—¡Lo encontré! ¡El pendiente y el nombre fueron suficientes!
Me froté los ojos, tratando en vano de alzar la cabeza de la almohada. Amy sonaba demasiado animada para mi cerebro todavía dormido.
—¿Encontraste el ritual?
—¿Te desperté? ¡Oh, Fran, discúlpame!
—No hay problema. ¿Puedo llamarte en diez minutos?
—Sí, sí, por supuesto.
Eran las ocho y media de una mañana gris y fría. Me arrojé de la cama, me arrastré hasta mis mallas de invierno y un sweater gordo de cuello alto que me caía hasta las rodillas, me recogí el cabello. Listo, ya estaba preparada para volver a la cama. En cambio, arrastré los pies escaleras abajo hasta la cocina.
Susan y Mike aún no llegaban, así que pude preparar el desayuno disfrutando la quietud de la mansión. Antes de cocinar, me asomé al salón oriental. La pelotita destelló al instante.
—Buenos días, Ann, Lizzie. Tengo que llamar a Amy, que tiene novedades, pero Susan y Mike están por llegar. Me preguntaba dónde podría desayunar lejos de ellos, para que ustedes puedan tomar parte en la conversación.
—Estudio.
—Buena idea, gracias.
Lo que menos quería era tener que hacer al menos dos viajes al tercer piso para llevar el desayuno y todos los aparatos, pero era cierto que se trataba del mejor lugar para hablar con Amy lejos del oído indiscreto de Susan. Cociné viendo las noticias, con la esperanza de que el parloteo constante de los conductores me ayudara a terminar de despertarme.
Por primera vez me alegré de que los Collins llegaran diez minutos antes. Accedieron a permanecer en el primer piso hasta que yo bajara del estudio, y comencé a llevar todo escaleras arriba. Detesté cada escalón que subí toda cargada, aunque una vez que me acomodé en uno de los sofás, con una manta de lana sobre las piernas y el desayuno al alcance de la mano en la mesa de café, celebré la idea de Ann.
Los Blotter no precisaban mis aparatos para hablar con Amy, pero los dispuse en los otros sillones por las dudas.
Amy atendió enseguida. Estaba radiante como siempre, y sus novedades lo ameritaban: había hallado el ritual exacto, y lo que era más, también cómo anular el hechizo que lanzara la bruja de Price. Confiaba que podía realizar el contra-hechizo con un poco de ayuda.
—¿Significa que no precisamos llamar a la caballería televisiva? —inquirí, ocultando que me sentía un poco decepcionada.
—Puedo hacer un contra-hechizo pero no milagros, Fran.
—Oh.
—Cuéntale tu última llamada con Price —dijo Edward.
—¿Volviste a hablar con él?
—Me dio el nombre de la bruja, ¿no?
Amy desvió la vista un momento y rió por lo bajo.
—No es de buena educación hablar de mí si no puedo escucharlos —rezongué.
—Lo siento —se disculpó Lizzie. Si había sido ella, ya podía imaginar qué le había dicho.
—Cuéntame de la llamada, Fran —terció Amy con suavidad.
Eso hice, y le hablé de lo que aún me parecía una buena idea para lograr que Price hiciera lo que necesitábamos de él, ahora que ella confirmaba que lo precisábamos. Era bien simple. Le pediría ayuda a cambio de autorización para filmar en la mansión todo el proceso de su limpieza para quitarle los parásitos y la liberación de Kujo. Con una única condición: que viniera solo, no con todo su circo.
—¿Crees que podría funcionar? —pregunté.
—Por supuesto. Si le vendemos la idea de la forma correcta, va a morder el anzuelo a lo grande. El único problema es que tiene que estar limpio antes de poner pie en la mansión, y quitarle esos parásitos requerirá al menos tres limpiezas.
—Debería alojarse cerca —dijo Joseph.
—Precisaríamos tenerlo aislado y tan cerca de la mansión como sea posible —respondió Amy—. Para asegurarnos que no vaya por ahí recogiendo nuevos parásitos antes del ritual.
—¿Ustedes aceptarían que lo alojemos en la casa de huéspedes? —inquirí.
—Sí.
—Tres días antes —dije, para cerciorarme de haber entendido bien.
—Como mínimo. Una semana en total sería ideal. Si nos toma menos, se puede largar antes.
—Tú deberías hablarle de esto, para responder sus preguntas y objeciones.
—Tú eres la encargada de Casa Blotter.
Resoplé, sintiendo que me ruborizaba como una tonta. —Se va a hacer el simpático y no podré negarle nada —gruñí.
—Oh, Dios, eso es serio.
—En absoluto. Estoy segura que si paso cinco minutos seguidos con él en persona se me curarán las mariposas en el estómago.
—Ouch.
Liquidamos los detalles de nuestro plan y nos despedimos. Me demoré en el estudio una hora más, simplemente disfrutando el desayuno y la hermosa vista de la primera lluvia de otoño. Antes de bajar al primer piso para permitir que Susan se ocupara de los dormitorios, le escribí al mañoso seductor maduro.
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Editado: 22.07.2023