Guardiana de la noche

CAPÍTULO II

Suena la alarma: son las seis de la mañana. La mujer se levanta de la cama con su cabello enmarañado. Por alguna extraña razón se siente más cansada de lo normal. No debería parecerle extraña esa situación, casi toda su vida universitaria la vivió con pocas horas de sueño. Y ahora, a sus veintiséis años comienza a sentir esa pesadez de tantas horas sin dormir. Sin embargo, ese cansancio que siente viene con algunos mareos y dolores en el pecho. “Tal vez me vaya a dar un resfriado”, piensa.

Después de ducharse, se viste y se peina. Baja a desayunar. No es mucha su hambre y por eso decide comerse sólo una manzana, toma su bolso y sube al auto.

Está nublado, es de esos días que la hacen pensar demasiado. En el transcurso del camino, una vez más, analiza cómo es que había decidido estudiar Historia:

–¿Qué has pensado de la universidad? –Preguntaba una mujer que acomodaba un arreglo floral.

–Aún no lo sé, mamá.

–Pero sólo te quedan unos cuantos meses para que escojas una carrera...

–Tal vez escoja relaciones internacionales.

–¡No, señorita! Eso implica muchos viajes cuando comiences a trabajar, y seguramente me dejarás sola con el negocio de la florería.

–Mamá, pero yo tengo muchas ganas de viajar, de conocer el mundo, y lo sabes. No tenemos los recursos para hacerlo. En cambio, si estudio eso, hay probabilidad de que cuando trabaje me puedan mandar a otras ciudades.

–Es algo que no discutiré contigo. –Dijo su madre molesta y cortante.

El sueño de la hija terminó allí. Y esa fue la última vez que le mencionó a su madre el deseo de viajar y salir de esa casa.

Vico, como suelen llamarle todos -aunque ella prefiera escuchar su nombre: “Victoria”-, vive para complacer a los demás, tanto que terminó estudiando una carrera que detesta y trabaja en un lugar que odia. Cuando piensa en eso se reaviva el resentimiento hacia su madre. Quizá todo sería diferente si su padre estuviera vivo. Probablemente ella estaría en esos momentos tomando una copa de vino en alguna terraza parisina y no rumbo a la biblioteca lamentándose de su suerte. Tal vez tendría amigos y hasta un novio. Pero en esta situación, ¿a qué hora podría buscarse un amigo o un novio? Entra a las ocho a su trabajo y sale a las tres, no para descansar, sino para ayudarle a su madre en la florería. Con todo, aún no pierde la esperanza de encontrar alguna compañía, pero tampoco es su prioridad.

Sigue manejando su auto hasta llegar al estacionamiento. El dolor de cabeza y pecho se hace más fuerte, pero tolerable.

Entra a la biblioteca. No tiene otro interés más que el de seguir al pie de la letra lo que indica su agenda, y lo primero que debe hacer es descartar material obsoleto. Saluda, como de costumbre, a sus compañeros, de los que apenas sabe sus nombres. Deja su bolsa en su oficina, un espacio que se otorga sólo a los investigadores de manuscritos. Los dolores que siente persisten, pero piensa que si centra toda la atención en sus actividades olvidará su malestar. Se acomoda su suéter y se dirige a la bodega.

 

–No tengo el menor interés. –Escucha Victoria a lo lejos la voz desconocida de un joven, una voz que, efectivamente, demuestra apatía.

–Creo que no es la mejor manera de contestarme, tomando en cuenta que es tu primer día de trabajo. –Menciona el director de la biblioteca.

–Hasta donde yo sé los trabajos deben ser un gusto escogido por el que lo va a ejercer, así que uno: esto para mí no es un gusto, y dos: yo no escogí trabajar aquí. –La voz de aquel joven se escucha serena.

–Como sea. Tendrás que trabajar aquí y yo te tendré que soportar.

Victoria tiene mucha curiosidad de saber quién es el chico que se ha atrevido a responderle de esa manera al señor Valenzuela. Supone que es alguien que no conoce al director. Con toda seguridad nadie en sus cinco sentidos se atrevería a comportarse así sabiendo qué clase de persona es el señor Valenzuela… “Pero, ¿a quién le importa eso?”, Victoria se siente fastidiada por la interrupción y por los estúpidos pensamientos que le generó. Vuelve a su trabajo.

Su tranquilidad dura poco ya que fue interrumpida minutos después por una voz familiar:

–Vico, el día de hoy te voy a necesitar en el área de paleografía.

–Está bien, señor Valenzuela. –“Claro que no está bien”, pensó Victoria. A ella le corresponde esa área los miércoles. Apenas es lunes y eso implica que deberá reacomodar su agenda gracias a su maldito jefe.




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