Hasta que tus padres nos separen.

V E I N T I C U A T R O

El timbre de casa suena, pego un salto de la cama y corro abrir deseando ilusamente que sólo sea un sueño y que sea Ismael quien está tocando.

Abro la puerta y me encuentro con la señora Nancy, Kem y Azael, el color se va de mi rostro y quiero convertirme en un ente invisible, sé perfectamente a lo que vienen.

—Lo lamento —lloro con intensidad y me siento mal por la lástima con la que me miran los hermanos.

—No fue tu culpa, hija —dice mi suegra o mi exsuegra, ¡no lo sé!

—Claro que lo fue, mamá —se anima a decir Kem —de haber festejado su cumpleaños con nosotros nada malo estaría sucediendo.

—Querrás decir; nada malo habría sucedido —corrije Azael y la intensidad de mi llanto aumenta.

—Perdóneme, señora, yo... Yo lo lamento —me hundo en su pecho con olor femenino y ella me guía a mi propio sofá —recién ocurrió lo de su papá, ahora él y... Y yo —me hace un ademán para que guarde silencio, obedezco, ni siquiera tengo fuerzas para alegar, todo se fue con Ismael.

—Nos llamaron, estuvimos al tanto de todo y sé que su intención fue ayudar a los demás pasajeros —ahora es ella quien suelta lágrimas que golpean en mi rostro —su papá y yo lo educamos tan bien que ahí están las consecuencias —puedo ver que está derrotada mil veces más que yo, ¿cómo no lo estaría si se trata de su hijo? ¡Por mi culpa su hijo está muerto!

—¿Le dijeron algo de su cuerpo? —cuestiono enronquecida y niega repetidas veces —él quería que fuera yo quien lo embalsamara al morir, ¿cómo diablos voy a hacerlo si su cuerpo no está? ¿¡Cómo podremos conservar sus cenizas si no sabemos cuáles son de él!?

—¿Cómo podrás vivir sabiendo que eres la culpable de todo esto, Karyme? —pregunta Kem y tiene razón, tanta razón que por unos momentos me privo del llanto.

—Y, ¿¡ustedes qué?! —pregunto con rabia que hasta hace unos momentos pensaba que se había extinguido —¿no están tristes? ¿No lo extrañan? ¿Están haciendo algo para recuperarlo?

—Llorando no solucionaremos nada, Karyme —es Azael quien habla un tanto pacífico —y compréndelo de una vez, ni tus lágrimas ni arrepentimiento nos regresarán a nuestro hermano, ya debes estar contenta.

—¿Acaso no me ves? —finjo un sonrisa —¡estoy muriéndome de felicidad porque mi chico falleció! ¡Estoy reluciente porque el amor de mi vida se incendió! ¡Estoy jodidamente fascinada al ni siquiera tener sus restos, al ni siquiera poder despedirme de él! —mi garganta duele de tanto gritar y me sorprendo ante mis palabras, definitivamente no puedo mantener la calma si levantan falsos sobre mí o sobre mis sentimientos, la única que sabe la realidad de lo que hay en mi corazón soy yo, no ese par de interesados que parecen ser de piedra, inquebrantables o muy poco interesados en lo que sucede a su alrededor.

—Todo lo que tocas se muere, ¡tú eres sinónimo de muerte! —reclama y hasta cierto punto tiene razón.

—¿Acaso quieres terminar con nuestra familia? —niego repetidas veces, por supuesto que no lo quiero.

—Venimos a darle ánimo, a apoyarla, a pasar un rato agradable porque todos tenemos algo en común aquí; todos hemos perdido a un extraordinario chico —sus labios se curvan, su piel se arruga y las lágrimas no tardan en salir junto con un sufrimiento indescriptible—¡perdí a mi hijo, perdieron a su hermano, perdió a su prometido! ¡No es momento para reclamos ni discusiones! Es momento para comprendernos los unos a los otros, a mi Isma eso le gustaría —no puede más y se derrumba a llorar.

—Ella lo mató al llevárselo a esa ciudad tan poco frecuentada.

—Sé que tienes razón y...

—Están excediéndose —los apunta ambos —¿no dimensionan la gravedad de lo que pasó?

—Y, ¿por qué tuvo que ser él y no ella, mamá? ¡Perdóname, pero estoy cansado de perder a personas a causa de ella!

—¿Qué? —musito sin entender a lo que se refiere.

—Que el siguiente seré yo, Kem o tú, mamá.

—¿Qué quieres decir, Azael?

—Ella está matándonos para quedarse con las acciones y el patrimonio completo de papá.

—¡Mientes! —rechisto muy molesta —estás siendo cruel y poco coherente con lo que dices, nunca haría algo así y lo saben —fundo mi mirada con la de ambos —no soy una despiadada mujer que quiere dinero a raíz de muertes.

—Parece lo contrario, ¿recuerdas que fuiste tú quien heredó la mayor parte del patrimonio de papá?

—Él tuvo sus razones para hacerlo —me defiende la señora —¡ya deténganse! ¿Qué les pasa?

—Perdimos a nuestro hermano por su culpa, ¡eso pasa! —me dirijo a mi habitación a encerrarme y no me interesa dejar así a la visita, lo lamento por la mamá de Isma, pero las palabras de sus hijos resuenan en mi cabeza y me duele en demasía que piensen eso de mí.

—Hija, abre —golpea la puerta con fuerza —por favor.

—Gracias por venir y defenderme, señora, pero creo que lo mejor es que se vayan —me duele decir eso y ser tan descortés, pero las frases de los chicos fueron duras y comienzo a desconocer a los cuñados que tanto bien me hicieron y que tanto me ayudaron en su momento, desde la lectura de la herencia del señor Gallagher se habían puesto en mi contra y me duele, dentro de todo les tenía aprecio.




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