Hades

Capítulo 10. Inseguridades

Layla. 

—¿Entonces somos familia? 

—Eso parece —. Respondí llevándome las manos a la cara. 

Estaba liada con alguien que tenía mi misma sangre. Esto tenía que ser una broma de mal gusto. 

—Ojalá lo hubiera sabido antes de... Lo que ocurrió ahí dentro—continué—. Todo sería más fácil si tuvierais la decencia de envejecer. 

—Bueno, eso no cambia nada entre nosotros, ¿no? 

Elevé las cejas, sorprendida. 

—¿Has oído hablar del incesto? 

—Vagamente. 

—Ya, ya me doy cuenta... Ahora que lo pienso ya te casaste con tu sobrina una vez, no hay que saber más para entender como piensas. Esto ha sido un error. No, no—rectifiqué—, ha sido la madre de los errores. 

—Espera, espera... ¿Me estás dejando? 

—Técnicamente no, porque no somos nada... Pero sí. 

Aun mirándolo a los ojos, no conseguía averiguar qué pasaba por su mente. No sabía si estaba triste o aliviado. 

—De eso nada. No pienso apartarme de ti.  

—¿Me estás oyendo? Que no somos nada. Bueno, sea lo que fuéramos ya no lo somos. 

—No pienso rendirme tan fácilmente. 

—¿Sabes cómo se llama eso? —Pregunté. 

—Claro. Se llama ser persistente, luchar por lo que quiero, no rendirme ante nada, tener claro lo que voy a ten... 

—Se llama acoso.  

—¿Desde cuándo? No digas tonterías. 

—Acosador. 

—¿Conquistador dices? 

—¿Me estás tomando el pelo? 

Una risa se escapó de sus labios. 

—Tal vez. Pero todo lo que he dicho iba en serio. No quiero alejarme de ti. 

Me quedé observándolo durante unos segundos, y no podía dejar de pensar en lo mismo, cuestionando mis principios una y otra vez. 

¿Era imprescindible que me alejara de él? 

De repente se acercó a mí, lentamente. Elevó su mano hasta rozar mi pelo. Tenía la intención de besarme. Por un momento casi me dejo llevar con él, hasta que aquel sentimiento de inquietud que se fue durante unos minutos volvió para quedarse. 

—Cambiando de tema —dije mientras me apartaba de él, ignorando sus intenciones—, ¿qué vamos a hacer? 

—¿Acabas de hacerme la cobra o ha sido mi imaginación? 

—Céntrate. Tenemos tres personas que salvar. 

—Dos. 

—¿Qué? —Pregunté intrigada. 

—Yo no pienso salvar a nadie, porque si la situación fuera a la contraria nadie me salvaría a mí. Pero en caso de que me plantee hacerlo, solo habría que salvar a dos personas. Bueno, dioses. De personas tienen poco. 

Aquellas palabras sin duda eran las de alguien que tenía el corazón hecho trizas. Escucharlo decir aquello me dolió. 

—Se que con tu hermano no te llevas muy bien, pero... 

—No es él —Respondió cortante. 

Y ahí me di cuenta. 

—¿Perséfone? 

Cerró los ojos durante un instante, para luego mirar por la ventana del coche antes de dirigir su atención a mí de nuevo. 

—Me produce asco incluso oír su nombre. 

—¿Y tú eres el que pretendía empezar una relación conmigo? —Dije elevando las cejas. 

—Aún lo pretendo. 

—No puedes empezar una relación, ni conmigo ni con nadie, si no tienes superada a tu ex. 

—Créeme, llevamos siglos separados, que se dice pronto. La tengo más que superada. 

—Pues percibo algunos sentimientos que no son precisamente superación y perdón. 

Se giró del todo hacía a mí, intrigado, mirándome fijamente a los ojos. 

—¿A no? ¿Y qué percibes entonces? 

—Dolor. Resignación. Traición. Y un poquito de rencor—. Dije con ironía. 

—No te puedo decir que vayas mal encaminada.  

Se me vino una pregunta a la cabeza que quizás le molestase, pero quería preguntárselo de todos modos. 

—¿Qué os ocurrió a vosotros dos? 

—No estás muy metida en el tema de la mitología griega, ¿no es así? 

Negué con la cabeza. 

—La verdad es que investigué un poco cuando me enteré de quién era, pero no sobre vuestras vidas amorosas, desde luego. 

—Bueno, pues investiga. 

—¿No vas a contármelo? —Pregunté. 

—No es el sueño de mi vida rememorar lo que ocurrió, mucho menos para contártelo a ti—. Respondió. 

—Vamos... Puedes contarme lo que sea, ¿lo sabes verdad? 

Esos ojos grises seguían clavados en mí, como si no pudiera mirar a otro lado, como si cada vez que lo intentase, automáticamente volviera a encontrarse conmigo. Finalmente decidió abrirse y contarme, una parte al menos, de que lo llevó a romper su antigua relación. 

—Me engañó. 

Pude sentir como su corazón se encogió tras decir aquellas dos palabras. Sabía que lo tenía superado, todo lo que se puede al menos, pero aun así podía ver como aún le dolía. 

—¿Se fue con otro? 

—Que yo sepa solo fue una vez... Pero quien sabe. Quizás también me engañó en eso y fueron varias. 

—¿Con quién estuvo? 

Retiró la mirada.  

—Mi hermano. 

—¿Cuál de ellos? 

—Zeus. 

Me quedé sin palabras. No me esperaba que fuera él, sobre todo por un motivo de peso. 

—Corrígeme si me equivoco, pero... ¿No es su hija? 

—Sí. ¿Y? 

Desde luego, nada le iba a impedir a un dios que tuviera un romance con quien se le antojara. Ni si quiera que tengan parentesco cercano, y lo peor es que incluso Hades lo veía como algo normal. 

—El caso —dijo volviendo al tema del que hablamos antes—, es que serán tres grandes pérdidas, pero lo superaremos. 

—Hades, tenemos que hacer algo. 

—Por supuesto —respondió mientras mantenía la mirada fija en la carretera—. Les haremos un funeral que sea bonito. 

—Eres consciente de que el peligro no lo corren ellos, si no las personas que estén a su alcance, ¿verdad? 

—Sí... Habrá que hacer varios funerales, pero si nos organizamos nos dará tiempo. 

—¿Te estás quedando conmigo? 

Me miró de reojo y me dedicó esa sonrisa que me tenía embelesada. 




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