Hasta noviembre

Quince. Empeorar para mejorar.

Mi vida nunca había sido tan confusa.

Han pasado cinco días y no soy capaz de quitarme aquel momento de la cabeza.

El momento en el que me quedé dormida en su sofá, mientras él me abrazaba.

No lo entiendo. Amy y yo siempre hemos hecho eso. Nos encanta ver programas malos o ponernos una película cursi mientras comemos palomitas en la cama hasta quedarnos fritas. Hemos dormido juntas mil veces. Hemos abrazado a la otra dos mil.

Se supone que ambos son mis amigos y he hecho lo mismo con los dos.

Entonces, ¿por qué con él es todo tan extraño últimamente?

Suspiro y me doy la vuelta en la cama, estampando la cara contra la almohada.

Lo mejor no fue que me quedara dormida junto a él, no. Lo mejor ocurrió al día siguiente, cuando me desperté.

Ya no estaba en el sofá. Estaba en su cama.

Por un momento me asusté y malpensé las cosas, así que me giré en la cama para buscarlo, pero no estaba. Solo estaba yo. Bueno, y el edredón, que parecía que había vuelto de nuevo a su sitio.

Salí de la habitación sin comprender nada. Entonces lo vi. Estaba dormido en el sofá.

Tenía un brazo debajo de su cabeza y el otro sobre su abdomen. Dormía plácidamente, mejor que un niño pequeño.

Fue en ese momento cuando me di cuenta que Neithan me había llevado a su cama en mitad de la noche mientras dormía, y él, probablemente para no hacerme sentir incómoda, había dormido en el sofá.

Fue también en ese momento cuando lo sentí.

Fue algo distinto. Confuso. No podía dejar de mirarlo, y cuantos más minutos pasaban, más se me aceleraba el pulso.

Por eso aparté la vista, me di la vuelta y caminé de vuelta a su habitación.

Hundo más aún la cabeza en la almohada, reiterándome una y otra vez que no fue nada. Aquellos sentimientos fueron momentáneos y no debo darles importancia.

Ahora solo falta que me lo crea.

Me distraigo cuando mi móvil empieza a sonar y casi lo agradezco. El nombre de Amy aparece en la pantalla. Es una videollamada.

Suspiro pesadamente, me incorporo y descuelgo.

Su cara aparece en la pantalla. Tiene los ojos color miel, la piel clara y el cabello rubio, aunque en realidad es castaña. Parece estar en su habitación de la residencia universitaria.

—Hola —la saludo.

—¡¿Cómo no me cuentas que tienes novio, traidora?! ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? ¿Cómo es? ¡¿Cómo besa?!

Me quedo petrificada en mi lugar.

—¿Quién mierda te ha contado eso?

—Max.

Él sí que es un traidor.

—¿Entonces? —insiste la rubia a la que le gusta darme dolores de cabeza—. ¡Dame detalles!

—¿Quieres un detalle? Bien, quédate con este. No es mi novio. No somos nada.

Su expresión decae considerablemente.

—¿Nada? —repite, decepcionada.

—Bueno, sí. Somos amigos.

Rueda los ojos.

—Vaya cosa. Max me dijo que pasabas un montón de tiempo con él, y que por eso creía que teníais algo, aunque tú lo negabas. ¿En serio que no…?

—Sí, en serio —suspiro—. Además, ya sabes como es. Le encanta dramatizar. ¿Para qué le haces caso?

—Por tener esperanza, Maddy. ¿Por qué no te lanzas?

Abro los ojos más de la cuenta.

—¿Qué? ¿Por qué iba a hacerlo?

—¿No te gusta?

—Como amigo sí.

—Sabes a lo que me refiero —bebe de un vaso de café—. ¿Cómo es? ¿Es simpático?

Se me escapa una risa ahogada.

—No.

—¿Extrovertido?

—Tampoco.

—Pues en eso no os parecéis mucho. A ti siempre se te ha dado bien tratar con la gente.

Enarco ambas cejas. Tiene que estar vacilándome.

—Creo que no hace falta que te recuerde que eres la única amiga que he tenido desde los cinco años.

—Porque las personas a las que te has acercado eran imbéciles. Pero tú no tienes la culpa de eso. Ya verás cómo cuando te presente a mis amigos del campus os caeréis genial.

—Lo dudo.

—Oye, y ¿qué le gusta hacer a tu amigo? ¿Le gusta salir de fiesta?

Nunca entenderé por qué las personas lo resumen todo en eso.

—No, que yo sepa. No le gusta demasiado la gente, ya te lo he dicho.

—¿Entonces?

—Solemos ver películas en su casa. Él odia las románticas, pero aún así ve alguna de vez en cuando por mí. Sus favoritas son las de miedo según me ha dicho, pero yo no pienso pasar por ahí.

—Conociéndote, saldrías por la ventana —ríe.

—Pues sí. Paso de quedar en ridículo innecesariamente.

—Vale, ver películas. ¿Qué más?

Me paro a pensarlo. No tardo en darme cuenta de que no sé demasiado de él.

Qué ganas tengo de conocerle mejor.

—Comparte mi amor por los libros.

—¿Qué? ¿Le gusta leer?

Asiento, sonriente.

—¿Y te cae bien?

—Me cae genial.

—No te ofendas, pero ese chico no parece tener nada bueno.

—No vuelvas a hablar así de él. Tiene muchas cosas buenas.

Ladea la cabeza, observándome con curiosidad.

—¿Cómo cuáles?

—Es muy divertido.

—Teniendo en cuenta lo que me has contado, permíteme dudarlo.

—Lo es —reitero—. Tiene un humor horrible, pero me gusta que sea así. Siempre consigue hacerme reír.

—Pues no lo entiendo.

—Y es muy atento conmigo. Sé que muchas veces no lo pretende, pero aún así le sale solo. Tendrías que haberlo visto reaccionar cuando vio mi mano.

—¿Se lo has contado? —pregunta, atónita.

—Aún no —me apresuro a decir—. Pero insistió en saber cómo me lo había hecho. No paró de preguntarme porque pensaba que había sido alguien quien me había hecho daño y quería encontrar a quien había sido.

—Vale, el chico es un diez en ese aspecto, pero en cuanto a gustos es bastante raro. Es decir, ¿a qué chico le gusta leer?

—A Neithan.

—Parece un poco aburrido, perdona que te diga. Aunque bueno, eso que tenéis en común —bromea.




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