I’LL BE GOOD
Era un martes por la mañana la lluvia era muy intensa en aquel momento, el vidrio del auto de Roberto se encontraba muy empañado la visibilidad era muy poca aunque tuviese sus lentes no lograba ver bien; en ciertas ocasiones los nervios lo atacaban pero sabía cómo controlarlo, su ruta era para el hospital había pasado días muy mal sus niveles de autoestima eran muy bajos y se sentía muy deprimido quería saber que tenia realmente porque no soportaba tener tantos bajones de ánimo.
Se estaba estacionando en el estacionamiento del hospital, tomo su sombrilla negra para no mojarse salió rápido de su carro corrió un poco para que mojarse los pantalones, finalmente ya estaba en la entrada principal del centro médico, los pasillos eran fríos y solitarios como si estuviese abandonado algunas luces parpadeaban dándole un toque sombrío buscaba la recepción pero no la encontraba.
— ¿Dónde demonios estará el consultorio del Doctor Harris? —dijo en voz alta.
—Piso 1, consultorio 1-23—le contesto una voz femenina.
Velozmente se dio vuelta para ver de quien se trataba pero no había nadie solo el silencio y el viento silbando, le resultaba extraño que no hubieran personas en la sala de espera todo estaba plenamente solo como si fuese un hospital abandonado se dirigió a las escaleras ya que no había ascensor, mientras subía pudo ver un hombre de chaqueta negra pero este tenía la mirada perdida, sus ojeras eran profundas como si no hubiese dormido en muchas semanas.
Aquellos ojos azules ven a Roberto pero por solo unos minutos, luego aquel caballero sigue su camino como si no ocurriese nada, su reacción le pareció algo extraña es como si ya la conociera mientras seguía subiendo pudo ver el pasillo era tan largo y con algunas luces parpadeando miraba a todos lados como para sentirse seguro pero al parecer era la única persona en aquel pasillo vacío sin personas.
Sus pisadas retumbaban en todo el lugar, finalmente llego al consultorio y este estaba con tres personas sentadas esperando ser atendidas por el doctor buscaba con su mirada a la secretaria pero al parecer no había, no lo quedo más remedio que sentarse y esperar su turno. La ansiedad se hace presente en Roberto solo había algo que podía calmarla y era un cigarro saca la caja de su chaqueta y busca su encendedor para encenderlo pero antes de hacerlo una mujer lo observaba con cierto desprecio pero luego continuó viendo la revista que tenía en sus manos.
—Qué más da, de algo tenemos que morirnos señora.
—Prefiero ver sangre en tus manos, a que destruyas tus pulmones.
Aquella respuesta le recordó a su fallecida madre, el cigarro cae de sus labios por lo que había dicho aquella mujer se levanta de su asiento pero ya no había nadie con él estaba completamente solo, la puerta fue abierta lentamente por alguien el rechinido llegaba a los oídos de Roberto una luz blanca provocaba que su visión fuese borrosa hasta que pudo distinguir al hombre, ese hombre era él pero una versión mucha más adulta y madura.
— ¿Recuerdas cuando tú mismo te hacías daño? —cuestionó.
— ¿Qué clase de chiste es este? —Replicó.
—No es una broma, medicamente estás muerto por el accidente que alguien provoco.
La palabra “Accidente” sonaba en su mente una y otra vez, Roberto había fallecido su yo adulto le trataba de explicar todo pero se negaba a entender solo una gran bofetada lo hizo reaccionar.
—Solo prométeme algo, serás una buena persona a partir de ahora. La vida te está dando otra oportunidad para que remiendes todo lo que hiciste y desperdiciaste en tú vida.
—Yo... Seré bueno conmigo mismo y con las personas que me rodean.
Roberto había desperdiciado gran parte de su vida, él mismo se lastimaba e incluso hería a otros con su duras palabras su madre había fallecido cuando el tenia quince años su padre se entregaba a la droga, su infancia y adolescencia no fue fácil por eso nunca tuvo ese amor paternal que necesitaba.
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Editado: 23.05.2018