Hasta el infinito.

1. Entre gatos y vecinos.

— ¿Puedes cerrar el pico?

Mamá iba conduciendo por la carretera. Hacia un día hermoso, con el cielo azul despejado y el sol a todo lo que da. Gruñí y me crucé de brazos, centrando mi vista a la ventana del auto. Íbamos en camino a New York, por el espejo retrovisor vi a Cathy dormida en el asiento trasero y el camión de las mudanzas detrás.

— Me podría haber quedado con papá. —contesté de mal humor.

—Ya hablamos de eso, Maddie. No te quedaras con tu papá porque...

—... Porque vive con su nueva y perfecta familia. —terminé la frase por ella. Frase, que había estado escuchando casi a diario durante las últimas semanas. —Lo sé, lo sé.

Mamá apretó las manos en el volante. Soltó un largo suspiro. Estoy acabando con su paciencia. Pero, qué más se puede hacer los dieciséis cuando te mudas y nadie te pregunta nada.

— Ni siquiera te importó que dejara a mis amigos. —refunfuñé.

— ¡Oh cielo santo! Como si tuvieras amigos, Maddison. —soltó con un deje tajante en su voz, y sin apartar ni un momento su vista de la carretera.

Rodeé los ojos, no dije nada. Sabía que era cierto. No gozaba de popularidad, pasaba desapercibida, sin pena ni gloria. Mi único amigo fue Nick; un afable y estudioso chico, que, según mamá terminaría siendo mi novio. Y no. Jamás sentí ese tipo de amor hacia Nick, solo es mi mejor amigo desde que tengo memoria, y ahora tenía que apartarme de él.

En la grandiosa fiesta de despedida que mamá (sin permiso) decidió organizar, nos pidió a Cathy y a mí que invitáramos a todos nuestros amigos. Por mi parte, solo asistió Nick, con su suéter café y sus pantalones de mezclilla rectos, con un enorme tazón de guacamole que su madre se había molestado en hacer. Cathy, por otro lado, invitó a una gran parte del instituto. La fiesta fue, aburrida. No soy el tipo de chicas que va a fiestas cada fin de semana, soy el tipo de chica que lee a diario y no sale de casa a menos que su madre la obligue. Volviendo a lo de la fiesta, me la pasé toda la noche charlando con Nick en el garaje, escuchando la música y riendo.

— ¡Pueden callarse! —Cathy ladró desde los asientos traseros. Llevaba la mayor parte del viaje dormida.

—Preferiría haberme quedado con papá... —siseé, solo para que mamá llegara a escucharlo.

Bufó exasperada.

—Pensé que odiabas a Dallas.

1 punto para mamá, 0 para Maddie.

Lo cierto es que, sí. Odiaba a Dallas en hijastro de papá. En las ocasiones en las que papá, me obligaba a convivir con él, Dallas era un pedante, mal educado, altanero y me hacía siempre quedar como la mala cuando él, era el causante de todas mis desgracias.

—Lo odio. —la aclaré. —Preferiría soportar las estúpidas bromas de Dallas antes que irme a vivir a una ciudad que no conozco.

—Ya hemos hablado de esto. —dijo cansada.

A mamá la han ascendido de puesto, y por ello nos tendríamos que ir a vivir a la gran ciudad. No me agradaba la idea de dejar mi pueblo natal. Dejar mi casa, dejar a Nick, por un departamento. Prefería la calma a la locura de la ciudad. Me crucé de brazos, sin ganas. No podía hacer nada para cambiar la decisión de mamá, para mi suerte o desgracia, es más terca que yo.

A lo lejos, se divisaba el cartel verdoso que anuncia que, hemos llegado. Los edificios altos, trafico catastrófico, el olor a basura y cigarros, gente gritando palabrotas. Sin duda, este ya no era mi pueblo. Según mi madre, viviríamos en una zona prestigiosa gracias a su amistoso sueldo.

Mamá aparcó en el estacionamiento del edificio. El camión de la mudanza llegó solo un par de segundos después. Bajamos algunas cajas, y entramos. Me quedé pasmada, nunca antes había visto un edificio por dentro. El piso blanco de mármol, las paredes pulcras de un blanco que te podía dejar ciego. Mamá llamó al elevador, segundos después entramos. Piso 12, la música inundó el pequeño espacio. No podía dejar de mirar en todas direcciones, ver cada detalle. Cuando el elevador se detuvo, caminamos por el largo y amplio pasillo de paredes grises con puertas negras. Paramos en el 120. Mamá nos había enseñado fotos en el pasado, para animarnos. Pero nada se comparaba con la realidad. Grande, minimalista, con una enorme ventana en la que se podía ver toda la ciudad. Nos quitamos los zapatos para no arruinar la alfombra. Cathy y yo nos miramos, dejé las cajas en el piso y corrí para alcanzar la mejor habitación. Cuando entre a una de las puertas, supe que ésa sería mi habitación. Una cama lo suficiente grande para mi menudo cuerpo, con enormes libreros y un escritorio blanco y paredes azul pastel. Una enorme ventana con puerta corrediza para salir al balcón. Escuché un suave ronroneo a mis espaldas. De inmediato supe de quién se trata. Magnus, mi gato, estaba rascándose la espalda con el marco de la puerta. Di largas zancadas hasta él y lo tomé entre mis brazos. Salí de la habitación, mi madre estaba en la mitad de la sala dando órdenes (como siempre) de dónde poner los muebles.




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