El frío me despierta, los pies me tiemblan y los dientes me castañetean. Me acaricio con ternura el labio, como si aún guardara el sabor y el calor de los dulces besos de mi mejor amigo en aquella fiesta de cumpleaños.
Me hubiese gustado no despertarme, seguir el sueño que me llevó a aquel recuerdo inocente y regresar en el tiempo. Si tan solo me hubiese dado cuenta, las cosas no habrían salido tan mal. Ese beso fue el principio del fin, pero tardé en entenderlo.
Suspiro, papá se ha despertado y murmura algo al cajón. El cielo está clareando y el amanecer está cercano. Me levanto y voy en busca de un abrigo para cubrirme. El guardia me deja salir, voy hasta el auto y busco la chaqueta verde militar de Tomy, es vieja y calentita, y aunque ya no guarda su aroma, todavía me gusta imaginar que guarda el calor de su piel. Por fuera es de tela de pana y por dentro es de ese material al que llaman corderito, es suave y al ponérmela siento como si él mismo me abrazara.
Cierro el auto y observo el cielo, me pregunto dónde estará y si se habrá enterado ya. Hace años que no lo veo, fue a vivir con su padre, pero su madre, Ana, sigue viviendo frente a nuestra casa. Ella se volvió a casar, pero cuando todo sucedió, se volvió a separar y vive sola. Las cosas se complicaron en la vida de Tomy cuando éramos solo un par de adolescentes y él no lo supo manejar. Para enderezarlo la madre lo mandó con el padre, golpe duro para él que no tenía buena relación con su papá desde el divorcio. Y no volvió nunca más.
Nunca supe qué sucedió en realidad, estaba enfadada y no quería escucharlo. Él intentó hablar, pero se lo negué varias veces, menos la última noche. Esa noche me pidió una tregua.
Yo ya sabía que iba a irse, pero mi orgullo y el dolor que aún sentía, no me dejó acercarme antes. Por eso, cuando aquella noche de invierno, él entró por mi ventana como hacía tantos meses no lo hacía. Solo lloré al verlo.
—Tregua, una noche de tregua —pidió entre lágrimas.
Yo corrí a abrazarlo, lloré en sus brazos y él en los míos. Pero no nos dijimos nada más.
Estuvimos sentados en el suelo, recostados por mi cama abrazados y llorando por al menos tres horas. Entonces él habló.
—Hagamos un trato —pidió.
—Dime…
—Si en unos años, tú no encuentras a nadie y yo no encuentro a nadie, nos juntaremos el día de tu cumpleaños número veintidós, y nos casaremos —murmuró entre lágrimas.
—Tomy, ya no somos unos niños, hay cosas que no podemos olvidar —musité—, los tratos de ese estilo ya no caben en nuestra historia… No tiene sentido…
—Por favor, Sol, por favor. No lo pienses, solo dime que sí —imploró—. No puedo concebir la idea de perderte para siempre, debo tener una esperanza, algo a lo que aferrarme… Sé que no me merezco alguien como tú y sé que te he fallado de la peor forma y que no me perdonas, también sé que encontrarás alguien que te ame como te mereces y me olvidarás. Sé que no seré más que un recuerdo de la infancia en tu vida y que tú serás feliz con alguien más. Pero hoy no puedo, no puedo irme y dejarte aquí, no puedo tampoco pedirte perdón y prometerte cosas que no sé si seré capaz de cumplir, no puedo borrar el pasado ni puedo escribir un futuro que no conozco… Lo único que puedo es soñar, soñar como ese niño que tú conociste y amaste, soñar que un día… que un día todo volverá a su sitio.
Tomy lloraba y yo moría por besarlo, decirle que lo amaba y que no quería perderlo tampoco. Una parte de mí quería perdonarle todo, como si eso fuera suficiente para borrar todo lo que se venía, para impedir su partida. Quería prometerle que esperaría, hasta que él lo solucionara, quería borrar el pasado. Pero eso era imposible y sabía que era solo la desesperación por perderlo lo que me hacía sentir así.
No podía perdonarlo, ¿cómo hacía eso? Mi madre me había dicho que debía hacerme respetar, que debía soltar mi historia con Tomy al menos por ese momento, que debía dejarlo aprender, vivir, golpearse solo y afrontar sus errores. Me dijo que un día valoraría todo lo que tuvo y perdió. Y sé que ella tenía razón, no podía pisotear todo lo que me había costado reconstruirme.
Por eso acepté su trato, porque también me daba aire, porque también me ayudaba a soñar con un mañana en el cual lo volvería a encontrar. Porque hacía que doliera menos.
—Está bien, Tomy… está bien —asentí.
Él se sacó la chaqueta y me la dio, sabía que amaba ese abrigo y que se lo solía arrebatar siempre.
—Guárdala —pidió—. Y guarda aquí todo lo que sientes —susurró señalando mi pecho—. Todo lo bueno que hemos vivido, no lo olvides nunca —pidió.
—No lo haré —prometí.
Y él me besó por última vez… antes de salir por mi ventana y marcharse de mi vida. Y así sellamos nuestro último trato.
Ingreso al salón, pero antes de hacerlo me siento en las escaleras. Observo el cielo y no puedo evitar sentirme chiquita. Estoy sola en este mundo, sin mi madre y mi mejor amigo, ¿qué será de mí?
La desesperación me toma por sorpresa y comienzo a llorar desde lo más profundo de mi ser, me sacudo con vehemencia y olvido el resto del mundo. Necesito sacar todo lo que siento y me dejo ir.
Extraño a mamá, extraño a Tomy, y comienzo a extrañar a la Sol que solía ser… la que tenía una vida tranquila, una madre perfecta, una familia hermosa, y un mejor amigo que era su otra mitad.
¡Qué lejos queda todo ahora! ¡Qué lejos estoy de aquella Sol!
***
Si te gustan mis historias sígueme.
www.aracelisamudio.com
Instagram: @Lunnadf
Facebook: /lunnadf
Twitter y Tiktok @aranube