Luego de una semana soportar el acoso de Luca y la agresividad pasiva de Niza, Darla creyó que merecía relajarse como una adolescente normal, y ya tenía la ocasión perfecta. La empresa contratada para llevar al curso de Darla de viaje de egresados organizaba una fiesta intercolegial ese fin de semana, para que sus clientes se conocieran entre sí y para entusiasmar a los que aún no lo habían contratado. Aquel no era el mejor sitio para compartir con sus compañeros, pero, ya que habría mucha gente y era improbable toparse con ellos, Darla decidió ir a la fiesta.
Por supuesto, Stella y Celina irían también.
La música era buena, a la moda y lo suficientemente fuerte como para no escuchar a nadie; había barra libre hasta las doce a.m. y el lugar no estaba mal. Era perfecto para olvidarse de todo.
Darla bailaba frenética, se dejaba guiar por un chico que se acercó para bailar con ella. Iba por su tercer trago y el chico no era feo, pero, de todos modos, cualquier desconocido le hubiera venido bien.
Bailaron juntos una canción movida, pero a su término tocaron una lenta. Ambos se sintieron intimidados, así que el chico, para salvar el momento, se ofreció a buscarle otra bebida. Ella se quedó en medio de la pista de baile, mientras esperaba aquel vaso de alcohol que le hiciera perder sus sentidos.
Otra persona se le acercó por detrás y la asustó un poco.
—¡Ay qué pesaaado! —dijo ella arrastrando las sílabas.
Las luces eran bajas así que no estaba segura de haber reconocido a quien la interpelaba. La persona que ella creía ver la persiguió toda la semana pasada para que escuchara lo que tenía para decir, pero ella se negaba a hacerlo. Tan pesado se puso, que le provocó pesadillas. Por eso no sabía si en verdad lo veía o solo lo alucinaba.
—¿Estás sola? —le preguntó el chico.
—No. Bailo con un pibe —respondió fría y distante.
—¿Y dónde está él ahora?
Darla comenzó a buscar con la mirada. Estaba un poco confundida, ya no recordaba por donde se había ido. Dio media vuelta y todo giraba para ella, por lo que volvió la vista al frente, puso su más seria expresión e hizo como si nada pasara.
—¿Qué? ¿Se te olvidó con quien bailabas?
—¿Y a vos qué te importa? Vine a divertirme, no importa con quien —dijo ella y siguió bailando como si nada. Al otro lado de la pista logró ver a un chico moreno que traía dos vasos y creyó que era el susodicho—. ¡Mira, ahí está! —expresó contenta.
Luca también lo vio y, al mismo tiempo que el ritmo de la música cambiaba y las luces s se encendían y apagaban, agarró a Darla de la mano y la arrebató de la pista. Ella, mareada, se dejó llevar, con su brazo extendido hacia quien le traía su bebida.
Luca la llevó a rastras hasta el sector de baños, allí no había nadie y podrían hablar tranquilos.
Ya con luz normal, Darla confirmó que se trataba de Luca y, por un momento, se puso contenta por acertar en su suposición. Luego se decepcionó porque sabía que iba a empezar con la misma cantaleta de los vampiros y las hadas.
—¿Vos? —preguntó Darla haciendo puchero.
—¿Yo qué?
—Nada. Dejá —dijo y entró tambaleándose en el baño de damas.
Luca la siguió sin pensar, el lugar era mucho más tranquilo para hablar ya que no se escuchaba tanto el bullicio del exterior.
—¡Tomátelas! —ordenó ella al verlo— Es el baño de mujeres.
Pero a Luca no le importó.
—Vamos a hablar de una vez por todas. ¡Dejá de huir!
—No estoy huyendo —respondió sorprendentemente seria—. ¿Cuándo vas a entender que pienso que estás mal de la cabeza y que no quiero tener nada que ver con vos, eh?
—Lo que te digo es verdad. Los vampiros existen, y también los cazadores. Tu padre era cazador de vampiros, y tú también lo eres...
—A ver, ¿qué problema tenés con el voseo? ¿Qué es eso del tú, tienes, debes...? —bromeó.
Y al decir esto, él perdió la paciencia. La tomó de ambos brazos y le descubrió sus ojos rojos repletos de ira, y en su boca aparecieron dos enormes colmillos. Darla lo observaba espantada, ¿sería verdad lo que veía?
—¡A ver si me entendés! —dijo él elevando la voz y cambiando su léxico— Para los vampiros sos muy apetecible. Tu aroma inunda todo lugar donde entrás. Puedo diferenciarte a la distancia en una multitud de personas. Y estoy haciendo un esfuerzo sobrenatural para no comerte. —Dicho esto, la agarró de la cara, y, mirándola fijamente, continuó:—. ¡Escuchá bien lo que te voy a decir! Cualquier vampiro te acabaría con una sola mordida, si no te entrenás, no vas a poder defenderte. Yo puedo entrenarte...
Darla comenzó a sentir una mezcla de sensaciones en su interior que no sabía cómo explicar. El estómago se le hizo un nudo, los músculos se le tensaron, su respiración se hizo más intensa. Y, sacando una gran fuerza de no sabía donde, agarró a Luca por las muñecas, apartándolo de su cara; y lo empujó hacia atrás, haciéndolo caer al suelo a un metro de distancia.
—¡No quiero tu ayuda! —gritó enojada. Luego se miró las manos asombrada, ¿cómo hizo aquello?
Luca también quedó sorprendido, pero, a diferencia de ella, él sonreía.
—¿Ahora me creés? No eres un ser humano ordinario. Fuerza sobrenatural, ultrareflejos, habilidad innata para luchar... son solo algunas de las características de los cazadores. Lo que te hace especial.
Darla estaba como atolondrada, no levantaba la vista, no dejaba de preguntarse si podía ser cierto lo que le decía. ¿De verdad ella era todo eso?
—¡Despertá Darla Vidal! Un gran destino te espera.
—¡¿Qué?!
Darla se negaba a creer, aunque tenía una prueba sólida delante de sus ojos. Recordó sus pesadillas sobre monstruos y sombras. Pensó que tal vez se trataba de una.
En estado de shock, salió del baño con la mirada perdida, y pronto estuvo fuera del establecimiento. No se despidió de sus amigas ni retiró el piloto que dejó en el guardarropas; se fue con lo puesto. Por suerte nunca se apartó de su mochila en toda la noche.
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Editado: 09.02.2021