Las casas en la CIUDAD SUBTERRÁNEA DE SOHA son obviamente talladas dentro de la corteza de la tierra, todas interconectadas por una red de túneles de dimensiones cómodas como las de cualquiera otra ciudad de HANOI. La luminosidad de las mismas hacía suponer que realmente no era una ciudad que se encontraba a más de quinientos metros de profundidad de la superficie, por lo que, aunque las zonas subterráneas son normalmente conocidas como zonas pocos visibles por su poca luminosidad, SOHA mantenía sus espacios muy bien iluminados, por lo menos en gran parte del "día subterráneo".
Su población lograba entender que los días transcurrían por que Los Monjes, o Señores de SOHA, disminuían la luminosidad de todas las antorchas que mantenían vivas las calles y los lugares públicos de la ciudad más grande de todo HANOI durante un tiempo determinado.
Ese momento, en el que la luminosidad de las calles era casi nula para sus transeúntes, en el que las antorchas solo mantenían una pequeña esquirla de luz en su interior y el aire circundante era muchísimo más condensado y frio, era el más esperado por Sajo, madre de una pequeña niña de al menos doce años de edad, que organizaba un escape sigiloso para su hija, quien debía salir a como diera lugar de la CIUDAD SUBTERRÁNEA sin ser descubierta, por su peligro inminente de muerte. Organizaba aquella mochila que acompañaría a la pequeña en lo que posiblemente sería su odisea de escape.
Bajo un estrés aparentemente controlado, tomaba unas dos prendas de vestir de tela delgada y colores pálidos del armario de la niña y los introducía en aquella mochila. Después de un tiempo, en el que la mochila se le había resbalado unas cuatro veces de las manos antes de salir del pequeño cuarto, notó que la pequeña estaba algo intranquila en la sala, y que su intranquilidad aumentaba más y más mientras que aquellos pequeños ventanales eran iluminados por la luminosidad aumentaba tras el paso de aquellos guardias que custodiaban diariamente la seguridad de las calles de la ciudad.
Ambas esperaban en aquella casa de tierra, de color café oscura, en el que solamente la sala estaba iluminada por un viejo velón situado en la parte superior de la puerta de entrada, de tal manera que no emitiese luminosidad hacia el exterior por aquellos pequeños ventanales o por alguna otra fisura que tuviese la pared frontal de la casa. Esperaban aquel momento exacto en el que la calle estuviese casi que completamente a oscuras por la ausencia de guardias Monjes para que la niña corriera menos peligro a la hora de emprender su escape.
Pronto Sajo se percató de que se aproximaba una nueva ronda de guardias, por lo que nuevamente la calle retomaba el brillo resplandeciente que solo era ocasionado por aquellos Monjes, Los Señores del Dominio de SOHA.
Entonces se apresuró a sentarse en la pequeña mesa comedor situado a mitad de la sala, donde se encontraba desde hacía algún tiempo la pequeña. Se dirigió a su hija con una apariencia física y temperamental aparentemente sobria.
- Amor. Aquí tienes lo necesario. – Dijo Sajo, quien tendría algunos treinta años de edad, de piel extremadamente blanca y cabello negro brillante. – Por más que quieras no debes regresar a este lugar. Recuerda siempre que este lugar es lo más peligroso para tí. – Seguía diciendo al mismo tiempo que aumentaba la incertidumbre al sentir que posiblemente en unos minutos dejaría de ver a su hija, lo que además le pasaba cobro en su tono de voz, que se quebrantaba con cada segundo que veía fijamente a los ojos de la niña.
La niña se mantenía sin decir una sola palabra. Miraba concentradamente el rostro resaltado por la luz de la madre, como si su intención fuese grabarlo completamente en su memoria.
- Lo único que debemos hacer los padres por ustedes nuestros hijos, es confiar en ustedes. Es lo único que vale. Así que recuerda lo que siempre padre y yo te hemos enseñado. – Seguía diciendo Sajo.
- "A nadie más le importará mi vida. Por eso debo hacer todo lo posible para mantenerla". – Respondió la niña, recordando aquella misma frase que siempre le recalcaban sus padres casi que a diario desde que tenía conciencia.
La luz que se colaba a la casa a través de los pequeños ventanales recorría las paredes internas en el sentido contrario al paso de aquellos guardias; y pronto, cuando la luminosidad logró nuevamente ser casi nula, Sajo se levantó de la mesa e hizo que su hija lo hiciera. Entonces agarró aquella mochila y caminó junto a la pequeña hacia la puerta, y justo cuando estaba frente a ella bajó su rodilla hasta el piso, inclinándose mientras tomaba a Eli de la mejilla, con algo de intranquilidad.
- Quisiera decirte tantas cosas, querida mía. Quizás muchas de ellas no se podrán, pero estoy feliz porque sé que tendrás una oportunidad de vivir fuera de aquí, y eso es lo que realmente importa. Quizás ahora no recuerde muchas de esas cosas que quiero que escuches de mí, de tu madre, pero me gustaría que cuando estés afuera te las imaginaras de la mejor forma, las mejores palabras que quieras escuchar, y sintieras que realmente soy yo quien te las dice, porque seguramente, en un escenario distinto seria así, en serio, hija. – Decía mientras un rio de lágrimas a cada lado de su cara corría. – Recuerda que debes cuidarte y asearte todos los días, y encuentra personas de confiar, eso es importe, no necesariamente deben ser muchas. Elige bien a aquellas personas... Siempre piensa en lo feliz que nosotros estamos de ser tus padres, somos los más felices de todo el mundo, hasta del desconocido. – Seguía hablando con algunos entrecortes en su boca por que las lágrimas entraban en su boca. – Tal vez sea esta la última vez que nos encontremos y estemos juntos, pero nunca pierdas la confianza. No nos olvides, no olvide lo mucho que queremos que estés bien y lo que te amamos. – Terminó con un fuerte abrazo, uno que hizo que Eli se estremeciera de aquella sensación extraordinaria que decía muchas otras cosas.