Hasta en mi último aliento

Capítulo 1/ parte 2

El mesero detuvo el bolígrafo con el que apuntaba mi orden. Hizo un movimiento con la cabeza, cómo si quisiera alcanzar algo en el aire. 
- Huele algo raro -comentó-. Como si se estuviera quemando…  
- Sí -afirmó mi amiga. 
La noche tenía el clima perfecto, nubes negras despejadas y una luna media con un brillante color plateado.  Aquella sensación me había puesto alerta e incomoda a la vez. Y el olor que percibía me recordaba a algo funesto que había presenciado ya hacía Miles de años atrás, cuando las enfermedades se creían que las provocaban por  demonios que se alojaba dentro del cuerpo. 
- Esto no está bien -advertí. 
Los otros comensales parecían no notar nada extraño. Me disponía a seguir con mi orden cuando un grito inundó todo el restaurante. 
- Llamen a los bomberos, un automóvil se está quemando en la calle -informó una mujer con el cabello rubio. 
Toda la gente comenzó a salir a la calle. Las sonoras risas y las pláticas se tornaron en angustiosos gritos. El olor a quemado se hizo aún más intenso y algunas personas comenzaron a cubrirse la cara. Salma y yo caminamos como en un trance y nos dirigimos justo al lugar donde se quemaba aquel automóvil. Imploré a la Diosa de la noche que no se encontrará nadie a dentro cuando el carro se incendio. Aparté la mirada y me centré en sonido de la noche, -oh, madre calma a tus hijos- pedí.  El sonido característico del carro de los bomberos se escuchó cerca. La muchedumbre comenzó a resguardarse y a dejar espacio para que los bomberos hiciesen lo suyo. 
- Creo que deberíamos entrar, pagar y marcharnos -sugerí.  
- De acuerdo -dijo, Salma-. Pero aún tengo mucha hambre, te parece bien que pasemos por unas hamburguesas y las comemos en el camino -sonrió sin alegría. 
- Sí -contesté, sabiendo que mi estómago comenzaría a rugir en cualquier momento.  
Le habíamos dado la espalda al automóvil hecho cenizas. Cuando una chica grito. 
- ¡No!  
La chica vestía de vaqueros y una blusa sin mangas. Atravesó la calle acercándose a los restos calcinados del automóvil. Todos imaginamos que era de su propiedad. Aunque  la había visto antes y no estaba gritando de esa forma. No hubiera sentido tanta curiosidad, ni libertad de hablarle, sino fuera porque sostenía una rosa negra y un trozo de papel que yo ya había visto antes.  
- ¿Dónde vas? -me cogió del brazo Salma. 
- Tengo que hablar con la chica -señalé a la chica de la rosa que había gritado.  
Salma me siguió sin comentar nada más. Nos aproximamos, dejando unos pasos de la cinta que acordonaba el automóvil calcinado. La chica estaba platicando con uno de los bomberos, quien al ver que se desvanecía la acercó a la ambulancia que se encontraba allí cerca. La chica no dejaba de llorar y de gritar. 
- No puede ser, mi hermana –comentó en llanto.  
Los paramédicos la auxiliaron y la recostaron, mientras le revisaban sus signos vitales. Salma estaba contrariada, por un lado quería marcharse, pero por otro no entendía porque yo no quería irme. Pero como buena amiga no dijo nada y espero en calma a mi lado.  Cerré los ojos intentando percibir que era aquella chica. Sin lugar a dudas no era una mortal. Pero tampoco una mujer de las artes naturales. Sabía que así como yo existía, coexistían otras criaturas que no podrían ser llamadas simples mortales. El mundo siempre ha sido un lugar misterioso. Cuando el paramédico la dejó unos instantes, yo me aproximé a la chica de aura extraña. Ella aún sostenía la máscara que le brindaba oxígeno. Me miró con sierra desconfianza y temor. Pero igual tenía una profunda tristeza en sus ojos. Me incliné para ponerme a su altura, tomé su mano libre y le dije: 
- Soy Sofía. Siento mucho tu perdida -miré sus brillantes ojos café-. ¿Qué eres? -pregunté con curiosidad.  
- Eres una bruja -dijo rechinando los dientes. 
- Así es. ¿Y tú qué eres? 
- Soy una hada del agua -confesó por lo bajo. 
- No estás en tu elemento -dije sin intentar reprenderla.  
- Tampoco tú estás moviendo con caldero -dijo insultante. 
- Disculpa. 
- No. Discúlpame tú -dejó a un lado la mascarilla de oxígeno-. En el porta equipajes del carro -señaló lo que quedaba del incendio-. Está el cadáver calcinado de mi hermana. Ella era igual que tú.  
- Tú hermana era una de mis hermanas -pronuncié.  
Mi cuerpo experimento un remolino de sentimientos. Aquel incidente había sido ocasionado por alguien que se había atrevido a atentar con una sobrenatural. No podía haber sido una tragedia esporádica. Miré la rosa negra y la tarjeta arrugada a un costado de la camilla de la chica.  
- ¿Quién te dio esa tarjeta? -moví la cabeza señalando-. Se parece a una que recibí hoy en la mañana. 
- ¿Te enviaron un arreglo de flores hermosas con una tarjeta igual? -preguntó extrañada-. Tu tarjeta decía que era para la mujer de la sonrisa más hermosa, y firmaba un sujeto con iniciales Z. W.  
- Sí -dije-. Sabes quién es Z. W. 
- No. Tienes que huir. Te van a matar como a mi hermana -me cogió de los hombros y me sacudió-. No conozco a ningún hombre con esas iniciales. Fue hace tres meses atrás que mi hermana comenzó a recibir esas rosas, una vez por semana. Ella al principio creyó que era algún chico. Después comenzó a ponerse incómoda con los regalos del tal Z. W. Nunca lo conocimos. Pero parecía estar muy al pendiente de lo que mi hermana hacía. 
Sentí que me congelaba. El desconocido que enviaba las flores era alguien que nos conocía, y sabía que no éramos mortales.  
- ¿Qué dice la tarjeta? 
- Me la encontré hoy después de regresar de mi trabajo. Estaba a un lado de la puerta de mi casa. Tenía esta dirección. Al leerla pensé que era para mi hermana. Después miré mi nombre y miré la firma. Así que al no encontrar a mi hermana, y ver qué no contestaba las llamadas. Llegué aquí a ver qué había pasado. 
- Tu hermana no te comentó que vería a Z. W. 
- Ella dijo que la había invitado a una cena -sus labios temblaron-. Pero ella no quería conocerlo. Me lo hubiera contado.  
No era raro que la hermana de la chica hubiera sentido desconfianza. Y falta de interés por conocer al hombre de los arreglos florales. A lo largo de nuestro transitar hemos sido perseguidas, condenadas por nuestras capacidades, acusadas de ser malignas, y de provocar un desequilibrio natural. Cuando nuestros verdugos, esos que nos enjuician son los que han hecho más daño a la naturaleza. Aprendimos a ser desconfiadas y a sobrevivir ocultándonos de todos.  
Le pedí a la chica su número telefónico para poderme comunicar con ella.  
- Estoy desprotegida aquí. No me quedaré en la tierra, volveré a mi elemento.  
Me conmovió verla destrozada en ánimo y desamparada. Aunque sabía que ella era fuerte. Recordé que alguna vez escuché historias de hadas. Ellas eran seres mitológicos desprendidos de toda pasión carnal. Pero aquella chica sufriría como cualquier mortal. La abracé y le di un beso.  
- Cualquier cosa que necesites, búscame -pedí. 
- Gracias. 
Me alejé de ella para reunirme con Salma. Tenía tantas cosas en las cuales pensar. Mi anónimo pretendiente había resultado un acecino. Y no un acecino común, sino uno que quemaba brujas. El horror que se vive al saber que morirás quemada es una tortura, de la cual no quería volver a experimentar. Después de que Salma pagó el vino que nos bebimos, subió al carro. Se acomodó el cinturón de seguridad. Emprendí la marcha de vuelta para nuestro pueblo.  
- Entonces dices que el que te envío las flores es un acecino de brujas -dijo dubitativa.  
- Eso es lo que pienso -me aferré al volante, fijando la mirada en la carretera-. Cómo explicas lo sucedido. Una bruja recibe un presente, y tres meses después aparece en el porta equipaje de un automóvil, muerta y en llamas.  
- Tengo miedo -confesó Salma. Miraba fijamente el parabrisas-. No a la muerte. Sino a desaparecer sin conciencia. 
- Te buscaré hasta en mi último aliento -prometí. 
- Yo sé que lo harás. Y yo haré lo mismo.  Pero mientras más pasamos de cuerpo en cuerpo, dejamos menos huellas y nuestro rastro se desvanece. Temo que en alguna vida no nos volvamos a encontrar y si lo hacemos ni nos reconozcamos -de sus ojos cayeron unas lágrimas. 
Me mordí los labios para no llorar. Ella tenía razón, mientras más vidas pasan, menos rastro queda de nuestra antigua vida. Yo llevaba buscando a un mortal desde hace seis vidas atrás. Y con cada una que vivía, sentía que ya no lo volvería a ver.  
La última vez que sus manos acariciaron mi rostro fue en el lecho de su muerte. Sus frías manos aún las recuerdo acariciando mis mejías. Él siempre fue espacial. No era como los demás hombres. Su amor me hacía querer ser mejor. Yo volvía a él siempre, en cada una de mis vidas. Lo recuerdo siempre. Una fecha especial que acude a mi mente es la Hermosa Fiesta del Valle en honor a los Dioses de la tríada tebana en el Reino Nuevo. Me había hecho a la idea que ese día no lo iba a ver. Toda mi tristeza me acompañaba mientras el sol de la mañana acariciaba mi piel. La procesión me resultó fastidiosa. Las personas mostraban su júbilo a nuestro paso. Volvíamos al templo de Karnak, me bajé de la barca de madera. Acudí a pedir agua para saciar mi sed. La muchacha me acercaba la jarra. Sentí un apretón en mi cintura. Volteé enojada y me encontré con su sonrisa. Aquella sonrisa que iluminaba mis noches. Más que las estrellas. Más que la luna. Recuerdo su olor. El calor que su cuerpo emitía.  
- Esta noche iré a verte -susurró ante mis oídos-. Pide por mí en tus oraciones para que los demoños no me atrapen y llegué ante ti.  
- Te esperaré con mi corazón ardiendo de amor -prometí. 
Sonreí y bajé la mirada. Él se perdió entre la gente que concurría. 
 



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En el texto hay: vidaspa, hechicera

Editado: 15.02.2021

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