Hanoi

El brazo del Pico. Ultimo pueblo antes de llegar al dominio de Alta Montaña (unos mil quinientos metros debajo del dominio). El antiguo canto del AC

Pam pam papám, Pam pam papám, pam pam papám Pam pam pam papám.
 

Aquel hombre gordo y ebrio, de cabello rojizo y abundante barba, de unos cincuenta años aproximadamente se encontraba sentado en una silla de madera en la sala de aquella casa en ese pequeño pueblo cantando aquella antigua canción. Cargaba una ballesta en parte de su abdomen que sostenía con la mano izquierda, y una piedra explosiva en la derecha. 
Obligaba a un hombre de contextura bastante delgada a caminar de lado a una mujer de un extremo de la sala al otro en medio de una desagradable escena en la que habían regados cuatro cuerpos masculinos en estado de putrefacción, todos con flechas incrustadas en su cráneo y en sus espaldas. 
Los había hecho utilizar algunas prendas de vestir que no eran común del reino. 
El muchacho, de unos treinta años de edad, de estatura baja y contextura delgada, que entre otras tenía una herida profunda en la parte inferior de las costillas izquierdas a la altura del Bazo, solo tenía un pantalón semi roto color café oscuro. Había sido secuestrado hacía unos dos días por aquel hombre gordo en “Las Minas del Pico”, un lugar muy cerca de aquel pueblo. 
La mujer, que podía tener algunos cuarenta y cinco años de edad, de estatura alta, contextura física de desnutrición y color de piel azulado, cargaba un velo semitransparente roto que le cubría la cabeza y parte de la cara, y un trapo delgado y mugroso que le arropaba hasta antes de los pies. Su cabello estaba muy maltratado y reseco, tenía coágulos de sangre y barro pegado en el cabello y cráneo.
Al parecer aquel hombre gordo los obligaba a caminar agarrados de manos, como si estuvieran contrayendo matrimonio, costumbre que en esta nueva era o “DC” no se celebraba de la misma forma ni con el mismo sentido. Aquella pareja se notaba bastante exhausta, ambos sangraban por las ampollas abiertas en los pies ocasionadas por el sobresfuerzo mientras caminaban de un sentido a otro en el son de aquella canción que cantaba a capela el viejo gordo.
- Pam pam papám, Pam pam papám, pam pam papám Pam pam pam papám. – Cantaba el hombre gordo mientras que con la mano que sostenía la piedra explosiva se empinaba un jarrón de cerveza. – Mírala, imbécil. – Dijo después de apuntarle con la ballesta al muchacho. – Es tan linda. Lástima que la estúpida haya preferido estar contigo... Maldita sea, fuera el hombre gordo más feliz de este mundo. – Siguió mientras mantenía la ballesta en el ojo izquierdo apuntándolo.
El muchacho automáticamente inclinó hacia arriba su mirada y la centró en el rostro de la mujer mientras mantenían aquella caminata al compás de la canción que era retomada por el gordo ebrio.
- Saben... Siempre quise casarme con una gran mujer, como tú, pero ninguna me prestó atención por ser gordo, ninguna estúpida quiso. Siempre he sido una pena.
Nuevamente se empinó aquel jarrón casi vacío, esta vez con mucho más ansias que la anterior. El muchacho analizaba la situación cada vez que la vista de aquel gordo tomaba otro rumbo. Analizaba aquellos escenarios en que era posible alguna acción que permitiese su escape, por lo menos hasta que la atención de aquel gordo era capada nuevamente por aquella mujer.
- Tu madre siempre te obligaba a hacerlo, casarte... Esa historia la has contado muchas veces. No entiendo cuánta necedad con ella. – Replicó la mujer mientras daban la media vuelta y retomaba el paso hacia el otro extremo. – Tu madre debió ser una estúpida, y tú sigues sus estúpidos pasos, eso sí es una pena. 
- ¡Cállate! Maldita. – Gritó el viejo gordo. – Es una lástima que no pueda matarte, imbécil. De lo contrario ya estarías como esos inservibles. – Refiriéndose a los cuatro cadáveres que se encontraban dispersos en la sala. – No sabes nada, ninguno de ustedes sabe nada... Abuela siempre me decía que era su sueño. La maldita estaba tan obsesionada con eso. – Dijo mientras se levantaba de aquella silla con algo de dificultad, colocaba la piedra explosiva en una mesa que se encontraba a su derecha, tomaba una botella de vino oscuro y se empinaba en ella. – Todo fue culpa de ella, su obsesión acabó con su vida y la de mi madre. La estúpida nunca aceptó que en los hombres esto está prohibido... Total, nunca la entendí. Nunca se casó en su vida. Que imbécil. 
El viejo gordo nuevamente retomó aquella estrofa mientras bajaba la ballesta y la apoyaba en la rodilla.
Mientras tanto la pareja seguía caminando de un extremo a otro. Hubo un momento en el que el muchacho perdió la fuerza y comienzó a caer libremente al piso, pero la mujer al percatarse, empleó fuera y logró sostenerlo antes de que cayera completamente. Y lo logró, el muchacho pudo sostenerse con sus rodillas. El viejo gordo apenas se percató se abalanzó hacia ellos sobrellevado por la ira.
- ¡Agárrala! Estúpido perro. Es tu mujer, imbécil. – Le susurraba mientras con la ballesta presionaba fuertemente aquella herida a la altura del bazo. – Ahora quiero que te pares como un hombre que eres y la mires a los ojos. De lo contrario terminarás con una flecha en la cabeza, amorcito. ¡PARATE!
El muchacho, a pesar de apenas soportar el inquietante dolor, logró levantarse y tomar a la mujer de la mano. El viejo gordo fijó su endemoniada mirada en la muchacha durante algunos segundos, y sólo le susurró algo cuando pretendía ir a sentarse nuevamente. 
- Tú, eres una imbécil. Tu maldito prometido es un puto débil. 
La muchacha no dijo nada el respecto, solo procuraba seguir sosteniendo a aquel muchacho en pie. El viejo gordo se dirigió nuevamente a la mesa. Cuando llegó tomó la botella de vino y nuevamente tomo varios tragos de un solo tiro. 
El muchacho para ese momento ya había recobrado fuerzas. Notaba el grado de ebriedad que tenía el viejo gordo y seguía pensando en algún plan para poder salir con vida de aquella situación. 
- Hay que desarmarlo. – Le susurró a la muchacha mientras mantenía su mirada postrada en él. – Seguirá tomando. Llegará el punto en el que tendremos una oportunidad.
- No funciona en él. – Respondió la muchacha. – Siempre lo he visto bebiendo alcohol, pero nunca lo he visto perder el control por más cerveza que beba. 
- La tendremos. – Dijo mientras volvía a tomarla de la mano y retomaban aquel desfile mientras su rostro reflejaba un posible plan. - ¿Por qué lo haces? – Preguntó al viejo gordo.
- No vuelvas a hacer eso. – Susurró la muchacha a su pareja.
- ¿Por qué no lo haría? – Respondió el viejo mientras volvía a acercarse apuntándolo a la cabeza. – Eres un estúpido marica que no fue capaz de hacer nada por sí mismo, ni siquiera pudiste defenderte... Hombres como tú no deberían existir en el reino, por eso los malditos Zohn se han mantenido haciendo lo que les plazca, ¿No es así? Querida. Además, no tendría un show que dirigir. 
- Eres un maldito gordo. – Gritó la mujer algo atareada por la situación.
- Espera. – Dijo colocándole la ballesta en la boca a la chica. – El marica es más bajo que tú. No me dí cuenta de que es un enano. Te mataré por eso. – Le dijo al muchacho apuntándolo a la cabeza. – Lo mataré por ti, por tu honor. Necesitas uno más alto que tú, obviamente, princesa. 
El muchacho al notar que el hombre gordo, aunque seguía apuntándolo, se mantenía concentrado en la mujer, intentó quitarle la ballesta de la mano.
- Es esta la oportunidad que esperaba. – Pensó mientras abalanzó sus manos a la ballesta. 
Aquella traducción errónea de la situación implicó una muerte instantánea. Fue entonces que la sangre que brotaba de la cabeza del muchacho salpicaba la cara de aquella mujer, quien quedó paralizada automáticamente con los ojos fuertemente cerrados. 
El viejo gordo había disparado en la cara del muchacho, incrustándole la fecha en la parte central de la cara, específicamente debajo del ojo derecho. 
El muchacho cayó de rodillas inicialmente, y el hombre veía fijamente la herida que había generado la fecha en su cara.
- Él tuvo la culpa. Fue un imbécil. – Dijo mientras empujaba con una de sus piernas el cadáver del chico hasta hacerlo caer boca arriba. – Allí mismo quedará. – Siguió diciendo mientras accionaba cuatro veces más la ballesta en la cara del muchacho. Y tú. Te enseñaré a no cerrar más esos malditos ojos azules de mierda. – Dijo mientras desprevenidamente golpeaba a la mujer en la cabeza y la hizo desmayar. – Te enseñaré a ver lo que es realmente hermoso, hermosa. 
El hombre se subió a la mujer al hombro, caminó a la mesa, y con una de las manos despejó todo lo que había en ella. La tiró en ella y sacó un cuchillo, y sin mediar expresiones, y al beber algunos tragos de cerveza un segundo antes, le cortó los parpados a medida que cantaba aquella estrofa. 




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