A la mañana siguiente, me coloqué mi amuleto, tomé mi caja y pude leer lo que decía: “Tú eres la llave”. Me carcomía la cabeza pensando en la clave de mi caja. No podía más. Me repetía a mí misma una y otra vez “Tú eres la llave”; pensarán que se trataba de mi nombre, pero no, eso fue lo primero que intenté.
Me levanté de la cama y, como todas las mañanas de mi vida, me preparé un té. Ya con este, fui al despacho y, con esperanzas de encontrar algo más que me sirviera, comencé a revolver todo. Dejé la taza de té apoyada encima del escritorio y me dispuse a ordenar la pila de papeles que estaban sobre él. En un momento, estiré la mano para tomar el paquete de cigarrillos y le pegué con mi codo a la taza, volcando todo el té sobre el escritorio de madera. Fui rápidamente a la cocina a buscar algo para limpiar y, al volver, me di cuenta que, en algunas partes de la madera donde esta estaba mojada, el color se había tornado más oscuro formando una palabra: “Awixoy”, como si el té hubiese penetrado sobre esas partes de la madera formando la palabra. Como tenía el amuleto puesto, pude entender fácilmente que el significado, y era mi nombre, “Awixoy” (que en español significa Emily).
Tenía seis letras, asique intenté abrir la caja. Subí hasta la pieza, bajé conmigo la caja y comencé a poner una por una las letras. A cada engrane que giraba más nerviosa me ponía. Corría una adrenalina por mi cuerpo que hacía tiempo no sentía. Al terminar, intenté abrir la caja, y pude hacerlo sin ningún esfuerzo. Lo primero que vi fueron tres llaves: una de oro, una de diamante y otra de plata. Por debajo de estas, había un pedazo de papel: era viejo en forma de cuadrado y estaba cortado a mano en todos los lados, (parecía que de una hoja grande hubiesen quitado un cuadrado del medio). También en la tapa, del lado de interno, pude ver tallado mi collar.
De inmediato llamé a Ian y le dije que por favor viniera a casa. Media hora más tarde, tocó a mi puerta, lo hice pasar y, antes de contarle cualquier cosa, él me dijo:
–Me tomé un poco enserio lo que leímos ayer en ese papel y me puse a investigar entre los libros de mi padre y, aunque no descubrí mucho, algo sí me sirvió.
– ¿Podés ir al grano? –dije yo.
–Bueno, estos escritos explican una serie de movimientos y pensamientos para comenzar a llevar a cabo el dominio del elemento tierra en su primer nivel.
– ¿Y entonces Ian?
–Mirá esto –me dijo él mientras sacaba de su bolsillo el amuleto de oro y se lo ponía.
Se paró con los pies separados, aflojó sus hombros y cuello y estiró sus manos hacia una maceta. La tierra que estaba en esta se empezó a levantar, flotaba en el aire. Él la hizo dar vueltas por toda la sala, hasta que se le fue de las manos y se le cayó todo en la cabeza.
–Esto es impresionante ¿no? ¿Por qué no lo intentás? –me decía mientras se sacudía.
–Sí, sí, yo pruebo, pero te ponés a limpiar ya esa tierra, Ian.
Me puse el amuleto e imité todo lo que Ian había hecho. Estiré las manos en dirección a la maceta, pero la tierra permaneció en el mismo lugar; por más ganas que le pusiera, la tierra de esa maceta jamás se movió.
–No solo tenés que estirar tus manos, también tenés que tener la idea en la cabeza de que querés que la tierra se mueva –dijo Ian.
Lo intenté nuevamente pero fue en vano.
–No lo entiendo, si yo domino los cuatro elementos… – le dije a Ian.
–Además, yo estuve toda la noche intentándolo hasta que me salió, quizás puede ser eso.
Probé con el agua, con fuego, hasta con el aire, y nada. Después de estos intentos fallidos le di la llave de su caja a Ian, y él la abrió muy entusiasmado. Dentro de esta había un pedazo de hoja que parecía ser la esquina de un papel cortado a mano. Busqué rápidamente mi caja y de esta saqué el pedazo del papel y lo uní con el de Ian; este encajó perfecto en la esquina superior derecha del papel. En ese momento entendí que cada uno de los guardianes debía tener un pedazo de papel en blanco dentro de su caja.
–No entiendo qué sentido tiene este papel en blanco; bah… blanco... amarillo diría, parece que tuviera como cien años –dijo Ian.
Luego de esto, pudimos ver que, tallado en su caja en la parte de la tapa del lado interior, estaba mi collar con un collar insertado en uno de los orificios. Entonces le pedí su collar a Ian y lo metí dentro del mismo orifico que mostraba el dibujo. Pero nada pasó.
– ¿Y si lo intentamos mientras los tenemos puestos? –dijo Ian.
– ¿Vos creés que va a funcionar? En el dibujo no hay personas, quizás lo estamos haciendo mal –contesté.
– ¿Y qué vamos a perder? Dale, lo intentemos –dijo Ian.
-A ver, dale.
Yo me coloqué mi collar y Ian el suyo. Una vez listos, tomé el suyo mientras lo tenía puesto y lo puse nuevamente en el orifico que mostraba el dibujo. De inmediato, la esmeralda se encendió radiantemente, la tierra de las macetas se suspendió en el aire y giraba alrededor nuestro, y de repente sentí que nos despegábamos del piso. Flotamos en el aire por unos momentos hasta que la luz de la esmeralda se apagó y todo volvió a su lugar.
Atónitos los dos, nos sentamos. Me paré e imité los movimientos de Ian: miré la maceta, estiré mi mano y pensé “que se mueva”, y la tierra se levantó; ahí comprendí que mi collar se activaba una vez encontrado cada elemento.
Luego de esto, volví a mirar la caja para ver que no quedara nada, y logré leer “Pasaje
Luxemburgo 64” tallado por debajo del dibujo. Tomamos los papeles, los amuletos y salimos de mi casa, cosa que me resultaba un poco difícil ya que hacía mucho tiempo que no salía. Cerré la puerta con llave y bajé las escaleras con total tranquilidad –aunque por dentro sentía que mi corazón iba a explotar –.
– ¿Estás bien Emily? Estás pálida –dijo él mientras me miraba.
–Sí, solo que hacía mucho que no salía de mi casa –contesté, mientras tiraba el cigarrillo y me subía al auto de Ian.
–Buenas tardes ¿Adónde la llevo? –dijo Ian mientras se reía.
–A Pasaje Luxemburgo 64, por favor –contesté siguiéndole el juego.
Y así, sin saber nada, salimos con una dirección y la intriga de saber qué nos depararía el destino.
Después de buscar durante un rato largo, encontramos el pasaje. Estacionamos el auto y nos bajamos. Recorrimos de punta a punta el pasaje, y el número “64” no aparecía.
–Quizás está escrito en este idioma extraño, coloquémonos nuestros amuletos –dijo Ian.
–Dudo que tengas razón ya dos veces en el día, pero bueno, probemos.
–Desconfiás de mis conocimientos.
–Sí, y bastante –dije mientras me reía.
Ambos nos pusimos nuestros amuletos y fuimos a recorrer nuevamente el lugar. Y nos dimos cuenta que habíamos pasado por alto un pasillo largo que estaba entre dos casas. Sin pensarlo, nos metimos por el pasillo y, al llegar al final de este, nos topamos con unas escaleras que bajaban y terminaban en una puerta, y sobre esta, el número “64”.
– ¡Sí! Es aquí –exclamé muy feliz.
Comenzamos a ver la forma de entrar, ya que la puerta no tenía picaporte. Solo estaba el número “64” en el medio; justo debajo de él, había un orificio y en la derecha, sobre el marco, un timbre que no dudé en tocar. Lo más extraño fue que no sonó como un timbre común sino que nos habló: “Un, dos y tres atrás, y a la derecha dos contarás, allí podrás buscar. Tranquilo, así de fácil será”.
–Parece la voz de mi papá. Qué raro que sea tan fácil, cualquiera que toque el timbre podría entrar sin ningún inconveniente –dijo Ian.
Ian estaba investigando la puerta y buscaba otra alternativa para entrar. Según él se abría con el amuleto. Así, mi compañero se lo sacó para ver si cabía en el orificio debajo del número, pero fue en vano.
–Tocá el timbre de nuevo, quiero volver a escuchar –le dije yo.
Él lo tocó y me dijo:
– ¿Qué? ¿Entendiste algo?
–Si dijo lo mismo que la primera vez que tocamos.
–No, esta vez fue diferente lo juro, o, al menos, yo lo escuché diferente.
–Esta vez estás diferente, no llevás puesto tu amuleto. ¿Un, dos y tres, atrás? ¿Serán los escalones? –dije yo feliz de tener la razón por una vez.
En efecto eran los escalones; subí tres, miré hacia la derecha y conté dos ladrillos de abajo hacia arriba y nada, luego de arriba hacia abajo y tampoco, no había nada. Pero luego pensé que quien diseñó esto quizás estaba parado a la inversa que yo; su derecha, en ese caso, sería mi izquierda. Giré mi cabeza y conté dos escalones de abajo hacia arriba y ¡bingo! El ladrillo tenía un dibujo algo extraño, era como una especie de pájaro, bastante peculiar a decir verdad, y por debajo decía “Chere” (“Casa”).
–Ian, mirá, acá es ¿Pero qué se supone que tenemos que hacer?
– ¿Sacar el ladrillo?
– ¿Ah sí? ¿Y cómo genio?
–Removemos el cemento a su alrededor. Yo tengo un cortapluma en el auto –me dijo mientras se apoyaba sobre la pared haciéndose el ganador.
– ¿Y qué esperás?
– ¿Para...?
–Para que llegue la pizza que pedí recién -dije entre rizas y con un tono irónico.
Mientras él la buscaba, yo me senté en un escalón a esperarlo. Cuando volvió, comenzamos a intentar sacar el ladrillo, estuvimos un rato bastante largo para poder remover todo el cemento, pero logramos el objetivo y por fin lo pudimos sacar. Ian metió la mano y gritó.
– ¿¡Qué pasa!? ¿Estás bien? –dije yo.
–Sí, estoy bien, pero acá no hay nada.
–Me hacés asustar, te partiría el ladrillo en la cabeza.
Levanté el ladrillo alto y amagué con tirárselo. Pero este se me resbaló de las manos y cayó detrás de mí, partiéndose en dos y dejando a la vista una llave.
–Era un ladrillo hueco –dije yo.
–Sí, como vos –dijo Ian riendo.
Tomé la llave, que en realidad no tenía forma de llave sino más bien de una espada pequeña. Una vez llave en mano, la inserté en el orificio y la giré hacia la izquierda y logré, al fin, abrir la puerta. Pude ver un pasillo largo, y en las paredes había una gran cantidad de cuadros; todos estos tenían cinco personas, sus nombres y el elemento que cada uno de ellos dominaba. Caminamos por el pasillo observando los cuadros uno a uno; al llegar al final, encontramos una habitación con una mesa circular, cinco sillas, dos sillones, estanterías repletas de libros, un baño y un hogar. Parecía un lugar abandonado hace muchos años. Por encima del hogar, un cuadro en donde pude reconocer a mi padre; a su lado estaba el padre de Ian; junto a él, la dominante de aire llamada Jenny McAvoy; al otro lado de mi padre, estaba el domínate de agua John Le Blank; y, junto a este, el dominante fuego que parecía ser una mujer. Pero la imagen de esta última persona estaba rayada en la parte superior, por lo que no se lograba ver ni su cara ni su nombre, a unque su apellido sí se entendía, era Blast. En la mesa, un paquete de color madera que decía “Para Sophie McAvoy”; sobre este, el amuleto de diamante y, junto al paquete, una carta que decía “Para Emily Ricci”. Lo abrí rápidamente y leí en voz alta:
Emily:
De seguro no me recuerdas, la última vez que te vi eras muy pequeña. Yo pertenezco al clan de tu papá, soy la domínate del aire. Al día de hoy soy la única viva, pero para que ustedes puedan comenzar con su labor yo ya no tengo que estar. Tengo entendido que el próximo 8 de octubre Ian te llevará tu caja; de ahí en más comenzará todo. Para ese entonces, yo ya no voy a estar entre ustedes.
El fin de esta carta es informarte que mi única hija, Sophie McAvoy, es la que hereda esta responsabilidad, y ella está internada en un hospital mental. La razón de esto es que yo desobedecí las órdenes divinas y comencé a entrenar a mi hija antes de tiempo, y a contarle todo respecto de los guardianes. Eso estaba estrictamente prohibido y es una transgresión que se paga con la muerte del heredero del don; eso provoca que este cambie de familia. Reglas estúpidas, pero reglas en fin.
Como imaginarás, no podía permitir que mataran a mi hija y menos que mis futuras generaciones se perdieran de conocer esto por mi propia culpa, asique llegué a un trato con las diosas. Verás, nosotros, los dominantes del aire, con tiempo y práctica, podemos meternos en la mente de las personas que no posean amuleto y así hacer cambios en ellas, lo que queramos; eso fue lo que hice con Sophie. Por supuesto que antes lo hablé con ella, y estuvo de acuerdo. Me despedí de ella, porque sería la última vez que vería la versión original de mi hija, pero era lo único que se podía hacer. Modifiqué su mente, sus pensamientos, le inventé una historia en su cabeza; una historia que, sin embargo, no fue la que yo creé. No soy tan buena con este don, y, si no tenés práctica, los recuerdos de la persona que estás manipulando se pueden mezclar con la historia que vos estás inventando y crear un terrible desastre. Eso fue lo que sucedió. Su mente no soportó y explotó. Fue a partir de ese momento que ella se tornó agresiva. Ahora está en el Hospital Mental Nómolas, que está en esta misma ciudad, en la calle Lituania 1978. En el momento que le coloquen su amuleto ella recuperará su cordura. Confío en vos Emily. Sacá a mi hija de ese lugar lo antes posible y dale un abrazo de parte.
Tengan mucho cuidado con los “Eqenti”
Desde ya, gracias.
Jenny McAvoy, 05 de mayo de 1996
–Tengan cuidado con los “Anti” –dije yo
– ¿Cómo sabía que yo te iba a llevar la caja esa ayer? –dijo Ian.
Nos quedamos por un momento en silencio, hasta que Ian dijo:
– ¿Vamos?
–Nos aseguremos de que no quede nada más que nos pueda ser útil.
Al continuar revisando, en una de las estanterías, encontré un libro en donde explicaba qué podía hacer cada elemento y cómo hacerlo. Tomamos el libro, la caja, la carta, el amuleto y nos fuimos a buscar a Sophie.
Al llegar bajamos del auto; estaba anocheciendo. Nos dirigimos a la entrada del edificio, y, antes de entrar, Ian vió un cartel en donde, con mucha atención, se podía leer “Hospital Mental Nómolas”. Él me miró a los ojos y me dijo:
– ¿Estará aquí?
–Solo si entramos lo averiguaremos –contesté.
Al entrar, nos dirigimos a mesa de entrada, pero no había nadie atendiendo. Toqué la campanilla, una, dos, tres, veces y nadie salió. Decidimos irnos. Pero al dar la vuelta escuchamos:
– ¿En qué los puedo ayudar?
Quien nos interpelaba era una joven, muy linda y muy respetuosa por lo que se podía apreciar.
–Hola, mi nombre es Emily. Estamos buscando a una prima lejana. Hace años que no sé de ella y un amigo me dijo que se podía encontrar acá –le contesté.
–Dígame el nombre de su prima y veré qué puedo hacer por usted señorita Emily –contestó ella.
–Sophie McAvoy, ese es su nombre.
– ¡Oh, por dios! –exclamó sorprendida –Claro que estuvo aquí, por mucho tiempo buscamos a alguien de su familia, pero nunca lo logramos.
– ¿Estuvo? –dijo Ian.
–Lamentablemente sí, por falta de dinero mi padre ha decidido cerrar el establecimiento. Este hecho nos ha obligado a derivar a nuestros pacientes a otros institutos mentales. Su prima era una de las más peligrosas, y fue difícil que la aceptaran, pero por suerte conseguimos un instituto que se la llevó sin preguntarnos demasiado –contó ella.
– ¿Sin preguntar? Es algo extraño ¿no te parece? –dijo Ian.
–Sí, el delegado que mandaron era bastante extraño a decir verdad. Fue muy insistente en querer llevársela. Todos sus papeles estaban en regla, no había nada fuera de lo común. El traslado fue lo más seguro posible –dijo ella.
– ¿Me podría hacer el favor de decirme la dirección del lugar? –contesté.
–Sí, con gusto –dijo mientras revisaba entre unos papeles. Al fin, sacó una ficha en donde se podía ver una foto de Sophie, sus datos y el lugar donde se encontraba. Ian la recibió mientras yo le agradecía a la chica.
–El Instituto de Salud Mental Sigmund Freud, se encuentra en Milán, Italia -dijo Ian súper sorprendido.
Nos despedimos y nos retiramos. Al salir, me prendí un cigarrillo.
–Fumás mucho, deberías dejarlo. Mi padre fumaba y murió por un cáncer de pulmón.
–Decirlo suena fácil; hacerlo, no.
–Todo está en tu mente, en la voluntad que le pongas.
–Quizás tengas razón, pero no hablemos de esto ahora.
– ¿Por qué mentiste sobre ser la prima?
–Esperabas que le dijera: “hola, nosotros somos guardianes, podemos dominar los elementos y buscamos a Sophie, ella es la que domina el aire” –contesté irónicamente. Ian sonrió y dijo:
–Bueno. Supongo que esto termina acá, ¿no?
–Yo pienso ir a Milán, si es posible mañana mismo estoy saliendo hacia allá. Me gustaría que me acompañaras –contesté muy segura.
–Mmm… solo a cambio de una cosa...
– ¿De qué? –contesté mientras detenía mi caminar.
–A cambio de que, en algún momento de esta locura, aceptes tener una cita conmigo.
–Claro –contesté yo, Ian siempre me había gustado.
Volvimos al auto, me dejó en mi casa y, al bajarme del auto, le dije:
–Mañana a las ocho te espero.
–Aquí estaré –contestó.
Entré, cerré con llave, subí a mi habitación, saqué una valija y comencé a guardar mis cosas. Al terminar, cené y me acosté a dormir, pues el día siguiente sería uno muy largo.
#21835 en Fantasía
#8668 en Personajes sobrenaturales
creación del mundo, elementos místicos y sobrenaturales, dioses y humanos
Editado: 03.02.2019