Guardianes Del Sueño

Capítulo 3: Elara Vance: Ciencia vs. Humanidad

La Dra. Elara Vance se presentaba a sí misma como una mujer de ciencia. Neuróloga de renombre, su mente era tan afilada como un bisturí y su meticulosidad rozaba la obsesión. Para Elara, la ciencia era la única verdad; no creía en lo inexplicable, solo en lo que aún esperaba ser desentrañado por la lógica. Su ideal más elevado era desnudar la verdad, por dura que fuera.

Pero bajo su coraza científica, vibraba una fibra sensible: la libertad individual. La sola idea de la "Vigilia Compartida" impuesta, de esa intimidad arrebatada del sueño, le revolvía el estómago. Para ella, dormir era un santuario personal, un bastión de la autonomía humana. Ver a personas amontonadas, despojadas de ese derecho a la soledad, era una afrenta directa a su concepción de la dignidad.

Por eso, su objetivo principal en Cobre Muerto no era solo la curiosidad intelectual, sino la necesidad de una cura. Nadie, pensaba, debería vivir bajo la opresión de una condición que limitara su existencia de forma tan fundamental. La imagen de la gente atrapada por esa aversión ancestral la impulsaba a buscar una solución real.

Su llegada a Cobre Muerto tenía un propósito claro: desentrañar el misterio. Quería comprender la raíz de esa incapacidad de dormir solos. ¿Era neurológica, psicológica, ambiental, o había algo más esotérico? Estaba decidida a llegar al fondo de la anomalía, incluso si eso significaba desafiar las creencias y costumbres arraigadas del lugar.

El Instituto la había enviado para evaluar los métodos del enigmático Centro de Adaptación. Necesitaba entender sus técnicas de "reprogramación", determinar su ética y eficacia, y, crucialmente, descifrar la naturaleza de esas "consecuencias inesperadas". Su tarea era medir y analizar, fría y objetivamente.

Pero su ambición final iba más allá: soñaba con desarrollar una solución global, una intervención que pudiera liberar a la humanidad de esa extraña y opresiva necesidad de compañía nocturna, devolviéndole a cada individuo el derecho a la soledad si así lo deseaba.

Sabía que para lograrlo, debía mantener una distancia profesional. La situación le impactaba a nivel personal, pero el involucramiento emocional podría nublar su juicio. Era un equilibrio delicado, y presentía que, a medida que se adentrara en la particularidad de Cobre Muerto, este último objetivo sería el más difícil de mantener. La ciencia era su guía, pero la humanidad de ese pueblo misterioso ya empezaba a susurrarle al alma.

Un anciano con el rostro surcado por arrugas, sentado en un banco, me observó con curiosidad. Me acerqué.

—Buenas noches. Soy la Dra. Elara Vance, del Instituto del Sueño. Él asintió lentamente. —Sabíamos que vendrías. Siempre vienen. Se dice que buscan la cura. —La cura para qué, exactamente —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. —Para la soledad. Para el miedo que te congela cuando no hay nadie más. Aquí, nadie duerme solo. Usted lo sentirá pronto. —¿Sentir qué? ¿La aversión? Mi objetivo es entenderla, no experimentarla —mi tono fue más firme de lo que pretendía, un reflejo de mi resistencia interna. —No se puede entender el agua sin mojarte, Dra. Vance. La Vigilia Compartida no es solo una costumbre; es una verdad aquí. Una necesidad.

Él me miró con una expresión que parecía de lástima, o quizás de profunda comprensión.

—Comprendo que es una parte fundamental de su cultura. Pero desde un punto de vista científico, toda "necesidad" tiene una raíz, un origen. Y, posiblemente, una solución. —La solución, para nosotros, es estar juntos. ¿Cree que la soledad es la única libertad que importa, doctora? Quizás la verdadera libertad sea no sentir ese miedo.

Sus palabras me dieron una punzada. Era exactamente el tipo de relativismo cultural que temía que pudiera nublar mi objetividad.

—Mi propósito es evaluar, comprender y, si es éticamente posible, ofrecer alternativas. No impongo la libertad, solo investigo sus posibilidades. —Las posibilidades son muchas, doctora. Pero Cobre Muerto tiene las suyas. Espero que sus métodos sean tan... comprensivos como los nuestros.

Se levantó con un esfuerzo, sus ojos fijos en los míos un momento más antes de girarse y entrar en la casa, dejando la puerta entreabierta. Me quedé allí, observando las luces cálidas y escuchando el suave murmullo de las respiraciones. La "humanidad" de ese pueblo ya me susurraba, y no solo al alma, sino directamente al intelecto, desafiando mi pragmatismo antes siquiera de comenzar.

¿Podría la Dra. Vance mantener su objetividad científica frente a la arraigada "verdad" de Cobre Muerto?



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En el texto hay: romance, fantasia

Editado: 14.07.2025

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