Fueron días interminables. El silencio de ella me carcomía por dentro. Me sentía perdido, como un marinero a la deriva sin un faro que lo guiara. Pero entonces, justo cuando comenzaba a aceptar que no tendría respuestas, su mensaje llegó. No sé si fue alivio o confusión lo que sentí al leer sus palabras; probablemente ambas cosas. Entre líneas, podía notar que su padre había intentado darle algo de consuelo, pero la herida seguía abierta, sin cicatrizar. Yo también luchaba por aceptar lo que había pasado, pero ¿acaso ella sentía lo mismo? Era difícil saberlo, pero algo en su tono, en la manera en que escribió, me hacía creer que este era solo el comienzo de algo más grande.
Caminaba por las calles decoradas con luces que parecían respirar con el ritmo de la Navidad. Las risas y el bullicio de la gente llenaban el aire, pero para mí, todo eso era solo un murmullo distante. Mis auriculares reproducían 'Fix You', y la voz melancólica de Chris Martin parecía sincronizarse con mis propios pensamientos. 'When you try your best but you don't succeed...' Esa línea me atrapó por completo, como si describiera exactamente lo que había estado sintiendo.
De pronto, en medio de la música y el ir y venir de las personas a mi alrededor, su rostro apareció en mi mente con una claridad abrumadora. Pensé en ella, en los días de silencio, en la conexión que todavía sentía, aunque las palabras se hubieran perdido. Sin pensarlo dos veces, surgió en mi interior una necesidad: tenía que regalarle algo. No era solo un presente, era un mensaje. Algo que le dijera, incluso sin palabras, que siempre estaría ahí. Algo que, cada vez que lo viera o lo usara, la hiciera pensar en mí. La idea me llenó de una mezcla de nerviosismo y determinación mientras los acordes de la canción seguían acariciando el aire
La pequeña tienda parecía sacada de un cuento, con paredes pintadas en tonos pastel que invitaban a quedarse un rato más. El rosa suave y la verde menta se combinaban armoniosamente, creando una sensación de calma que contrastaba con el bullicio navideño del exterior. Una luz cálida bañaba cada rincón, realzando los destellos de los frascos de perfume y las cremas cuidadosamente ordenadas en los estantes. Pero lo que más destacaba era el aroma peculiar que flotaba en el aire. Era una mezcla sutil de flores frescas y un toque cítrico, como si la esencia misma de la primavera hubiera quedado atrapada entre esas paredes. Ese perfume suave y envolvente parecía arrastrar cada pensamiento hacia un lugar de tranquilidad y nostalgia, envolviéndome mientras caminaba entre los estantes en busca de algo que hablara por mí.
Entré a la tienda con la intención clara de encontrar algo especial, algo que no fuera solo un objeto más entre tantos. Caminé lentamente entre los estantes, observando cada detalle como si allí pudiera esconderse una respuesta. Los frascos de perfume y las cajas de cremas relucían bajo la luz cálida, pero nada de lo que veía parecía lo suficientemente personal, lo suficientemente especial. Necesitaba algo que tuviera alma, que pudiera hablar por mí cuando no estuviera. Quería que, cada vez que ella viera ese regalo, pensara en mí, en los momentos que compartimos y en todo lo que no me atrevía a decirle.
La música suave que se reproducía de fondo, mezclada con el peculiar aroma a flores y cítricos de la tienda, me acompañaba mientras recorría cada rincón. Algo en mí sabía que el regalo perfecto estaba allí, esperando a que lo encontrara, y no pararía hasta dar con él.
Después de recorrer la tienda con paciencia y dedicación, lo encontré. Allí, en un rincón casi oculto, descansaba un frasco elegante y completamente amarillo, como si su vibrante color capturara un rayo de sol y lo atrapara en su interior. Al destaparlo, un aroma brillante llenó el aire, como si un jardín cítrico se desplegara de golpe frente a mí. El frescor de la lima fue lo primero que me atrapó, un golpe vibrante pero dulce, que me hizo cerrar los ojos por un instante. Después, noté un fondo floral tenue, como un susurro que suavizaba el carácter del aroma y lo hacía aún más cautivador.
Ese perfume tenía algo especial, una mezcla de frescura y calidez que me recordó a ella. A su energía, a su forma única de llenar cualquier espacio con su presencia. Supe en ese momento que era el regalo perfecto. Era más que un aroma; era una promesa. Cada vez que lo usara, quería que ese perfume la envolviera como lo hacían mis pensamientos sobre ella, y que en cada nota cítrica y floral pudiera encontrar un pedazo de mi esencia, un recuerdo de todo lo que significaba para mí.
Elegir ese perfume no fue una decisión impulsiva ni superficial. Era mi manera de encapsular en un frasco todo lo que sentía por ella, todo lo que no podía expresar con palabras. Para mí, el aroma fresco de la lima simbolizaba algo más que un simple aroma agradable; era la mezcla perfecta entre vitalidad y serenidad, justo como la recordaba. Quería que cada vez que destapara ese frasco y el perfume acariciara su piel, pudiera sentir mi presencia, un recordatorio de que, incluso en la distancia, yo seguía pensando en ella.
La crema corporal, en cambio, tenía otro significado. Representaba el cuidado, la cercanía, la intención de estar ahí en los pequeños momentos cotidianos. Era algo íntimo, sencillo, pero profundamente significativo. Imaginaba cómo se aplicaría la crema después de un día largo, y quería que, en esos momentos de calma, pudiera sentir el mismo cariño que yo deseaba transmitirle. Era como si, a través de ese gesto, pudiera cuidarla incluso cuando físicamente no pudiera estar a su lado.
Estos regalos eran más que objetos; eran piezas de mi alma que le confiaba. Eran un puente, una conexión que buscaba mantener viva en un momento en que el silencio y la incertidumbre podrían haberlo cubierto todo. Al salir de la tienda con el perfume y la crema cuidadosamente envueltos, me embargó una mezcla de esperanza y nerviosismo. ¿Le gustarían? ¿Entendería el mensaje que llevaba cada detalle? Solo sabía que, al entregárselos, sería como abrirle mi corazón de la forma más honesta que conocía.