La decepción es inmediata.
Jett me lanza una mirada de arriba a abajo y suspira pesadamente.
—Menos mal que te pedí que te tranquilizaras.
—¿Cómo pretendes que me tranquilice si no sé si está bien? ¿Qué ha pasado?
—Baja la voz. Está bien.
La paz que me transmiten esas palabras es indescriptible.
—¿Seguro que...?
—Sí, seguro. Pero ahora, siéntate y cálmate antes de que te dé un infarto.
Paso de él y me pongo de pie a la velocidad de la luz. Choco con su brazo al salir de la habitación.
No está en el pasillo. Tampoco está la sangre que había en el suelo.
Camino hasta la sala de estar, escuchando mi propio latido en mis oídos.
Cuando lo veo, el miedo desaparece. La preocupación continúa ahí, pero todo en lo que puedo centrarme es en la calidez que inunda mi pecho.
Está sentado en el sofá. Está bebiendo un vaso de agua con bastante dificultad. Tiene una expresión decaída.
Pero está bien. Está ahí. Está bien.
Cuando doy unos pasos más hacia él, su mirada se encuentra con la mía. Me observa cómo si tuviera mil cosas que decir, pero también, mil motivos para guardar silencio.
Aún así, lo hace.
—Madeleine, yo no... perdóname, te juro que no pretendía...
Lo último que quiero es que se sienta mal. Él no tiene la culpa.
Acorto el espacio entre ambos, sentándome en el sofá a su lado. Sé que se sorprende cuando sin previo aviso, rodeo su cuello con ambos brazos.
Después de unos segundos, él me imita. Cada movimiento es lento y torpe, pero no me importa. Está aquí conmigo. Está bien.
Me separo un poco para poder verlo. Cuando lo hago, sonrío casi sin darme cuenta.
Recorro con la mirada las diminutas pecas que dibujan constelaciones en su piel. Las olas que rompen en el océano que forman sus ojos. Presencio cada exhalación que sale de sus labios y la forma en que me observa contemplándolo, ensimismado.
Acaricio su mejilla fugazmente y no puedo contenerme a llenarle la cara de besos, antes de volver a abrazarlo.
—Te quiero mucho —sollozo—. No vuelvas a hacerme nada así nunca más.
Lleva su mano a mi nuca, cómo hace siempre que nos abrazamos.
Me gusta tanto que haga eso.
—Madeleine.
Así cómo me gusta que pronuncie mi nombre.
Dejo escapar un sonido de mi garganta como respuesta y me centro en continuar con mi tarea, que no es otra que disfrutar de su aroma.
—Creo que vas a tener que darme la razón en una cosa.
—¿Qué cosa?
—En que eres emocionalmente inestable.
Tiene que estar quedándose conmigo.
—¿Me explicas eso?
—Estás llorando por mí —sostiene mi cara para limpiar mis lágrimas—. Creo que te has ganado el título a pulso.
Entreabro los labios y esboza una pequeña sonrisa.
—Eres un idiota.
—Eh, no me llames idiota, idiota.
—Te juro que no entiendo cómo consigo aguantarte.
—¿Qué tú me aguantas a mí? Tendrás valor.
—Yo soy un encanto de persona. No puedes tener quejas de mí.
—Tengo toda una lista que dice lo contrario.
Frunzo el ceño.
—¿Has hecho una lista con todo lo que te molesta de mí?
—Claro. Pero mental —me mira con burla—. No tenía tanto papel a mano.
Golpeo su hombro con suavidad y su pequeña sonrisa deja de ser tan pequeña.
—¿Se puede saber desde cuando piensas tanto en mí?
—Desde que te conocí en aquel cine intentando absorber el fondo del vaso de refresco.
Abro mucho los ojos y me vuelvo escarlata en segundos.
—¡Siempre te metes conmigo por eso!
—Y lo que te queda.
Espero que sea mucho.
—Yo también podría sacarte defectos, para tu información.
—Para sacarlos, primero hay que tenerlos.
—Eres un maldito creído.
—Me da igual si no te gusta. Es lo que hay.
—¿Quién ha dicho que no me gusta?
Primero me mira con sorpresa. Después, cuando ve que me estoy burlando de él, lo hace con una pequeña sonrisa.
—Tú quieres volverme loco.
Pretendo preguntarle que demonios significa eso, cuando escuchamos a alguien aclararse la garganta al otro lado de la sala.
—¿Todavía no te has largado? —pregunta el chico a mi lado.
Creo que a ambos se nos ha olvidado que Jett seguía aquí.
—Pues no.
—¿Y a qué coño esperas?
—No le hables así —le pido—. Te ha ayudado.
—Eso es discutible.
—No lo es. Acaba de salvarte la vida, por si se te ha olvidado. Lo que se merece es que le des las gracias, pero cómo sé que no lo harás, lo mínimo es que te comportes con él.
—En eso tiene razón —dice el aludido cuando cruza la sala—. Deberías escuchar más a tu novia, Neithan. Te vendría bien.
Él lo entierra con la mirada.
—Qué te largues.
Jett levanta ambas manos en señal de rendición, encaminándose a la puerta.
—Espera —lo detengo—. ¿Vas a marcharte de verdad?
—No me importaría pasar el tiempo contigo, pero desde luego no quiero pasarlo con él.
Neithan rueda los ojos, dejándose caer en el respaldo.
—Me refiero a que puede volver a encontrarse mal. ¿No puedes quedarte un rato?
—No hace falta —masculla Neithan.
—Sí hace falta.
—Madeleine, estoy bien.
Si estuviera bien, no arrastraría cada palabra al hablar. Ni tampoco estaría tan agotado.
—No lo estás. Y hace un rato estabas mucho peor. ¿Y si vuelves a...?
—Si pasa algo, estaré abajo. Pero no te preocupes por eso —me interrumpe Jett y acto seguido, mira a Neithan—. Que no se te olvide lo que hemos hablado.
Mi confusión no hace más que aumentar cuando los miro a ambos. Jett lo observa mortalmente serio. Neithan, lejos de dedicarle un comentario cruel, se limita a sostenerle el contacto visual. Después, asiente levemente y aparta la mirada.
—Vete de una vez —dice en voz baja.