Pude verle a los ojos y por primera vez no supe describir los sentimientos de una persona, quizás sea porque los traidores no tienen ninguno.
Estaba de pie con la espalda recta y los hombros erguidos, la postura típica de alguien de la realeza.
Se notaba relajado, los gritos desgarradores que significan familias destrozadas no le importaban.
Me miró y sonrió de lado, riéndose de mí. Desde que la guerra comenzó siempre supe que movimiento hacer, creí que iba un paso adelante pero en realidad estaba diez pasos atrás. Su traición era un jaque mate y yo nunca aprendí a jugar ajedrez.