Llegamos en la madrugada del 13 de octubre. Fue un viaje bastante corto. Al llegar, cargamos todo en el auto y nos fuimos. Mi abuela vivía a unas pocas cuadras de la Torre Eiffel, en el séptimo distrito. Ella había fallecido hacía unos años, dejándole a mi padre la casa. Ahí fue adonde fuimos a pasar la noche. Llegamos, nos acomodamos, cenamos y nos fuimos a dormir. Yo ya estaba acostada cuando, de repente, veo que Ian se acerca a la puerta de mi habitación, dijo:
–Buenas noches, que descanses –se dio media vuelta para irse y me apagó la luz.
–Ian…
– ¿Si?
–Dormí conmigo esta noche.
Yo realmente no sentía cosas por Ian, pero en ese momento no me daba cuenta –cuando me di cuenta de eso ya era demasiado tarde–. Por la mañana salimos caminando a buscar la mansión. Como dije antes, yo conocía ese distrito, o al menos lo conocía de niña, por eso creí que nos sería fácil dar con la casa. Aparte, teníamos una foto.
Caminamos bastante bajo el sol. Además, de que el día estaba pesado, Ian estaba pesado: estuvo todo el camino diciendo “menos mal que sabías dónde era”. Pero, al cabo de unas horas, la encontramos. Al dar con la casa nos dimos cuenta que no solo era una mansión sino que tenía seguridad por todos lados. Intentamos tocando el timbre, pero nadie nos abrió. Decidimos preguntarle a un vecino que estaba justo regando.
–Señor, buen día ¿Le puedo hacer una pregunta? –dije yo.
–Buen día hija. Sí, dígame. ¿En qué la puedo ayudar?
– ¿Me podría decir quién vive en esta mansión?
–Es la mansión Le Blank. Por generaciones vivieron ellos en esta casa. Pero Emma, heredera de todo esto, se casó hace un tiempo y su esposo se encargó de sacarle todo lo que tenía, dejándola en la ruina a ella y quedándose él con la fortuna de los Le Blank.
– ¿Usted sabe en dónde podemos encontrar a Emma?
–Mi hija me comentó hace unas semanas que la vio trabajando de mesera en un restaurante. ¿Cómo se llamaba…? –dijo mientras se rascaba la cabeza y pensaba –“Delevingne”, ese es el nombre. Está a unas pocas cuadras del Champ de Mars.
–Sí, sí, sé dónde es. Frecuentaba con mi abuela ese lugar. Muchas gracias señor –le contesté.
–Vamos Ian, estamos cerca.
–Espero que esta vez sea cierto y sepas realmente dónde es –dijo Ian riendo.
–Dejá de reírte y caminá.
Prácticamente corrimos, por lo menos yo estaba muy entusiasmada. Decidimos almorzar en el restaurant, con la esperanza de que nos atendiera ella. Pero no fue así. Al terminar de comer, Ian le dijo al mozo:
–Una pregunta ¿Emma Le Blank trabaja aquí?
–Sí señor ¿Desea que la llame?
–Sí, muchas gracias.
El mozo se fue y minutos después apareció ella. Era flaca, alta, de pelo lacio y colorado, tenía algunas pecas en los cachetes, ojos claros y una sonrisa reluciente.
–Señor ¿Me mandó a llamar? –dijo Emma.
–Sí, tenemos que hablar con vos. Es sobre tu padre –contesté yo.
– ¿Sobre mi padre? ¿Lo encontraron? ¿Saben algo de él? –preguntó sorprendida.
– ¿Cómo? No, nada de eso –le contesté.
–Perdón. Verán, ya va a ser un año que no sé nada de él –dijo Emma con una voz muy triste –Bueno, sea lo que sea que quieran hablar, salgo a las cuatro. Si quieren, vengan a esa hora y vamos a mi departamento.
–Está bien Emma, a esa hora estaremos acá.
Pagamos y nos fuimos.
–Yo creí que su padre estaba muerto, al igual que los nuestros –dijo Ian.
–Se supone que debería estarlo. Todo esto es muy raro.
– ¿Y ahora qué hacemos?
–Y paseemos. Estamos en Paris –contesté mientras empezaba a caminar.
Dimos un par de vueltas. Aprovechamos para comprar algo de ropa ya que habíamos perdido todo en el incendio del hotel, con excepción de algunas mudas que estaban en el auto y que pudimos salvar. El tiempo pasó volando y no nos dimos cuenta de la hora.
– ¡Cuatro y media! –dijo Ian.
– ¡Corré! –le contesté mientras lo tomaba del brazo y salíamos corriendo los dos juntos.
Llegamos justo a tiempo, Emma todavía no había salido. Nos sentamos del lado de enfrente, en un banco que estaba a la orilla del rio, a esperar que saliera. Charlamos un rato de la vida mientras yo fumaba.
–Probalo, dale, una sola seca.
– ¡No! Ni loco.
–Dale Ian, no vas a empezar a fumar solo por probarlo.
Me miró, me lo sacó de la mano y me dijo:
–A ver, ¿cómo se hace esto?
–Chupás el humo y, una vez que lo tienes en la boca, inspirás como un si te asustaras, y así tragás el humo.
Un intento y tosió por un rato bastante largo. Esperamos casi media hora más hasta que Emma salió. Desde donde estábamos le hice señas para que nos viera. Nos vio y cruzó la calle.
–Disculpen que los hice esperar –dijo Emma.
Pude notar su voz triste y sus ojos rojos, como si hubiera estado llorando.
–No hay problema ¿Está todo bien? –le pregunté.
–Sí, solo que me echaron, por cuarta vez ya, no sé dónde conseguir trabajo. En fin, no quiero molestarlos con mis problemas. Vamos a mi departamento para que hablemos tranquilos.
Arrancamos. Al llegar, preparó un café para los tres y empezamos la charla.
–Bueno Emma, lo que estás por escuchar no es muy coherente realmente, pero es la pura verdad. Tu padre junto al mío, al de él y a otras dos mujeres más, formaban un clan dominante de elementos. Nosotros, como sus hijos, heredamos sus dones. Tu padre era dominante del agua y ahora tú eres la domínate del agua.
–Guau, señora sutileza –dijo Ian burlándose de mí.
– ¿En serio esperan que yo les crea semejante estupidez? Tengo suficientes problemas en mi vida como para que dos persona que ni siquiera conozco vengan a burlarse de mí. Les pido por favor que se retiren de mi casa –dijo mientras se paraba, bastante alterada.
– ¿Le muestro? –dijo Ian.
–Sí, Ian adelante –contesté yo.
Él estiró su mano y con tierra formó, justo al lado de Emma, una estatua de ella. La hizo moverse y caminar, por último la transformó en arena y la dejó caer al piso.
–Los escucho –dijo Emma mientras se sentaba nuevamente en si silla.
–Primero y principal, tenemos que encontrar tu caja y tu amuleto. Decime algún lugar donde tu padre nunca te haya llevado, ni dejado ir.
–Mmm… claro, la casa del campo. Nunca fui allá porque era cosa de hombres, para caza y pesca. Pero está a unas cinco horas de acá. Además ya no me pertenece, todo lo que era de mi padre se lo quedó mi ex esposo, me sacó absolutamente todo lo que tenía –contó
Emma.
–Eso no importa, encontraremos la manera de entrar. Vamos a buscar el auto con Ian, después te pasamos a buscar a vos y emprendemos viaje hacia la casa de campo ¿te parece? –le dije
–Está bien, los espero acá.
Con Ian nos fuimos hasta la casa de mi abuela, pues ahí estaba el auto. Llegamos, me bañé y me cambié mientras Ian iba a cargarle nafta al auto. Cuando volvió, me tocó bocina. Salí, cerré todo y nos fuimos a buscar a Emma. De ahí comenzamos el viaje. Horas después, allá estábamos, en la casa de campo.
–Yo creo que la basura de mi ex nunca supo de la existencia de esta casa –dijo Emma.
–Si es así, mucho mejor –dijo Ian.
Entrar no fue difícil. Rompimos el vidrio de un ventanal de la parte de atrás y nos escabullimos por allí. Comenzamos a recorrer la casa hasta llegar al living. Este era bastante amplio, tenía sillones, un televisor, dos estanterías llena de trofeos de pesca y caza, y un escritorio. Detrás de este, había un cuadro dibujado en la pared que de fondo tenía un barco y cuya imagen principal era un cofre de un tesoro abierto repleto de monedas. Nos separamos los tres y nos pusimos a revisar toda la casa. Pude ver cómo, en la tapa del cobre que estaba en el cuadro, decía: “Axija xe chusachite, oy ita wuritsese ax chewiqenu”.
–Ian, ¿me das mi amuleto? –dije.
–Sí, Emily acá tenés –me contestó mientras lo sacaba de su bolsillo.
Me lo puse y pude leer lo que decía: “Elige la correcta y te mostrará el camino”. Comencé a mirar detenidamente una a una de las monedas, y noté que una de estas, al tocarla, tenía volumen. Intenté sacarla pero, al tirar de ella, nada pasó. Entonces hice todo lo contrario: la empujé. Fue ahí cuando vimos cómo una de las estanterías se abría como una puerta hacia el lado de adentro, dando lugar a una escalera.
–Mi padre sí que es un genio –exclamó Emma.
Este lugar estaba muy oscuro. Revisamos la casa en búsca de una linterna.
– ¡Eureka! –dijo Ian, apoyado contra una banqueta con la linterna en la mano –Lo pedís, lo tenés. Así es todo conmigo.
No acabó de decir esto que la banqueta se tambaleó hacia adelante haciendo que Ian cayera al suelo, con linterna y todo. Ambas nos reímos. Luego bajamos los tres por la escalera. Pudimos sentir un olor muy desagradable. Al llegar abajo, nos encontramos con una habitación que estaba dividida por una pecera gigante. Lo curioso de esta era que estaba formada por agua, no había vidrio ni nada que contuviera toda esa masa de agua; los peces que estaban dentro nadaban como si nada y no se salían del límite del agua. Ian metió su mano tranquilamente y nada pasó.
–Qué olor tan desagradable –dijo Emma.
–Voy a pasar yo primero, vemos qué pasa y, si está todo bien, entran ustedes dos –dije yo.
–Dejame a mí, Emily –dijo Ian.
–No Ian, voy a ir yo –contesté.
Respiré profundo, contuve el aire (lo que resultó un gran alivio ya que dejé de oler ese arroma tan horrible) y pasé al otro lado de la pecera. Esta tenía, fácilmente, un metro y medio de ancho. Cuando pasé, abrí los ojos y pude ver que no estaba mojada. Al mirar al piso, lo que vi fue aterrador. Era una pieza vacía, lo único que había era el amuleto de plata tirado en el piso y, por otro lado, la caja y, también sobre el piso, había un cadáver de un hombre boca abajo. Ese era el olor que sentíamos. El cuerpo de este hombre llevaba meses muerto.
No podía creer lo que estaba viendo. Ese cadáver seguro era del padre de Emma. ¿Cómo iba a hacer para decirle? Miles de cosas se cruzaron por mi cabeza. Hasta que escuché:
– ¿Todo bien allá dentro? Vamos a entrar –dijo Emma.
– ¡No! esperá…
No me dejaron terminar de hablar que ya los tenía junto a mí.
– ¡Oh por dios! –dijo Emma, mientras comenzaba a llorar desconsolada.
Ian la abrazó, mientras yo me acercaba al cadáver para ver si podía averiguar de qué había muerto. Cuando de repente, Emma se acercó y me dijo:
–Ayudame a darlo vuelta.
Dentro de mí, pensé “qué asco”. Ese cuerpo estaba podrido, pero sin embargo la ayudé.
Mucho no se podía apreciar, la cara estaba muy descompuesta. Entonces Emma dijo:
–Mi padre no era rubio y este cadáver sí. Además, mi padre tenía tatuado en el brazo:
“Emma” y tres palomas alrededor. Por ende, este no es mi padre.
Mientras Emma decía esto, Ian leyó sobre la pared: “Fácil es entrar para cualquiera, difícil es salir si el agua no lo desea. Por eso, tenga puesto su amuleto sea quien sea”.
– ¡Ups! –dijo Ian, mientras se tocaba los bolsillos.
– ¿Qué? – dijimos las dos a unísono.
–No tengo mi collar. Lo debo haber perdido cuando me caí allá arriba –dijo él.
–No creo que pase nada Ian. Intentemos salir y vemos ¿Qué puede llegar a pasar? –dijo
Emma mientras agarraba la caja y se ponía su amuleto.
–Sí Ian, dale, salí vos primero –dije yo.
Ian se acercó al agua y, al tocarla, esta se derrumbó y toda la habitación se llenó de agua. Emma y yo podíamos respirar tranquilamente bajo el agua, pero Ian no. ¡Se estaba ahogando! Le hice una seña a Emma para que reaccionara e hiciera algo. Ella era la única que lo podía ayudar (yo todavía no dominaba el agua) y, lentamente, el agua comenzó a bajar.
– ¡Ahh, ahh ahh ahh! –suspiró Ian apenas pudo respirar. Una vez que recuperó el aire, dijo en forma irónica:
– “No creo que pase nada Ian”. “Pasá vos primero Ian”. Casi me muero.
–Vamos, no seas exagerado -contestó Emma mientras ambas nos reíamos de la situación.
Por suerte el agua ya había bajado y pudimos salir de ahí fácilmente. Inexplicablemente, el agua no nos había mojado. Estuvimos completamente sumergidos bajo el agua por unos instantes y estábamos completamente secos.
–Ahora me gustaría saber ¿quién es el muerto que estaba en esa habitación? –dijo Ian.
–Lo mejor ahora va ser que nos vayamos de acá y que volvamos a casa de mi abuela –dije yo.
Y salimos los tres por la ventana. Ya era de noche. Nos subimos al auto y arrancamos el viaje de vuelta. De inmediato, una vez ya de vuelta, le di la llave a Emma y ella abrió su caja. Fue cuando pudimos ver otra esquina de papel y, tallado en la tapa, por el lado interno, un collar con cuatro collares insertados.
–Eso significa que el agua es el cuarto elemento –dijo Ian.
Lo próximo que hicimos fue conectar el amuleto de Emma con el mío. La esmeralda de mí amuleto comenzó a brillar aún más que cuando lo hicimos con Ian. Una bola de agua inmensa salió de la cocina y del baño. Nos envolvió a ambas durante algún tiempo. Esos minutos pudimos respirar sumergidas bajo el agua. Nos elevamos por el aire y comencé a sentir mi cuerpo más fuerte, más ágil; me sentía muy bien. Sentía cómo entraba en mí el agua, fue una sensación extraordinaria. Cuando la luz de la esmerada se apagó, el agua se evaporó; literalmente se hizo vapor. Ambas caímos al suelo.
–Cada día que pasa me doy cuenta que nos falta mucho por conocer –dije yo.
Después de eso ambas nos pusimos a leer el libro para aprender cómo dominar el agua, parecía que no era muy sencillo. Cuando logramos mantenerla en el aire, que era el primer paso, comenzamos una guerra entre los tres. Mojamos todo, parecíamos niños. Éramos niños.
– ¡Basta, me rindo! –dijo Ian a las carcajadas.
– ¿Y ahora cómo seguimos? –dijo Emma.
–No sé, lo único que tenemos es el apellido del dominante de fuego –contesté yo mientras, entre mis cosas, buscaba si no tenía un cigarrillo. Ya me había fumado toda la etiqueta, fueron unos días bastantes intensos.
– ¿Y cómo es? –preguntó Emma.
–Blast.
–Blast, Blast, Blast… –repitió ella varias veces mientras pensaba.
Si mal no lo recuerdo, en unos de mis casting de modelos para mi marca de ropa (bueno, la que era mi marca de ropa) se presentó alguien con ese apellido. Deberíamos ir a mi casa para poder fijarme entre mis papeles.
–Descansemos aquí esta noche y mañana vamos. Fue suficiente por hoy –dijo Ian mientras se acostaba en el sillón.
Yo ya caminaba por las paredes, sin fumar estaba histérica. Asique le mostré a Emma dónde podía dormir y me fui a descansar. A la mañana siguiente, cargamos nuevamente todo en el auto, cerramos todo bien en la casa de mi abuela porque ya no pensábamos volver, pues queríamos ir a ver a Sophie. Llegamos, Ian se quedó en el auto y con Emma fuimos a buscar algún dato que nos pudiera ser útil. Emma sacó una caja llena de fichas de modelos y, mientras yo la revisaba, sacó dos más y dijo:
–Entre una de todas estas tiene que estar.
–Nos vamos a tardar una vida en esto. Voy a llamar a Ian para que nos ayude.
Me asomé por la ventana y le grité.
– ¡Ian! ¡Ian!
– ¿Qué pasa?
–Vení a ayudarnos.
–Ya subo.
Llegó y entre los tres nos pusimos a revisar. Estuvimos una hora por lo menos, la cocina entera estaba llena de papeles.
– ¡Acá esta! ¡Yo sabía! Frederick Blast, veinticuatro años, vive en Milán, Italia y es dueño de un restaurant llamado “Il cibo a casa”. No mandó ninguna foto y nunca se presentó a la audición.
– ¿Por qué se presentaría alguien de Italia a un casting de Francia? –pregunté yo.
–Mi marca de ropa es una de las más famosas. Cualquier modelo del mundo quisiera desfilar para mí –dijo Emma.
–“Il cibo a casa”… ¡No! Estuvimos ahí hace unos días ¿Te acordás Emily? El primer día que llegamos fuimos a cenar ahí ¿Te acordás que me robaste un beso? –dijo Ian a las carcajadas.
– ¿Yo? No le creas nada Emma, piensa que alguna vez va a tener una oportunidad conmigo –contesté yo siguiéndole el chiste.
–Bueno, bueno. La cabeza en lo importante –dijo Emma riéndose.
–Sí, es cierto. Tenemos que volver a Milán –dije yo
–El tercer avión en menos de tres días, ya estoy harto –dijo Ian en tono de broma.
–Esperá Ian, no creo que nos alcance la plata para pagar los tres viajes.
– ¡Yo tengo la solución! –dijo Emma y se quedó callada.
– ¿¡Qué!? –gritamos con Ian.
–Vamos en mi auto –dijo.
–Vamos a tardar tres días y medio en llegar por lo menos –dijo Ian.
– ¿Tenemos otra opción? –dije yo.
Entonces bajamos todas las cosas del auto que habíamos alquilado y las fuimos a cargar al auto de Emma. El auto de Emma era el de mis sueños, un Fiat 600 blanco, hermoso. Con Emma preparamos bastantes cosas para tener qué comer durante el viaje. Y así salimos, Ian en el auto que teníamos que devolver y Emma y yo en el Fiat. Llegamos, Ian devolvió el auto, salió del local, se asomó por la ventanilla de Emma y le preguntó:
– ¿Puedo manejar?
–En mi auto yo manejo.
– ¡Oh! –exclamó Ian.
– ¿Puedo fumar? –pregunté yo.
– ¡En mi auto no se fuma!
– ¡Oh! Y decime ¿Para qué usas el cenicero?
–Para guardar mis aros y que no se pierdan –dijo ella mientras Ian y yo nos miramos y comenzábamos a reír.
El lado positivo de viajar durante tres días era que podíamos ir practicando, aprendiendo cosas nuevas y conociéndonos con Emma. Bueno, y así comenzamos el viaje.
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Editado: 03.02.2019