•Me veo•

Aún me veo ahí parada, en medio del pasillo con mi largo vestido blanco y mi cabello suelto. Estaba oscuro, gracias a la noche, una noche despejada y sumamente negra que no dejaba ver nada si no iluminabas con una vela.

Hace años estoy allí, mirándome, examinando mi postura, mis ropas, el rojo de mis labios, las pequeñas pecas plasmadas en mis mejillas, mis ojos tan cristalinos por su color claro; parecía una muñeca, su muñeca.

La perfección no existe, eso dicen, pero también dicen que yo era la perfección personificada. Pero sólo deseaba serlo para él, porque el amor que sentía era inmenso, e incluso ciego. Confiaba plenamente en él, y sólo en él, sabía que el día que algo pasara conmigo lo tendría a mi lado. Y no me equivoqué.

Si estuvo.

Siempre de pie a mi lado, contando mis pecas de cerca, mirando mis ojos fijamente, acariciando mis rizos castaños, tomándome en sus brazos como si no hubiera un mañana. No sé que me hizo confiar en él, no mientras todos le temían; cuando otros corrían de él, yo lo hacía hacia él, confiando ciegamente.

No, no era un monstruo, jamás lo creí, pero ahora me veo allí parada mis labios rojos que manchaban con lentitud mi vestido no sabía que creer. Me veía a la distancia, como si no estuviera en mi cuerpo, como si fuera algo lejano a mi misma, como si fuera un fantasma, un bello fantasma.

Y ahí doy cuenta a lo que decían. Sí era un monstruo, uno podrido.

No eran caricias lo que pasaban por mi mejilla con sus manos, no eran pecas lo que contaba, no era un labial lo de mis labios, y mis ojos nunca fueron cristalinos. Pero ahora que lo sé ya es tarde, porque me veo allí parada, estática, como una flor marchita, muerta por ser alejada de la realidad.

Porque yo era su cosa bella, pero él era la mía e incluso la cosa más bella se pudre...