Te contaré una historia de amor....
Dos corazones una noche empezaron a latir en sincronía y bajo la luz de las estrellas se amaron.
No importó edad, no importó sus corazones rotos y mucho menos importó los vatagos de una vida díficil.
Jugarón a la luz de la luna entregandose el uno al otro, sin saber que aquél acto de amor los uniría.
Y al pasar los días el fruto de aquel amor brilló con fortaleza en el vientre de la mujer.
El padre estaba perdido, pero su corazón y su alma ya habían encontrado el camino. Se negó, pero cuando su corazón gritó con amor, salió corriendo a buscar aquello que había dejado atrás y sin saber encontró una radiante luz que ahora se había desplegado. Una niña, identica a la mujer que le había causado estragos en su corazón y su corazón se ablandó encontrando la razón de aquel llamado tan desesperado de su ser, era ella. Aquella niña que lo miraba como se mirán a las galaxias y al espacio. Ellas eran su oportunidad de hogar. Su camino se había vuelto a cruzar con aquella chica que ahora era madre y con amor profesó los versos más relucientes, mientras volvían a crear a otro fruto de su amor. Dos niños, una niña y un niño, una familia. Ambos lo supierón, crearían un hogar, un lugar cálido y fuerte para que dos criaturas crecierán salvos y sanos.
Sus ojos porfin se miraron, mientras veían una larga vida junta y su amor se desplegó por las galaxias. Se casarón, unierón su promesas y entre sonrisas empezarón lo que sería su condena. Risas, fiestas y momentos llenos de ternura le siguerón. Aprendían uno del otro y se apoyaban entre sí. Todo fue hermoso mientras duró.
Crisis económica hicerón tambalear el hogar, las paredes se volvierón inestables y aquellos muros se empezarón a desmoronar. La realidad les cayó encima, pero aún así lograrón salir adelante. Con un corazón inconforme y el otro sobrecargado de responsabilidades. Era una grieta capaz de romperlo todo. Resistieron cantando victoria cuando creyeron que todo había acabado. Habían salido adelante y su hijos habían crecido en el proceso. Aquello que los había unido con tanta fuerza, sus hijos, ahora empezaban a crecer paso a paso. Esa nueva realidad ya no los unía por igual.
Las risas de los niños había disminuido, el silencio llegó al hermano menor y la extravagancia musical entretenía a la hermana mayor. Ya no eran niños, empezaban a ser jovenes y con el pasar de los años aquellos corazones que se amaban tanto, se apagaron mientras sus hijos se volvían más independientes.
Las paredes del hogar volvieron a tambalear y cuando aquellos corazones que se acurrucaban el uno con el otro, dejarón de hacerlo, el hogar empezó a infectarse de oscuridad.
Discusiones, cosas rotas, ensordecedores reclamos y una voluble exploción fueron cosas irreparables. La niña tomó el puesto de su madre, para un padre que no hacía más que buscar luz en su hija y el niño tomó el puesto de su padre, para una madre la cual no se sentía a gusto con su matrimonio.
Vinculos no sanos, dependencia y luego el quiebre. Un padre alcohólico, una madre fuerte pero ausente, un hijo serio y una hija complaciente. Una madre haciendo malabares para sobrevivir y un padre con el corazón cobarde. El centró de las discusiones comenzó, accidentes volvierón la situación difícil y poco a poco lo que no debió tocar los inocentes corazones de los niños, lo hizo como un veneno mortal, pero sin sabor ni aviso.
La niña lloraba, se exigía a si mísma, se reclamaba y se torturaba con rudeza. El niño se callaba sus emociones, se molestaba, se revelaba, se colocaba un peso en su hombros y se volvía el hombre de la casa, ocupando el espacio de su padre el cobarde.
Jovenes con caras de niños, pero ya no eran los mismos. Ahora la joven lloraba y baja la mirada temiendo que lo peor ocurriese. Ahora el joven no se permitía llorar ni por un segundo para no mostrarse débil ante su familia y sus respuestas cada vez se alzaban con mayor autoridad.
Y aquellos corazones que se habían amado tanto a la luz de la luna dejarón de latir con normalidad. Uno se volvió muy decepcionado y el otro tomó la locura en sus brazos acunándola cuando los efectos del alcohol superaba la culpabilidad de sus latidos.