Pasaron días en que las futuras cazadoras se esforzaron por aumentar sus habilidades y fortalezas. En estos días aprendieron a usar armas de fuego, crucifijos y agua bendita; aprendieron más sobre las habilidades sobrenaturales de los vampiros y de los cazadores; investigaron sobre las formas de matar a un vampiro, y aprendieron a elaborar estacas. Esteban las presionaba para descubrir sus debilidades y aún más para que las enfrentaran, pero en el fondo sabía que estaba muy lejos de conseguir que dejaran las diferencias de lado y se pusieran a trabajar como un equipo.
Llegó un determinado momento en que ninguna soportaba la presencia de la otra, competían por todo, hasta por la atención de su entrenador, y sus peleas siempre terminaban en gritos e insultos hirientes. Y Esteban pensó que era hora de enfrentarlas en combate para que limaran asperezas de una vez por todas.
Ni bien dio la señal de que empezaran, tanto Darla como María se tiraron una encima de la otra con toda la fuerza que poseían. Se esforzaron mucho al principio por poner en práctica todo lo que Esteban les enseñara, y así caerle en gracia. Pero de a poco las caretas se iban cayendo y las verdaderas razones para pelear emergían: se odiaban. Olvidaron todo lo aprendido la última semana y comenzaron a pelear como dos simples colegialas, tirándose del pelo, rasguñándose la cara y jalando de la ropa, mientras gritaban histéricas y se insultaban.
Esteban se sintió decepcionado, empezaba a perder las esperanzas en que sus pupilas controlaran alguna vez sus emociones.
Darla logró tirar a su contrincante al suelo, se sentó sobre su estómago y le pegó en la cara con el puño cerrado. Estaba completamente cegada por la ira, y repetía la misma acción con ambas manos, una y otra vez.
María no pudo evitar recibir el primer impacto, junto con un dolor espantoso en su pómulo izquierdo. Su vista quedó nublada pero intentó con gran fortaleza evitar que su contraria volviera a tocarla. Cada golpe dirigido a ella era detenido en el aire con sus manos, hasta que vio la oportunidad de cambiar el marcador y, aprovechando el cansancio de Darla, se la quitó de encima y la acostó en suelo. Se levantó dando un salto, algo antes impensado para ella, y buscó un palo que la ayudara a derrotar a la cazadora.
Esteban se acomodó en su lugar, por fin la pelea se ponía interesante. Las niñas dejaban de jugar para probar de qué estaban hechas.
Darla no tardó mucho en levantarse y perseguir a María. Antes que atacarla, prefirió quitarle su arma, pero ella se defendió y le asestó un golpe en la frente con la punta del palo. Darla quedó un poco aturdida y se dio por vencida en su intento lo pelear mano a mano. Buscó con la mirada algún objeto que le sirviera de arma y halló cerca lo mismo que utilizaba su contrincante, una varilla de madera que usaron antes para practicar.
Puesta en guardia, María la atacó. Primero usaron los palos como espadas, y, a medida que María la arrinconaba contra un árbol, Darla usó el suyo como freno, colocándolo de forma horizontal delante de su cuerpo.
María estaba fuera de sí, toda su rabia se traducía en una fuerza inusitada. Darla frenaba con sus piernas para no terminar de espalda contra el árbol, hasta que su palo se rompió a causa de la fuerza ejercida por María.
Ambas se detuvieron a respirar, asombradas. A esa altura, aún no dimensionaban todo lo que eran capaces de hacer. A María le gustó sentirse poderosa y temida; a Darla, en cambio, le preocupaba el cómo podría defenderse ya que su arma quedó dividida.
María avanzó decidida y usó su palo a modo de lanza. Darla logró esquivarlo deslizándose a un costado del árbol, y sin razonar utilizó los dos palos que tenía a modo de espada. Espadas contra lanza se chocaban y sus portadoras recorrían el campo intentado derribar a la otra. A María le estaba ganando la pasión, y Darla empezó a pensar con frialdad en la mejor forma de atacarla y hacerla caer. María puso demasiada energía en su estocada, y, al esquivarla Darla con un salto hacia atrás, trastabilló. Oportunidad aprovechada por Darla, quien golpeó a su contrincante con ambos palos en las piernas, logrando que cayera. Y nuevamente se le tiró encima para seguir con las piñas, cachetadas y arañazos.
Esteban les chifló para que terminaran antes de ponerse en vergüenza otra vez, pero no le hicieron caso. Entonces intervino, levantando a Darla por la cintura, y separándola de María. María se levantó del suelo rápidamente, y enajenada, quiso atacar a Darla, pero Esteban se volteó para quedar en medio de las dos. Con sus brazos extendidos, las mantenía fuera de alcance, no obstante la ira no cesaba, ninguna estaba dispuesta a detenerse.
—¡Bueno, bueno, ya fue suficiente! ¡Cálmense! —les ordenó.
Ambas chicas respiraban agitadas, sus ojos fijos en quien tenían enfrente, con la idea de acabar la pelea en otro momento. No podían ni oír lo que Esteban les decía, pero entendían bien lo que pretendía.
—¡Si no controlan sus emociones serán presa fácil! —las regañó el hombre.—. ¿Acaso se fijaron en lo que pasaba a su alrededor? ¿Qué pasaría si alguien viene y las ataca por la espalda mientras ustedes están concentradas en un solo oponente? No podrían defenderse. Un cazador debe poder prestar atención a su entorno aunque esté ocupado; y también combatir con más de un enemigo a la vez.
Las chicas no respondían. Se limitaron a acomodarse el pelo y la ropa.
—¿Entienden? —continuó Esteban— Necesito saber si entienden que luchan por una causa más grande de su orgullo y egoísmo. Estamos hablando de salvar a la humanidad.
—Sí, sí, sí, entendemos —respondió Darla sin interés.
—Entiendo —dijo María fingiendo estar calmada.
—Muy bien. Ahora junten todo, vamos a casa a descansar porque a la noche saldremos.
Era media tarde cuando Esteban dijo esto, y sin duda sorprendió a las chicas, ya que lo normal era entrenar en el campo hasta el anochecer. Pero los ánimos no estaban para hacer preguntas o contrariar al entrenador. De modo que hicieron lo que les pidió en silencio y evitando cruzar miradas.
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Editado: 09.02.2021