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Señor escocés
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Vanessa.
Tragué en seco ante la mirada gélida que Elijah lanzaba en mi dirección, sintiéndome como una estúpida que no sabía lo que hacía. —No vas a llorar, ¿o sí? —mantuve la boca cerrada y esperé a la reprimenda que sabía que vendría. Me había equivocado a propósito, pero eso no quitaba el arrepentimiento dentro de mí.
¿Cuántos años tenía? ¿Cinco?
Las últimas tres semanas se había comportado más seco e indiferente que nunca. Iba y venía apenas dirigiéndome escasas palabras y dejándome recados con Tam o en mi correo. Todos o más bien la mayoría para enviarme a la fotocopiadora o en su defecto a hacer algo que no me ayudaba en nada. No entendía siquiera por qué me importaba, pero lo cierto era que me incomodaba. No era como si antes de venir aquí no hubiese visto esa parte suya, pero incluso entonces no era tan fuerte como ahora.
Él me odiaba. Antes había aparentado hacerlo, pero ahora, simplemente la indiferencia y las ganas de botarme de aquí se reflejaban en cada parte de su rostro.
Mis informes habían dejado de estar regular a estar bien, y eso debería parecerme genial viniendo de él, pero, aunque dijera lo contrario, me había acostumbrado a que me chistara para molestarme. Necesitaba aprender, no me servía de nada que siguiera así.
— Solo son un par de errores. —masculló sin mirarme, sus ojos puestos en los papeles frente a él descansando en el escritorio. —Corrígelos y tráelo. Luego te puedes ir.
— Aún falta el reporte para mañana de Louis Benson. —le tendí los documentos que aguardaban en mi mano.
Suspiró, esta vez mirándome y tomando lo que esperaba por él. —¿Por qué no me dijiste sobre esto en la mañana? —no sabía si era furia o desespero en su tono, pero no eran buenas ninguna de las dos reacciones. O tal vez sí. A ver si el señor del hielo se iba y volvía el Elijah anterior. Ese era mas llevadero que este.
— Si lo hice. —entrecerró sus ojos en mi dirección. Era la primera vez que lo contradecía desde su orden ante la visita de mi hermano.
Edward me había sacado de la duda y me pidió que comprendiera a Elijah. Lo había hecho, pero ciertamente mi paciencia tenía un límite, y había venido aquí para aprender, no para ser la chica de los recados.
— No lo hiciste, Campbell. —mi apellido en su boca era lanzado con odio y desprecio. Y no tenía que ser adivina para saber que el causante ello era mi hermano. Jeremy los había puesto entre la espada y la pared. Y Elijah no estaba feliz con ello. Ciertamente sabía que Edward tampoco, pero no se había comportado como un idiota al hablarme.
Le había pedido a Ed los documentos y los leí cada noche en las últimas dos semanas en vano. Mi padre sabía muy bien lo que hizo cuando firmó ese acuerdo con Miles Brown.
— Elijah.
— Señor Brown. Mas largo, pero necesario. —me interrumpió. La habitual sonrisa tan particular que surcaba en su rostro siempre no estaba. Había dejado de estarlo cuando se dirigía a mí. Frente a mí no tenía a Elijah, tenía al hijo de Miles Brown por mucho que negara que lo era. Sabía de primera mano que podría ser incluso más hijo de puta que su padre. Lo había visto en las reuniones desde que comencé aquí. O en las pocas que me había dejado estar.
— ¿Necesario para quién? —me quejé.
Te va a despedir.
Su mandíbula se apretó mientras se ponía de pie. Me encogí ante su mirada completamente vacía. —¿Qué dijiste? —sus manos se posaron con fuerza a cada lado de su cuerpo en el escritorio.
Me estaba retando no a que repitiera las palabras, sino a que lo enfrentara. Y ya me había cansado de vivir como una sumisa toda mi vida.
— Qué no te he hecho nada. —pronuncié con fuerza. —Y no me merezco que me trates como un cero a la izquierda.
— Te trato como lo que requiere tu puesto, como una empleada más. —sus palabras dolieron y no tenía idea de por qué.
— No lo haces. —reí con sequedad. —Vine aquí a aprender, Elijah. A hacerme un nombre, no vine aquí para que me pongas a imprimir y a sacar fotocopias. ¡Apenas si me dejas entrar a las reuniones!
El desespero pasó por sus ojos grises y una parte de mí saltó de la emoción. —Deja de joder y si no vas a aportar nada útil déjame trabajar en paz. —me ignoró intentando tomar los documentos en la mesa.
Mi mano fue mucho más rápida y se los arrebaté cuando intentó llegar a ellos. Me gané otra de sus desesperadas miradas y algo me decía que estaba a nada de explotar.
— Campbell.
— ¡Vanessa! ¡Me llamo Vanessa! —grité sin importar cuan loca me veía justo ahora. ¿Qué pretendía conseguir? No tenía idea, pero algo conseguiría de este hombre. Una reacción, aunque fuese. —¡No soy mi hermano! ¡No soy mi padre! Soy yo, Elijah. —dije desesperada. —Estoy cansada de que me traten como una Campbell más, necesito formar mi nombre, mi vida, mi reputación.
— Yo no te estoy impidiendo que lo hagas. —no quitó la máscara. —No entiendo qué mierda reclamas o con qué derecho lo haces. —permaneció impasible. —Solo sé que si no me das esos papeles ahora y dejas de comportarte como una estúpida infantil...
— ¿Qué? —tragué en seco. —¿Me va a despedir, señor Brown? —su cuerpo entero tembló con el gruñido que sacó. —¿Eso hará? —reí. —Pues ya no tienes que hacerlo. —mis manos fueron más rápidas que mi cerebro y en un movimiento rápido, rasgué los documentos a la mitad. —Renuncio, y no importa dormir debajo de un maldito puente sin nada que comer porque no pienso seguir aquí ganándome miradas furiosas de un hombre al que antes admiraba y ahora solo quiero sacarle los ojos. —tiré los restos al suelo y me di media vuelta encaminándome a la puerta.
— No salgas por esa maldita puerta, Cam...—suspiró. —No salgas.
— Ya no recibo tus ordenes, Elijah. —lo miré sobre el hombro. —Vete a la mierda.
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Editado: 18.08.2024