Hasta las estrellas.

El destino.

Alguna vez has pensado en ¿qué hacemos aquí? Es decir, ¿por qué existimos? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? Creo que todo está escrito, que, lo que tiene que pasar, pasará. Todo pasa por algo y, que la vida nos da con lo que podemos lidiar. No más, no menos. Es una buena manera de ver la vida. Tal vez que te tropezaras y estrellaras la pantalla de tu celular hoy en la mañana no es simple coincidencia, o mala suerte, quizá, el destino o la vida quieren que tengas un nuevo celular, o que aprendas a vivir sin uno. Son miles de posibilidades, en cualquiera aprendes.

En mi caso no es así. Todas las mañanas pasa por mi ventana Kendall Carson, no es como que lo haya espiado durante años para saber a la hora exacta en la que sale de su casa y pasa... bueno sí, pero eso no es lo que importa. He estado enamorada de él desde que éramos niños jugábamos. Quedé flechada. ¿Quién diría que llegaría a estas alturas de la vida y yo siga perdidamente enamorada de Kendall? Quizá mi amor por él está escrito.

El caso es que, sólo estoy aquí en la ventana esperando a mí destino en lugar de vivirlo. Se preguntaran ¿Qué haces allí sentada? Cuando tenía apenas cuatro años fui diagnosticada cáncer pulmonar, pero no me gusta hablar de mi enfermedad. Quiero que esta sea mi historia, no la historia de una niña con cáncer. El punto, es que, no me permite hacer muchas cosas que un niño o adolescente en mi caso podría hacer. Actividades físicas prohibidas. De pequeña veía como mis primos jugaban en el jardín, como corrían y saltaban, mientras que yo, debía estar en reposo. Era triste ver todo a través de la ventana. Mi abuela me solía decir que somos arquitectos de nuestro propio destino.

Hoy como otros días estaba en mi ventana, tocando la guitarra. Mi abuela ha llegado de visita, me gusta traer los pies descalzos aunque a mi madre la haga rabiar. Adoraba que la abuela viniera, me gustaba escuchar sus historias. Ella es amante de viajar.

— ¿Alguien extrañó a la abuela? —dijo sacudiendo sus manos.

La abracé y dejé mi guitarra de lado. Tenía tantas cosas que contarle, bueno, no tantas, solo algunas series que vi en su ausencia y, canciones que he aprendido a tocar con la guitarra. Revisé la hora en el reloj de mi celular. Es la hora. Kendall pasará en cualquier momento. Me giré y observé la calle. 10:45 a.m. Mi pobre y dañado corazón late con fuerza al verlo pasar. Hoy lleva puesto esos pantalones le quedan genial, creo que él lo sabe. Su cabello castaño va despeinado, lleva su patineta en las manos y camina despreocupado.

— Veo que sigues enamorada de ese niño.

—Obvio abue.

— Deberías salir a conocer más muchachos. La vida se te escapa en esa guitarra. —dijo.

— Es el destino, quiere que algún día Kendall mágicamente volteé a la ventana y me vea ahí, disponible para él. Amor a primera vista. —Fantaseaba con esa historia que yo misma me había creado.

—Somos arquitectos de nuestro propio destino. Sal de esta lúgubre habitación Ally, ve detrás de ese chico, encerrada en esta habitación jamás empezaras a vivir.

«Créeme abuela, lo he intentado.»

El asunto no radicaba en mí. Si fuera algo que yo decidiera, estaría viviendo mi historia de amor cual Diario de una pasión con Kendall, si no fuera por mi mamá. Teme que vaya a morir si salgo de estas cuatro paredes. Tiene tanto miedo que tomo clases en casa y mi única amiga es Raquel. 

Conocí a Raquel en el preescolar, ella... tenía problemas con hacer amigos, es muy problemática, la única capaz de soportarla fui yo. Soy algo así como su Pepe el grillo, su conciencia. Raquel es alocada, le encanta meterse en problemas. Cuando dejé de ir al prescolar la intrépida niña vino hasta casa, y preguntó por mí. A mamá le dio tanta ternura la rebelde niña, que le tuvo que explicar mi enfermedad. Raquel lo entendió y vino todas las tardes a casa hasta el sol de hoy.

— Dice mamá que el desayuno está listo. —entró Cath; mi hermana y cómplice.

Nos sentamos en la mesa mientras que mamá servía la ensalada de lechuga. Nada de carnes rojas. La abuela detestaba la comida tan ligera ella quiere grasa.

— Quisiera tener una tarde chicas con mis nietas, Carol. —dijo la abuela llevando una trozo de ensalada a su boca.

—No lo sé, Allison tiene que ir al oncólogo mañana y no puede agitarse. Lo sabes. ¿Qué harán si paso algo?

— ¡Por Dios! Ally sabe cuidarse perfectamente.

Mi mamá es algo... paranoica. Negó rotundamente que saliera. La abuela no se desaminó, puso manos a la obra y preparamos un pastel de chocolate.

Odiaba los grupos de apoyo. Sé que tengo cáncer, no necesito que nadie me lo recuerde, pero mi mamá me obligaba a ir, es deprimente escuchar historias de chicos. Son todos los martes en una iglesia cristiana llamada «Casa de Dios.» Y no es que deteste ir por Dios, muchos creerían que estoy molesta porque estoy enferma. No es así. Las cosas pasan por algo, nada sucede porque sí. Detesto ir porque sé lo que tengo, soy realista y estoy jodida. Un grupo de apoyo no me ayudará a mejorarme y no, no me levanta los ánimos. No estoy deprimida. Detesto la idea de sentarme a escuchar historias tristes una hora a la semana mientras te dicen que todo estará bien cuando es mentira.




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