La mañana del viernes 31 de octubre mis ánimos estaban por el piso y los gritos de los niños disfrazados me irritaron hasta enojarme, aunque realmente mi malestar comenzó cuando un grupo de brujitas corretearon a mi alrededor diciendo que eran pertenecientes a un poderoso aquelarre. Todos los adultos se rieron menos yo, ¿cómo podría reírme cuando esas inocentes niñas me recordaban mi detestable condición?
—¿Condición? Ni qué estuvieras enferma —bufa Marius indignado.
—Preferiría estar enferma.
—Deja de pensar estupideces y céntrate en la medicina de Salem.
La farmacia veterinaria no estaba muy lejos, ya me había retrasado lo suficiente hundiéndome en mi propia miseria, pero no podía evitar los constantes pensamientos negativos que invadían mi mente, cinco años y aún no hallaba como expiar por completo la culpa. Mis pasos eran lentos y estaba divagando sin cesar, si seguía en ese estado seguramente tardaría el triple de tiempo en regresar a mi hogar.
Detallé los disfraces comparándolos con los del año pasado, pero había una diferencia notable. No era de extrañar que ya no sean tan innovadores, seguramente entre todas esas personas mínimas veinte estaban iguales. A pesar de toda esa monotonía en la que por años había reparado un pequeño pensamiento me deprime: ¿Qué se sentiría ser parte de algo? Porque por más defectos que pudiera buscar o cuantas veces criticar lo vacío que me parece el vivir de fiesta, yo anhelaba sentirme parte de…
—¡Semine!
Mi aura de tristeza desapareció para ser reemplazada por incredulidad, no conocía a nadie en esa ciudad a pesar de los años que había vivido en ella.
—¡Semine! —giré al escuchar que volvían a llamar para comprobar de quién se trataba, pero no vi ninguna cara conocida. Extrañada pensé que tal vez era una casualidad y era otra persona, a la que sus padres también castigaron con un nombre raro— ¡Semine Blackwell!
No era una confusión. Di un saltito cuando una chica con una sonrisa radiante apareció frente a mí esperando algún saludo o reacción de mi parte. No la conocía, tampoco la recordaba.
—¿Te conozco? —pregunté mientras fruncía el ceño al percibir el tono bajo de mi voz.
—Oh, lo siento —su sonrisa deja de ser amplia— Soy Cristel, de la recepción de tu anterior trabajo.
La chica de recepción con la que tuve interacción, si es que podía llamar de esa forma a ese escaso intercambio de palabras, ella fue testigo de mi citación de despido. «Creerá que soy una incompetente e irresponsable», las mejillas se me tiñen de rosa al recordar aquel día.
—No puedes negarlo, eres distraída y un poco irresponsable.
—No me quieras tanto.
—Mi deber no es alcahuetearte, estoy aquí para ayudarte y hacerte entrar en razón —informa con seriedad.
—Lástima que te estoy haciendo la tarea difícil.
—Testaruda, pero en algún momento tendrás que ceder. Todos en la vida cedemos para llegar a un fin.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy perfectamente bien —respondo sacudiendo un poco la cabeza, por un momento se me había olvidado que estaba ella hablando conmigo.
—Parecías pensativa —me observa—, como si por un momento te hubieras ido a otro lugar.
—¡Qué va! —desvío el rumbo de la conversación para que no crea que hay algo mal en mí— Solo estaba recordando el día que nos conocimos, me fui tan deprisa que ni me despedí.
—Ni que lo digas —aunque su tono era algo inseguro, no sabía si creerme–. Te entiendo, te fuiste asustada por el incidente de los ventanales, cualquiera también hubiera huido despavorido.
Mal. Pésimo rumbo para la conversación, la culpa empezaba a incorporarse de nuevo en mi interior.
—¿Hubo algún herido? —me atrevo a preguntar temerosa de la respuesta que pueda ofrecerme.
—Gracias a la Diosa que no. Solo fue un pequeño susto.
Suspiré aliviada.
—¿Vives cerca?
—No —me agarró desprevenida—, estaba camino a comprar medicina para mi gata.
—¿Está enferma?, ¿es algo grave?
—Ya está mejor —me limité a decir incómoda sin querer pensar en el incidente ocurrido con Salem—, solo fue un pequeño accidente.
—Seguro pronto estará mejor —esbozó una sonrisa amable—. Te acompaño, no tengo mucho que hacer en mi casa y estoy aburrida.
No sabía cómo negarme cuando se ofreció tan amable a acompañarme, su presencia era absorbente entre sus risas y su constante parloteo, sin embargo, intenté seguirle el ritmo ignorando mi incomodidad. Llevaba años sin entablar amistad con terceras personas, solo hablaba con Salem y Marius, y por ello agradecí profundamente que, a pesar de mi contestación en monosílabos, Cristel seguía esforzándose en sacarme plática.
—¿Qué piensas hacer ahora? —la miré con confusión y ella añadió— Ahora que estás sin trabajo, ¿qué harás?
—Ah, eso —en los últimos dos días no había pensado en ello, estaba demasiado ocupada preocupándome por no despertar mi magia—. No lo tengo en claro —me encogí de hombros mostrando indiferencia.