Momo estaba cansada, sus últimos días fueron ajetreados y lo que llevaba de este no era la excepción; estuvo de un lado para el otro complaciendo los caprichos de la novia, intentando calmar sus nervios y corroborando que todo estuviera como se había planeado. Les pidió a las otras damas de honor que la cubrieran por un rato hasta que fuera la hora, accedieron a regañadientes y Momo por fin pudo tomarse un descanso antes del gran evento.
En el hotel había un discreto jardín, del que pocos huéspedes sabían, ya que su finalidad era brindar un espacio privado donde relajarse junto a un precioso almendrero; a donde Momo se dirigió. Frente al árbol había un banco donde se sentó y colocó la máscara sobre su regazo. Apoyó sus manos detrás suyo, dejando todo su peso sobre ellas, y llevó la cabeza hacia atrás. Con los ojos cerrados soltó un gran suspiro. Inhaló profundo, disfrutó del dulce aroma de las flores del almendrero y soltó la respiración suavemente. Lo hizo dos veces más y a la tercera vez, percibió el olor concentrado de las flores combinado con un aroma conocido. Contuvo la respiración, abrió sus ojos lentamente y luego exhaló de manera casi imperceptible.
—P-Perdón no quise molestarte, pero... —dijo con notable nerviosismo, como el de quien ha sido atrapado espiando. Se quedó estático y boquiabierto unas milésimas de segundos, que parecieron eternas para ambos. Cuando se dio cuenta de cuán ensimismado estaba, cerró su boca, sonrió y con un tono alegre pero burlón agregó —Wow, increíble, la mismísima Momo usando un vestido.