrazo. El miedo y la ira, asomaron por sus ojos, vidriosos tras saber que su hijo estaba desaparecido.
Se secó las lágrimas con sus mangas mostrando su rostro moldeado por la rabia, y cargó contra el rey con intención de asestarle un puñetazo en el mentón.
De nuevo aquella sombra, moviéndose con elegancia por el el aire, llegó para interceptar el ataque. Era Shinji.
Agarró con fuerza a Takeshi de la muñeca y le devolvió el golpe haciéndolo volar tal como hizo conmigo. A diferencia de que él sangraba, y se retorcía de dolor en el suelo.
El recinto todavía se encontraba recubierto por el silencio. Shinji se aproximó lentamente al hombre que había intentado agredir a su padre.
–¿Ahora te das cuenta de la gravedad del asunto? Si también pueden usar magia quién los detendrá ¿Tú? –hizo una breve pausa para tragar aire de nuevo –¡Pues claro que no! Ni tú, ni nadie que no sea capaz responderles con conjuros. ¡Solo él –exclamó apuntando hacia mí con el dedo índice–a quienes vosotros, gobernados por el odio y la sed de venganza queréis ejecutar!
Ninguna de las miles de personas que había entre el público, ni las que hacía varios minutos habrían dado su vida por ejecutarme ahí mismo, tuvieron valor para interrumpir el discurso del guerrero que en su día los salvó a todos.
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Editado: 04.09.2018